Thursday, December 10, 2015

LA SOCIEDAD FILISTEA / y II

Del inquietante enunciado y la inmoral enunciación. ¿Cómo es posible que la Medalla Belisario Domínguez, máxima condecoración del Senado de la República, le sea entregada al empresario Alberto Baillères, el segundo hombre más rico de México? El decreto de creación de la medalla, establecida para honrar la memoria del senador por Chiapas, opositor heroico a la usurpación del dictador Victoriano Huerta y asesinado por ello, establece que será otorgada a quienes se destaquen “en grado eminente, como servidores de nuestra patria o de la humanidad.” Así que el segundo oligarca mexicano, sólo después del otro insaciable Carlos Slim, dueño de una inmensa fortuna proveniente de la industria refresquera y minera principalmente, ha prestado eminentes servicios que el país le reconoce y agradece. Uno de ellos es pertenecer al selecto grupo de cuatro plutócratas mexicanos cuya riqueza aumentó entre 2002 y 2014 de 2 a 9 por ciento del PIB nacional. ¿Se harán cargo los más de cincuenta millones de mexicanos en pobreza grave y extrema de que Baillères es, según argumentaron sin rubor alguno los senadores premiantes (68 a favor y 13 en contra), “un mexicano ejemplar que ha promovido con éxito la empresa y la filantropía, la actividad económica, la generación de empleos, la salud, la educación y la cultura?” Salve, digno y democrático Senado, totalmente Palacio, que sabe retribuir la chispa de la vida. De la ceguera histórica. “En esta forma pueden complacerse, además, en la ilusión de no haber cometido nunca una falta: porque un acto sigue al otro tan de cerca que resulta imposible reconstruir el pasado y decirse que una decisión diferente hubiera sido mejor. Pueden argüir que cada acto les fue impuesto por la emergencia y cada decisión engendrada por la necesidad. Tal es el vicio de los jefes políticos, para quienes cada derrota es un triunfo y cada triunfo casi una derrota.” Thornton Wilder. De la repetición indispensable. Ninguno de los argumentos contra la legalización de la mariguana logra ser persuasivo. Los beneficios de la medida, en cambio, son tanto una evidencia confirmada como una hipótesis lógica. Los países que han regulado su consumo reportan tasas estables de usuarios, abatimiento de las infracciones asociadas a su prohibición, liberación de recursos estatales para la prevención temprana de las adicciones y también de energías políticas y jurídicas dedicadas a la persecución de otros delitos, esos sí verdaderos. […] La población consumidora alcanza, según cifras confiables, no más de un 3%, y si bien su legalización podría hacer aumentar ligeramente el uso, como ha venido sucediendo aun sin tal medida, ese crecimiento no es equiparable a los miles de muertos y daños colaterales, a la brutal crispación social que la guerra contra las drogas ha venido dejando durante medio siglo, unilateralmente impuesta por el imperio estadounidense en el exterior de sus fronteras como parte de una geopolítica de la dominación violenta, una ingeniería social tóxica. De un acuerdo imposible. “¿Por qué si los argumentos de los demás son razonables no modificamos nuestros puntos de vista? La razón de ello es que sólo nos escuchamos a nosotros mismos al escuchar a los otros. Así, todo debate es un diálogo de sordos”. Matheus von Rampa. De la repetición indispensable II. El doble lenguaje de la prohibición de las drogas, lo que se oculta en él, podría entenderse observando los intereses de aquellos interesados en mantenerla: aquellos poderes financieros y políticos ingleses y después norteamericanos involucrados en la producción y tráfico mundial de drogas desde el siglo dieciocho en China y otras regiones de Asia hasta ahora, constructores de la mentalidad hegemónica de reprobación moral y condena, responsables de la implantación de procesos sociales para hacer avanzar el poder del estado burocrático sobre el cuerpo y la mente del individuo, el eugenésico bio poder; la industria de las armas, de la violencia, la desestabilización social y el miedo público; los mafiosos, operadores y sicarios del crimen organizado; las autoridades criminalizadas y corrompidas; las buenas conciencias represoras y punitivas; las burocracias gubernamentales de la prohibición. El mal en sí. Todo aquello que Gustave Flaubert llamaba, lapidariamente, los filisteos. De dipsomanías morales: “El sentimentalismo es la superestructura de la brutalidad”. Hannah Arendt. Fernando Solana Olivares

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