Tuesday, October 25, 2011

FRAGMENTOS MEXICANOS.

Me andan las ganas por escribir un artículo sobre Martin Heidegger, el último chamán, como le llaman quienes lo conocen. O la historia de un afamado premio literario del cual le avisan a un amigo su condición de finalista, lo tienen en el ácido por una semana y al fin no se lo dan: la crueldad del mercado. O un sueño donde un paraguas le hace el amor a una máquina de coser sobre una mesa roja, variante casi exacta del surrealismo de Breton.
México es rojo, está ensangrentado. Y dividido, irreparablemente polarizado. El artículo anterior de esta columna mereció algunos correos electrónicos: tres muy felicitantes a favor, tres muy radicales en contra de López Obrador. Uno lo llama caricatura, otro lo imputa de resentido peligroso y un tercer lector, hombre mayor, argumenta con profusión todos los conflictos y fraudes políticos en los que aquél se ha visto envuelto, su procedencia priísta, su incongruencia documentada, sus debrayes como el de Juanito, su erróneo plantón en Reforma, su no demostración del fraude de 2006, su mesiánica y teatral Presidencia legítima, su autoritarismo. En fin. Termina diciendo: “Y si a mis 70 años me equivoco en el concepto del Sr. López Obrador, quiere decir que viví a lo pendejo”.
Aceptando sin conceder que el pasado político de López Obrador podría significar desde una profecía cumplida hasta una seria advertencia sobre su inelegible condición presidencial, tal reflexión puede hacerse, exactamente igual, en cuanto a los oscuros, palaciegos, ambiciosos, torcidos ---políticos, pues--- pasados de todos los demás precandidatos sin excepción. La visibilidad mediática negativa de López Obrador ---una insistente campaña de desprestigio tan burda como insidiosa desde hace diez años en circulación--- hace creer a la gente que sus antecedentes, contados como se cuentan, representan un hecho objetivo, una confirmación científica.
Ese denso prejuicio ha impedido ver el presente, el único tiempo realmente verdadero, cuando el país continúa haciéndose pedazos. A pesar de su trivialización televisiva (lo advirtió Habermas: la televisión destruirá la democracia), de su meliflua mutación en un producto para el consumidor narcotizado, una mercancía telegénica para el votante videns, la política sigue demandando, sobre todo en esta hora que parece última, las mejores ideas. Aunque las evidencias suelen no contar entre nosotros ---una tara congénita---, el proyecto político de López Obrador es el único que reconoce y entiende que las causas del pudrimiento nacionales no son tales en sí mismas sino efectos perversos del neoliberalismo, y que éste es la causa prioritaria que debe entenderse y atenderse, cuando menos atemperarse para evitar el violento desvanecimiento de la sociedad.
La política es el arte de lo posible. Y es posible, además de urgente, construir el consenso público para hacer un Estado fuerte, un regulador modernizado y eficaz que proteja a la sociedad frente al horror económico capitalista, que recupere bienes nacionales y soberanías legales, que fomente empresas estratégicas y economías alternativas, que aplique correcta, honestamente, el gasto público. Que desmilitarice el estado, reconstruya la policía y asuma las brutales y múltiples consecuencias de las decenas de miles de muertos que dejará el gobierno actual. Que castigue la impunidad y la corrupción como una cruzada ética, una reforma moral, una acción prioritaria de gobierno. Que dignifique y reconstruya la educación pública. Que asuma la criminalización de las drogas y las adicciones como un asunto de salud pública. Que esté dispuesto a discutir masivamente la legalización de las mismas. Que resista ante el imperio norteamericano y se niegue a que nuestro país ponga la sangre y sufra la destructiva desestabilización de sus guerras.
El mimetismo de los otros precandidatos entre sí ---miembros de grupos de interés distintos: única diferencia sustantiva---, su parecido técnico y conceptual, su maquillaje, su decir lo mismo con modos tan similares resultan ser manifestaciones del mismo problema que se quiere resolver. Una clase política desacreditada y no representativa, responsable del estado del país que ha malgobernado. Y aun, si se quiere, López Obrador, quien en efecto tiene a sus Padierna y Bejarano, un truhán cuya sola diferencia con los otros es que fue exhibido.
Sí, la política hiede. Pero López Obrador es el único entre los posibles que puede significar un cambio todavía ordenado e institucional. El saber cómo han gobernado tanto priístas como panistas debería bastar para que la mayoría electoral eligiera un gobierno cuyo proyecto político, en efecto, sea derrotar a las oligarquías mexicanas que han capturado al Estado, a la mafia dominante ---que lo es, así la denominación crispe a muchos y la tilden de paranoica fantasía---.
Las cosas deben leerse al revés algunas y otras ser valoradas en su justa dimensión. El sistemático desprestigio contra López Obrador muestra que efectivamente es un peligro contra los intereses político-económicos que se alimentan del infortunio y la pobreza, del miedo y la inseguridad, del control ideológico y mental. Además, sus mensajes públicos mencionan un ámbito infrecuente: los sentimientos, la felicidad y hasta el amor. De ahí que sea reo de otra culpa atroz: populista. Hoy cuando el pueblo se volvió una mala palabra.
Pagaré por ver. Creo que estamos ante la última oportunidad antes de que el país se quiebre. Votaré por López Obrador y por su proyecto de reconstrucción. Asumiré, de serlo, mi equivocación.

Fernando Solana Olivares.

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