Thursday, June 05, 2014

EXTRAÑEZAS.

Un pequeño libro de Elisabeth Kübler-Ross resulta perturbante: La muerte: un amanecer (Océano, 2005). El carácter de la autora es otro elemento más para provocar esta intensa sensación. Nacida en Zúrich en 1926 y fallecida en Arizona en 2004, médica y psiquiatra, durante más de veinticinco años investigó la experiencia de la muerte y trabajó en la sección de enfermos terminales de diversas instituciones hospitalarias. Escribió una veintena de libros y recibió casi treinta títulos honoris causa. De tal modo, su formación científica nunca estuvo en duda. Y sin embargo, sus conclusiones colapsan la mente racionalista y materializada predominante: la muerte es una transformación empírica a otro estado del ser consciente, donde al llegar se encuentran presencias familiares amadas junto con figuras providenciales surgidas del origen religioso de cada cual, y también una condensación del tiempo que ofrece a quien ha muerto el examen íntegro de la vida que se acaba de vivir. Quizá en ella actuó la antigua sentencia: “poca ciencia aleja, mucha vuelve a llevar”, pero lo cierto es que la geografía de la muerte que esta mujer ha cartografiado (exactamente la misma tarea que en tiempos anteriores llevaron a cabo los chamanes: ir a ese territorio desconocido y volver para contarlo) se aleja de la ciencia para volverse decididamente mística. El budismo tibetano afirma que es la propia mente la que proyecta todo lo que se vive en el bardo (intervalo) de la muerte, un patrón estructural común a casi todos, siempre y cuando se acepte (sin poder confirmarlo o negarlo hasta que uno mismo muera) lo que se muestra como el eje de las afirmaciones de Kübler-Ross: la conciencia existe y se percibe a sí misma y a lo que lo rodea más allá de este estado de vida episódico. Es literal: la vida de la conciencia más allá de la muerte. La conciencia es tan compleja como el universo, el cual es más misterioso de lo que pensamos y de lo que podemos pensar. Nuestras categorías mentales nos impiden percibirlo (y en muchos sentidos nos preservan del golpe demoledor de que ello inesperadamente sucediera), pero hay estados alterados de la conciencia que muestran lo que contienen las zonas selladas de la psique. Desde las religiones antiguas, los misterios paganos, las drogas sagradas, los enteógenos y las sustancias psicoactivas, hasta las disciplinas psicofisiológicas meditativas practicadas por un sinnúmero de culturas y vías espirituales, el movimiento de la conciencia más allá del cuerpo es una realidad objetiva para gente de todas partes y de todos los tiempos que lo ha experimentado. El malogrado historiador rumano de las religiones Ioan P. Culianu dedicó estudios profusamente documentados al viaje del alma fuera del cuerpo, una técnica dominada por los magos renacentistas y visiblemente presente, según autores como Morris Berman, en lo que él llama el “camino vertical” de cultos judíos, gnósticos, cátaros y tantos más, contrario al “camino horizontal” común a todas las religiones, pues la vertical es una ruta discontinua, visionaria, extática y personal. Son aquellas técnicas arcaicas del éxtasis que han seguido presentes siempre, aun soterradas, casi secretas. La doctora Kübler-Ross estableció el patrón de muerte mencionado a partir de experiencias corporales surgidas durante la experiencia de “muerte aparente” o del “umbral de la muerte” que ella testificó cientos de veces. Tal patrón se funda en esas evidencias, entre las cuales está la percepción extracorporal de pacientes en estado de muerte clínica que detallan después con escalofriante precisión todo lo sucedido a su alrededor mientras aparentemente han muerto. Lo que no sucede con su propia experiencia en cuanto a lo que hay más allá de las primeras etapas mortuorias. Menciona dos de abandono del cuerpo inducidas, la primera con un médico en el marco de una investigación científica que fue interrumpida prematuramente, y una segunda donde rechazó la intervención ajena haciéndolo sola. El testimonio alude lacónicamente a su alcance de esos estados de conciencia y la profunda catarsis que exigieron. De pronto parece suceder el momento neomedieval que algunos advertían: hiperrealismo visual, burbujas virtuales, espíritus pululantes y seres de frontera, mundos fantásticos y míticos, y otros estados de la conciencia ahora señalados desde una alopatía médica que derivó en la locura de una viejecita encantadora o en una visión verdadera. Como se alcance a ver. Fernando Solana Olivares.

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