Friday, November 04, 2016

HEANEY EN PURA

O Pura en Heaney, da lo mismo. El orden de los factores no altera el producto, así el primero en tiempo sea el primero en derecho y la filiación genealógica invariablemente indique una prelación del maestro sobre el alumno. Se trata de traducción, trasvasamiento, trasposición, o de una metamorfosis donde el traductor influye en lo traducido y la traducción influye en el traductor. Sucede así un proceso cultural de polinización y se elabora un tercer objeto literario, una nueva entidad. Pura López Colomé lo dice en el deslumbrante prólogo a su homérica traducción Seamus Heaney. Obra reunida, mediante una frase del poeta irlandés que descansa sobre su escritorio: “Es inevitable introducir la propia voz al traducir”. Las formas de hacerlo, propondrá Heaney, gran traductor él mismo, son el allanamiento, una intrusión en el texto, o la colonización donde texto y traductor se influyen entre sí. “Actividad traslaticia”, le llamará la traductora. O búsqueda del hilo secreto del lenguaje universal oculto aludido por Walter Benjamín como un designio vocacional. Aquel término, “tralaticio”, designa una acción de la conciencia: todo contacto entre el pensamiento y la cosa es un traslado de doble sentido, como la imagen que convoca la poeta para explicar ese orden de afinidades entre ella y él, entre la traducción y la poesía, entre la misma y diversa experiencia. Primero el punto catástrofe que el poeta Dylan Thomas establece de esta manera: “Después de la primera muerte, no existe ninguna otra!, a lo cual Pura añade que si ello sucede en la infancia cambiará de tajo y por completo la visión del mundo, “en adelante, se hablará por la herida”. Heaney pierde a su hermano pequeño y ella pierde a su hermana siendo muy niña. Después, también durante la infancia de los dos, sucederá un encuentro con la poesía, amparador en un casi, revelativo en el otro, aunque todo hecho poético ampara, protege y, al mismo tiempo, algo revela y de tal manera modifica a todo aquel que lo realice. Pura lamenta en su prólogo, “con toda el alma”, no contar con algo más de Irlanda en ella. Lo que tuvo fue una monja benedictina del internado (otra resonancia con el nardo irlandés) donde su padre la envió en Dakota del Sura, Sister Madonna, la cual provenía de Belfast, que le hizo conocer la literatura irlandesa y le dio a leer poemas que, en afortunada metáfora, le “salvaron la vida”. Y la hicieron poeta. En cuanto a Seamus Heaney, su infancia fue igual de determinante. En ella no solamente inició el aprendizaje del lenguaje (“suave gradiente de consonantes/ pradera de vocales”, escribirá para referirse a una sola palabra) sino además su dominio de la “cosa en sí” que el poema contiene, del genuino acto poético” que conduce a ella. Alguna vez habló del lenguaje como un sistema inmunológico del espíritu. “A la altura del sí mismo”, prólogo de la poeta traductora establece una red de vínculos, procedencias y razones que explican lo siempre inexplicable, el misterio del verbo cargado de sentido a su máxima posibilidad. En ese texto poderoso y bello Pura recordará el discurso de realizar eso que le da y siempre le dará certidumbre como tal: el poder de persuadir a esa parte vulnerable de nuestra conciencia de su bondad, a pesar de la evidencia de maldad a todo su alrededor; el poder de recordarnos que somos cazadores y recolectores de calores, tanto que son, también una prenda de nuestro verdadero ser humano”. Cuando Seamus Heaney se encontró con Czeslaw Milosz-“Lo que se articula, se fortalece”-, entonces un oscuro profesor, aquello que recibió de él, la poesía centroeuropea y su profunda sabiduría, fue tanto viaticum, un alimento, como vade mecum, un mandato. Pura López Colomé obtuvo lo mismo de Seamus Heaney: la enseñanza esencial de “situarse a la altura de su predicamento”, a no desertar de la asignación recibida, a seguir firme en la intersección entre belleza y verdad, a considerar el arte poético como una profecía y una penetración ancladas en las visiones de la infancia. El viático y el mandato se transmiten a nosotros, lectores deslumbrados, a través de esta cadena privilegiada: “Se dio mi existencia. Estuve ahí./Yo en el lugar y el lugar en mi”. De no haber estado despiertos, escribirá Heaney, nos lo habríamos perdido. Esta es la búsqueda apasionada de lo real. Fernando Solana Olivares

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