EL ÚNICO ADJETIVO.
Robert Musil dijo que la época contemporánea era sin síntesis. El lenguaje se desgasta todos los días en sus empeños por definirla. Llegó a sus límites en la Shoah y hubo quien anunciara su irremediable enmudecimiento. Siguió ocurriendo el horror sin pausa y los nombres se diluyeron todavía más.
Ayer o antier escuché en el radio algo pavoroso: el testimonio de una defensora de los derechos de los niños y activista contra la trata y la pederastia. En medio de cosas insoportables e incomprensibles que contó: las bestiales depredaciones de bebés y niños, los índices escalofriantes de la crucifixión mexicana con sus primeros lugares de trata y pederastia infantiles, la impunidad sistemática en la comisión y complicidad de estos aberrantes delitos, entre otras atrocidades, la admirable mujer calificó así el estado actual de cosas, la fenomenología oscura de estas horas: “diabólica”, la consideró.
El grito de Edvard Munch se transmutó en aquella fotografía icónica de una niña vietnamita quemada por napalm que va corriendo desnuda y despavorida. El dolor actuante de la imagen es atroz pero aún en movimiento. En cambio, la fotografía del cuerpo sin vida de Aylan Kurdi, el niño sirio de tres años ahogado con su madre y con su hermano frente a las costas de Turquía, contiene una dolorosa belleza estática, una serenidad inmóvil de desconcertante perfección: la blusa roja, los pantalones cortos azules, las diminutas sandalias, la postración y la dócil entrega del cadáver, su simbólica convocatoria angelical, ese cuadro eterno de la muerte de un inocente.
La imagen de la niña en el bombardeo impone el reconocimiento de un puro horror. La imagen de Aylan rebosa un manso y envolvente dolor que toca a la conciencia en su interior profundo, la con-mueve de la indiferencia emocional del momento histórico y de su incapacidad para el asombro humano y la sorpresa moral. Una teoría sociológica advierte sobre el cambio de un paradigma cuando en el imaginario colectivo surgen imágenes que antes no había y que en adelante serán icónicas, referenciales.
Estos son los tiempos de las grandes tribulaciones humanas, de las concentraciones de dolor que crecen en forma desmedida. Tal intemperie acerca, desde una perspectiva escatológica, el fin del ciclo histórico. El Logos de esta edad patriarcal y materialista está quebrado, es un recipiente hecho pedazos y lo que debiera ser común a todos ya no lo es ---un sentido del ser y de la existencia, de la pertenencia al mundo, un discernimiento eficiente del bien y el mal---, ahora los seres humanos actúan como si fueran usuarios terminales de sí mismos, dueños narcisistas de una lógica particular. La enfermedad mortal de Kali Yuga, la edad triste.
Sucede ahora, afirma Guénon, una auténtica “pulverización” del mundo, lo que constituye una de las formas de la disolución cíclica. Se han multiplicado las formas más oscuras del psiquismo inferior, de los bajos fondos mentales de la atmósfera cultural masiva de la civilización actual. Las tinieblas del evangelio, un descenso a los Infiernos al que no sigue una purificación y una vuelta a la superficie, son una “caída en el cenegal”: las posibilidades inferiores se apoderan de la persona, la dominan y acaban sumergiéndola por completo. Guénon habla de las grietas por donde penetran las influencias maléficas del mundo sutil, aquellas de las que puede decirse que tienen un carácter literalmente “infernal”.
El simbolismo de la “caída de los ángeles” sobreviene cuando se ignora toda verdad de orden espiritual y metafísico, indica Guénon. Yo elijo creer que está dado en la muerte por ahogamiento de Aylan y los suyos, quienes no llegaron como él a una playa piadosamente amortajados por el mar.
La segunda guerra mundial arrojó de sus países a tantos cientos de miles de seres humanos como ahora. La analogía es la misma: los refugiados de la tercera guerra mundial. Si tanto dolor es terminal, pues no puede exceder indefinidamente un umbral determinado, bienvenido sea. Tanta belleza macabra se transfigura: todos los cuerpos caen. El de Aylan fue sumergido y lo tomó el océano para después mostrarlo. En el dolor posmoderno nos hacemos y deshacemos hasta que la despiadada criba termine y suceda la corrección.
La ilusión que lleva al mal es la de la separatividad. El fin de un mundo, afirma Guénon, es el fin de una ilusión. La ilusión del Logos racional llegó a su término. La imagen icónica del pequeño sacrificado así lo establece.
Fernando Solana Olivares.
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