LA ANTESALA
Cuenta la historia que en 1139 san Malaquías dejó Irlanda para peregrinar hasta Roma. Cuando vio la ciudad santa experimentó una visión en la que predijo la serie de 111 papas que habría hasta el fin del mundo, a través de leyendas o divisas de todos ellos, desde Celestino II a la venida de Cristo. Fue publicada por el benedictino Arnaldo Wion en una obra impresa en Venecia en 1595 que salió a la luz con el nombre de san Malaquías, obispo de Armahag, a quien la leyenda le atribuía el don de la profecía.
Quienes dudan de esa visión se apoyan en las palabras de Cristo: que nadie sabe el día y la hora de su venida. Pero sus defensores, como Klaus Bergman, afirman que “de señalar todos los papas no puede sacarse argumento alguno contra la verdad e inspiración de la profecía”. Juan Pablo I está designado en ella con la divisa De medietate lunae, misma que según algunos intérpretes alude a la corta duración de su papado, una breve media luna. Juan Pablo II, el penúltimo pontífice de la lista, se define por De labore solis, y su laboriosidad viajera bien puede nombrarse como los trabajos del sol. Y el último, quien sería el actual, Benedicto XVI, es descrito mediante el lema De gloria olivae.
La visión concluye con el siguiente texto traducido del latín: “En la última persecución de la Santa Romana Iglesia ocupará el solio Pedro Romano, el cual apacentará sus ovejas en medio de grandes tribulaciones, pasadas las cuales la ciudad de siete colinas será destruida y el Juez tremendo juzgará al pueblo”.
Las profecías siempre son lacónicas y siempre van más allá de la razón. Ciertamente, no le hablan a ésta. Presentan, además, un severo problema: sólo son comprobables y comprensibles después de que se realizan, antes no. Aunque es llamativo que también la cuenta visionaria atribuida a san Malaquías en el siglo XVI encaje con las fechas concurrentes para el supuesto próximo final del tiempo presente ---21-12-2012---, la mente lógica siempre puede encontrar reparos para aceptar su veracidad.
Tomando en cuenta, pues, que la mente lógica consistentemente se equivoca, puede verse como un dato pintoresco la lista de 111 papas que finaliza con el actual, Joseph Ratzinger, a menos que se considere cuánto está siendo acosado por una crisis de denuncias que va creciendo cada vez más. Semanas atrás, según la prensa, los momios de las apuestas sobre su renuncia estaban 15 a 1, hoy sólo 3 a 1. Una nota de The New York Times menciona su involucramiento en el caso del sacerdote alemán Peter Huller, cuando siendo arzobispo en 1980 “respondió a las primeras acusaciones de abuso sexual permitiendo al sacerdote mudarse a Munich para recibir terapia, un abusador sexual de menores que por décadas siguió trabajando con niños y niñas luego de ser condenado penalmente”.
Su hermano mayor, también sacerdote, fue director de un coro donde ocurrieron múltiples abusos sexuales y crueles correctivos, en los cuales el mismo Joseph Ratzinger pudo haber tenido responsabilidad por omisión. La ya concluida investigación del Vaticano sobre los Legionarios de Cristo y su demoniaco fundador, Marcial Maciel ---un fascineroso, un monstruo, como lo llama el vaticanista José Manuel Vidal, para el cual el Vaticano estaría pidiendo a la orden legionaria la damnatio memoriae, la condena de la memoria, a riesgo de ser disuelta---, aumentará el inmenso desprestigio y la indignación pública que la Iglesia va concitando, así como el espectáculo de sus escándalos, tan imperdonablemente parecidos ---o peores, pues estos vicios viles y anticristianos se mantuvieron ignorados y secretos, fueron cometidos contra niños y niñas puestos bajo su cuidado--- a aquella de los papas depravados, del ministerio más corrompido, del diablo en la Iglesia, donde ahora parece estar aposentado.
El cisma protestante se originó en una decidida oposición---siempre hay una gota que derrama un vaso--- a la decadencia que el clero, sus purpurados y el papa ostentaban sin recato alguno. Por estos días parece trastabillar de nuevo la institución históricamente más antigua y culturalmente más importante que conoce Occidente, al que en gran medida formó, como si el tiempo líquido y efervescente que cada vez va más rápido fuera subiendo la magnitud de los inesperados fenómenos que ocurren.
No debe ignorarse que la Iglesia católica tiene enemigos poderosos. Es la pieza mayor de todas las apuestas escatológicas, terminalistas, cuya narrativa termina precisamente con la caída del papado porque ello dará lugar a los acontecimientos finales, no solamente según san Malaquías sino también según otros textos coincidentes.
La putrefacción del clero romano es una historia triste y a la vez esperanzadora. “Me gusta terminar”, diría el pagano Montherlant. Si el papado termina y el mundo no, entonces lo sagrado saldrá del desautorizado monopolio de los especialistas y de los lugares especializados para encontrarse donde siempre ha estado: en todas partes-en ninguna parte, debajo de la piedra, en el fuego, en las cenizas, en usted y yo. Pero si la época conocida acaba, será igual aunque a otra, titánica escala: vendrá el espíritu desde todas partes-ninguna parte para actuar aquí mismo, manifestándose. 111 es la cuenta, dice el santo irlandés, y estamos en el último pastor. Su divisa, De gloria olivae, quizá contenga la amnésica paz que Benedicto XVI ofrece a críticos, agraviados y ofendidos para sortear la tempestad. Una mera antesala.
Fernando Solana Olivares
Quienes dudan de esa visión se apoyan en las palabras de Cristo: que nadie sabe el día y la hora de su venida. Pero sus defensores, como Klaus Bergman, afirman que “de señalar todos los papas no puede sacarse argumento alguno contra la verdad e inspiración de la profecía”. Juan Pablo I está designado en ella con la divisa De medietate lunae, misma que según algunos intérpretes alude a la corta duración de su papado, una breve media luna. Juan Pablo II, el penúltimo pontífice de la lista, se define por De labore solis, y su laboriosidad viajera bien puede nombrarse como los trabajos del sol. Y el último, quien sería el actual, Benedicto XVI, es descrito mediante el lema De gloria olivae.
La visión concluye con el siguiente texto traducido del latín: “En la última persecución de la Santa Romana Iglesia ocupará el solio Pedro Romano, el cual apacentará sus ovejas en medio de grandes tribulaciones, pasadas las cuales la ciudad de siete colinas será destruida y el Juez tremendo juzgará al pueblo”.
Las profecías siempre son lacónicas y siempre van más allá de la razón. Ciertamente, no le hablan a ésta. Presentan, además, un severo problema: sólo son comprobables y comprensibles después de que se realizan, antes no. Aunque es llamativo que también la cuenta visionaria atribuida a san Malaquías en el siglo XVI encaje con las fechas concurrentes para el supuesto próximo final del tiempo presente ---21-12-2012---, la mente lógica siempre puede encontrar reparos para aceptar su veracidad.
Tomando en cuenta, pues, que la mente lógica consistentemente se equivoca, puede verse como un dato pintoresco la lista de 111 papas que finaliza con el actual, Joseph Ratzinger, a menos que se considere cuánto está siendo acosado por una crisis de denuncias que va creciendo cada vez más. Semanas atrás, según la prensa, los momios de las apuestas sobre su renuncia estaban 15 a 1, hoy sólo 3 a 1. Una nota de The New York Times menciona su involucramiento en el caso del sacerdote alemán Peter Huller, cuando siendo arzobispo en 1980 “respondió a las primeras acusaciones de abuso sexual permitiendo al sacerdote mudarse a Munich para recibir terapia, un abusador sexual de menores que por décadas siguió trabajando con niños y niñas luego de ser condenado penalmente”.
Su hermano mayor, también sacerdote, fue director de un coro donde ocurrieron múltiples abusos sexuales y crueles correctivos, en los cuales el mismo Joseph Ratzinger pudo haber tenido responsabilidad por omisión. La ya concluida investigación del Vaticano sobre los Legionarios de Cristo y su demoniaco fundador, Marcial Maciel ---un fascineroso, un monstruo, como lo llama el vaticanista José Manuel Vidal, para el cual el Vaticano estaría pidiendo a la orden legionaria la damnatio memoriae, la condena de la memoria, a riesgo de ser disuelta---, aumentará el inmenso desprestigio y la indignación pública que la Iglesia va concitando, así como el espectáculo de sus escándalos, tan imperdonablemente parecidos ---o peores, pues estos vicios viles y anticristianos se mantuvieron ignorados y secretos, fueron cometidos contra niños y niñas puestos bajo su cuidado--- a aquella de los papas depravados, del ministerio más corrompido, del diablo en la Iglesia, donde ahora parece estar aposentado.
El cisma protestante se originó en una decidida oposición---siempre hay una gota que derrama un vaso--- a la decadencia que el clero, sus purpurados y el papa ostentaban sin recato alguno. Por estos días parece trastabillar de nuevo la institución históricamente más antigua y culturalmente más importante que conoce Occidente, al que en gran medida formó, como si el tiempo líquido y efervescente que cada vez va más rápido fuera subiendo la magnitud de los inesperados fenómenos que ocurren.
No debe ignorarse que la Iglesia católica tiene enemigos poderosos. Es la pieza mayor de todas las apuestas escatológicas, terminalistas, cuya narrativa termina precisamente con la caída del papado porque ello dará lugar a los acontecimientos finales, no solamente según san Malaquías sino también según otros textos coincidentes.
La putrefacción del clero romano es una historia triste y a la vez esperanzadora. “Me gusta terminar”, diría el pagano Montherlant. Si el papado termina y el mundo no, entonces lo sagrado saldrá del desautorizado monopolio de los especialistas y de los lugares especializados para encontrarse donde siempre ha estado: en todas partes-en ninguna parte, debajo de la piedra, en el fuego, en las cenizas, en usted y yo. Pero si la época conocida acaba, será igual aunque a otra, titánica escala: vendrá el espíritu desde todas partes-ninguna parte para actuar aquí mismo, manifestándose. 111 es la cuenta, dice el santo irlandés, y estamos en el último pastor. Su divisa, De gloria olivae, quizá contenga la amnésica paz que Benedicto XVI ofrece a críticos, agraviados y ofendidos para sortear la tempestad. Una mera antesala.
Fernando Solana Olivares
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