Friday, October 13, 2006

PORQUE YA ES OCTUBRE

Todo encuentro casual es una cita, según dijo ese budista extraviado en Occidente que fue Arthur Schopenhauer, pensador del cual los manuales escolares afirman que elaboró una doctrina del pesimismo, cualquier cosa que esto signifique. Porque ya es octubre y un año más termina ---últimamente el tiempo no corta el mar sino vuela, conforme a aquel poema esproncediano que la memoria trastoca---, sería infructuoso elucidar el significado de toda filosofía pesimista, aun la de ese mentor lúcido y desencantado que influyó a tantos, que influyó tanto y que lo sigue haciendo hoy en día: entre aquellos ascendientes que determinaron la mentalidad contemporánea debe considerarse prioritariamente el suyo.
Porque ya es octubre. ¡Cuántas cosas vividas pueden quedar implícitamente manifiestas en sólo cuatro palabras! Magia condensada del lenguaje, atributo de su economía expresiva, de su incandescente parquedad. El término “lacónico” significa, etimológicamente, espartano, es decir, breve, conciso. Y mencionar el décimo mes del calendario, anteponiéndole el adverbio de tiempo “ya” más la conjugación del verbo ser, supone aludir lacónicamente a la cualidad incesante de los días que irremediable, velozmente pasan y se van para nunca volver.
Aunque este texto se inició mencionando los encuentros casuales que son citas. Por ejemplo, con los libros adquiridos, algunos de los cuales se leen de inmediato, pero otros se guardan hasta que llega un día donde tal cita omitida ocurre pues son abiertos debido a un impulso aparentemente surgido de una mera casualidad. La angustia de poseer una biblioteca leída a medias consiste en eso: pensar que entre sus volúmenes intonsos, no frecuentados, se encuentra alguno que bien podría cambiar el destino de su propietario, al modo de una llave capaz de abrir la cerradura del reino cognitivo donde se modifica y enriquece la percepción de la realidad. ¿Cuántos de nosotros dejaremos esta vida sin haber abierto jamás aquel texto que nos estaba deparado y que durante años yació a nuestro lado?
Tiempo, hablamos de tiempo. Y de pronto, haciendo caso de esos manes ocultos aunque presentes en toda biblioteca pequeña o grande, da igual ---“pocos, pero doctos libros junto”, escribe Quevedo---, uno toma del estante ese ejemplar que compró hace años quién sabe en dónde, sacude el polvo acumulado y al sumergirse entre sus páginas se convierte en un cerrajero. ¿El autor? Maurice Nicoll, médico inglés muerto hace más de medio siglo y hoy, sin duda, desconocido. ¿El título? Una promesa significante: La flecha en el blanco, no colocada apenas en el arco ni surcando el aire rauda, sino enhiesta al centro de la diana. ¿El tema? Una inteligente extravagancia: la otra lectura de las parábolas de los Evangelios cristianos, que el autor entiende como tratados operativos y aplicables de una “verdadera y genuina psicología” humana, la de la propia transformación.
Una palabra eje de estos principios y significados cuyo origen es otro nivel de percepción, que no tratan de los propósitos de la vida ordinaria y por ende no son literales pues contienen métodos para la evolución interior, la transformación mental, es la voz griega metanoia, equivocada, moralistamente traducida durante siglos como arrepentimiento, pero que en realidad significa cambiar la manera de pensar. (De ahí que Cooper y Laing, los dos legendarios antipsiquiatras del siglo pasado, afirmaran que todo proceso sicótico era, al modo de un viaje de signos, antes que una enfermedad radicable en un espacio concentracionario, el hospital, una metanoia personal que merecía dejarse expresar bajo ciertos cuidados mínimos, pues así derivaría en la reconstrucción psíquica individual, como pudo comprobarse en uno de los más exitosos proyectos de salud mental hoy cancelado por el neoliberalismo: la clínica antipsiquiátrica inglesa de Kingsley Hall.) Entonces, según el uso dado por Jesús en sus parábolas a esa palabra, lo principal era algo mucho más amplio que lamentar los propios pecados, pues tratábase de “poner en marcha un nuevo e inmenso movimiento interior para obtener el gobierno de la vida: la metanoia es el cambio del hombre interior”, conforme apunta una referencia empleada por Nicoll.
Desde esta perspectiva siempre han existido dos futuros posibles para el sujeto: uno en el transcurrir del tiempo y otro en un cambio del estado interior. Es acerca de este futuro no ubicado en el tiempo externo sino en el espacio íntimo que versan los Evangelios. “Y nada mejora a medida que la persona envejece. El Tiempo no es el factor que produce la transformación del nivel general de la vida ni del individuo. Pero hay una ilusión profundamente arraigada y que obra en todos nosotros. Mañana será otro día; mañana todo será distinto, traerá una mejora en las condiciones generales”, escribe Nicoll, para advertir que el error de la gente es pensar en términos de tiempo y no de estado mental, insistente tema de las parábolas cristianas que tratan acerca del logro de dichos estados superiores de sí mismo, “pero no en el sentido del mundo, sino en el sentido de la propia vida, no en el mañana ni en algún más allá, sino ahora”.
Nicoll y Schopenhauer en octubre, pues ya es. La casualidad vuelta un encuentro a celebrarse tarde o temprano, los libros mudos que aguardan pacientemente a quien están destinados, el tiempo concurrente y vertiginoso, el calendario ruin. Y aquello que alguna vez puede ocurrirle a cualquiera o la paradoja de la proximidad. Sin ello la vida sería insoportable. Pero no lo es.

Fernando Solana Olivares

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