OBLIGATORIEDADES.
El centenario de Octavio Paz lo ocupa todo, se multiplican las aproximaciones escritas y las celebraciones laicas a su alrededor. Panteón de los muertos inolvidables, los que quedan en el recuerdo público. Mucho de lo que se dice en tono hagiográfico sobre Paz es retóricamente cierto: un gran maestro de la superficie lingüística cuya obra alcanza niveles superiores: gran ensayista, perfecto poeta. Sus lectores lo sabemos: en él cuenta a veces más cómo dice las cosas que las cosas que dice: la avasallante prosa.
Su vivacidad intelectual, su proteica atención ---“soy hijo de la vanguardia y soy hijo de la revolución”, afirmó de sí repetidamente--- dieron una perspectiva contemporánea a la cultura hispanoamericana y a la reflexión nacional. Sus fuentes fueron múltiples, como suelen serlo en toda obra canónica que perdurará en la memoria común, en la progresión de influencias, intertextualidades y apropiaciones que llamamos literatura.
Es certero, sin embargo, el término de mandarín para describir el comportamiento cultural de Octavio Paz cuando por fin ganó el poder de una carrera iniciada años atrás hacia el Nobel literario, aquella corona formal del proceso moderno de consagración del sabio, el artista o el intelectual. Su liberalismo histórico y político, lejano al afán libertario de sus años juveniles al lado de los republicanos españoles, su exigencia de democratización y apertura ante el ogro filantrópico del estado mexicano priísta, actitudes ejemplares junto con su gallarda renuncia a la embajada en India como protesta por la masacre estudiantil del 68, no impidieron una tendencia autocrática y autoritaria, quizá excusada por la impaciencia del propio talento, por ese despotismo ilustrado del que sabe, actos del decir no correspondientes al hacer.
Ejemplo de ello fue la pesada mano que hizo sentir en Los Pinos después de la microcrisis sucedida por el encuentro intelectual convocado por Nexos a continuación del celebrado brillantemente por Octavio Paz y Vuelta. Entre que sí era así y a la vez no era, el poeta reclamaba una suerte de conjura, acaso echada a andar por el mismo gobierno, comprendiendo desde el evento de Nexos hasta una polémica periodística surgida de pronto entre Paz y algunos de sus colaboradores con el editor de la sección cultural de El Nacional, periódico apodado Pravda por sus dardos verbales que cuestionaban un medio público bien hecho, y acaso por eso mal visto, mientras su gran inteligencia colaboraba con Televisa.
Puede imaginarse el encuentro entre el seductor Salinas y el ofendido poeta por las consecuencias que hubo. En un número de Nexos se consignó la innecesaria rendición editorial obsequiada a Paz, cuando en un sentido democrático e intelectual hubiese sido conveniente mantener otra perspectiva, complementaria pero distinta, donde el liberalismo y sus secuelas neo fueran pensados críticamente quizá para intentarse un atemperamiento, una opción de resistencia ante lo que vendría después en el país, o cuando menos una opción crítica para explicarlo.
El responsable de la sección cultural debió escribir un editorial en primera plana del periódico para dejar en claro que la polémica no tenía como intención demeritar lo indemeritable: los grandes méritos del poeta. Rodó la cabeza del presidente del CNCA y las cosas volvieron a la normalidad. El país siguió deshaciéndose y del anticipatorio tiempo nublado de Paz llegamos a la noche oscura de hoy. Es bueno así que la obra quede en el tiempo y el autor biográfico se diluya en ella: entonces se dirá Paz para nombrar un proceso y no una persona.
El poeta de Libertad bajo palabra emplearía ahora su poderosa escritura para intentar descifrar esta posmodernidad sin síntesis. “¿Cómo buscar otra unidad que no sea la del tránsito?”, se pregunta en la advertencia a su Obra poética (1935-1988). Ese tránsito en lo intelectual ---y entonces en lo moral profundo---, su lenguaje poético cargado de sentido a su máxima posibilidad, su abundancia prosística y sus nuevas miradas analíticas revelan una realización espiritual obtenida por dos caminos: el conocimiento y el deseo.
Todo es simple: el verdadero homenaje a Paz será leerlo. Decirlo en voz alta por la casa, decir a voces su poesía: “Llamar al pan el pan y que aparezca en la mesa el pan de cada día”. Líneas así, que mañana podrían ser oraciones y entonces se anticipan.
Fernando Solana Olivares.
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