Friday, October 30, 2015

EL PATRIARCA Y ANTÍGONA.

Un pasaje de la homérica biografía del capitán inglés Richard Francis Burton ---aventurero erudito del siglo XIX, traductor de Las mil y una noches, divulgador en Occidente del Kama Sutra y el Ananga Ranga, descubridor de las fuentes del Nilo y converso al sufismo místico hasta el final de sus días--- narra la situación de un niño yazidí que no puede salir de un círculo en la arena trazado intencionalmente con dicho fin a su alrededor. La anécdota cifra el modo característico de considerar a ese pueblo, un remanente de los cultos mesopotámicos a Zoroastro, cuyos magos, según dice la leyenda ideológicamente interesada, vieron apagarse el fuego sagrado que ardía en sus templos cuando nació Mahoma, el fundador del Islam, religión que consideraría a los yazidíes como herejes y adoradores del diablo y por ello los perseguiría genocidamente a lo largo de su historia. Burton, una paradójica mente abierta a pesar de encarnar el colonialismo anglosajón de su tiempo, creía que Dios se había retirado a su propio interior después de la creación, como lo postulaban los mismos yazidíes, y durante años se dedicó al estudio del Pavo Real Angélico, un ser benigno y angelical llamado Malak Tauus en cuyas manos había dejado Dios aquella creación. Tales doctrinas yazidíes le inspirarían la escritura de una “extraña elegía” llamada The Kasîdah (la cásida, composición poética arábiga y persa), en la cual reflejaría otras creencias de esa tradición devocional como la transmigración de las almas, conforme a un sincretismo religioso donde se mezclan el hinduismo arcaico, el zoroastrismo, el maniqueísmo, el nestorianismo, el islamismo y ciertas formas heréticas del cristianismo. Una religión hecha de préstamos, hurtos, interpretaciones e intercambios, como todas las religiones conocidas. Sin embargo, el interés acerca de este grupo asentado en la región que va desde Irak a Siria, Turquía y Armenia no estriba tanto en sus dogmas de fe como en el indomable heroísmo de las mujeres y niñas yazidíes esclavizadas por una de las últimas aberraciones islámicas, peor todavía que el retardatario grupo afgano talibán, el Estado Islámico (EI), aquel Islam que da miedo, según el escritor marroquí Tahar Ben Jelloum, pues trata de imponer el sangriento siglo VII en la época actual. En un reciente y conmovedor reportaje (Proceso 2031), Anne Marie Mergier cuenta la gesta de Jinan, una joven yazidí raptada junto con las más de cinco mil mujeres que hasta hoy lo han sido por el Estado Islámico, la cual vivió durante varios meses el intolerable infierno de la vejación, la tortura y la esclavitud sexual hasta que logró escapar junto con otras chicas de sus inhumanos y ellos sí demoniacos captores, y además tuvo la reciedumbre y el valor para dejar un paradigmático testimonio de ello en el libro Esclava de Daesh (como también se conoce al EI), publicado en Francia por la editorial Fayard. Dicha epopeya, una variante más de la tragedia femenina de Antígona ---que honra la libertad humana, dirían los clásicos, pues su protagonista lucha contra la fuerza superior del destino, y en el caso de la joven yazidí logra vencerlo--- adquiere un valor todavía superior por la determinación de Baba Sheik, el líder espiritual de los yazidíes, “quien rompió espectacularmente con siglos de implacable tradición patriarcal” que consideraba como mujeres deshonradas a las sobrevivientes de los múltiples genocidios perpetrados por el Islam contra ese pueblo, aquellas que ante el habitual destierro de la comunidad después de su calvario sólo tendrían dos opciones: prostituirse o suicidarse. Said Mahmoud, el guionista sirio que participó en la redacción del libro testimonial de Jinan, dijo a la reportera que el solemne pronunciamiento de Baba Sheik cambió el destino de las presas evadidas. El anciano patriarca “afirmó que todas las esclavas de Daesh eran heroínas de la resistencia, que honraban al pueblo yazidí y debían ser tratadas con respeto”. En el dolor nos hacemos, promulga el durísimo dicho sobre el orden de lo real. El mundo, las prácticas atávicas y los dogmas ancestrales están en movimiento precisamente ante esas fuerzas demoniacas que se empeñan en mantener su inmovilidad. El espíritu se mueve y las tensiones de la época llevarán a la autotrascendencia o a la autodisolución. No puede construirse el mañana, como afirma Ken Wilber, sobre las llagas del ayer. Fernando Solana Olivares.

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