Sunday, November 29, 2009

EL CENTRO INSOLUBLE

Para José Emilio Pacheco, el mejor
artífice, la generosa persona

Con cierta frecuencia esta columna recibe correos entrañables, mensajes dignos de conservarse. Algunos se contestan y agradecen de inmediato y otros se postergan por la sorpresa que causan o la emoción que provocan en el autor, un mero vehículo para la circulación del lenguaje ---a veces, diría Borges, los dioses conceden la alusión; casi nunca la expresión---.
Pero también se reciben mensajes reclamantes. Como aquel que llegó acerca del artículo del viernes pasado, “Esperando a quién”, donde se rechaza “la amarga perspectiva nacional” que según ese lector dicho texto sugiere. Ernesto Alcántara Guerra, su remitente, afirma que esa visión es destructiva y pesimista, antisocial y paralizante. Después de cavilarlo un rato acepto, nada más parcialmente, el segundo adjetivo, que me parece, igual que su contrario, el optimismo, una postura sentimental.
Y no es que yo mismo no sea sentimental con frecuencia o carezca de momentos optimistas y tonificantes, pero la escueta descripción de hechos, no su relato subjetivo, son propios de un realismo nacional que huele a Dostoievski: si eso es pesimismo, sea, pues así es. “Las cosas van color de muerto”: lo escribió a tiempo el poeta Eliseo Diego. Y mejor reconocerlas, porque entonces podrá resistirse ante ellas y cambiarlas, si es que eventualmente pueden cambiar.
Reconocer es comprender, darle algún sentido, aun cuasicatastrófico, a la inquietante realidad contemporánea, a su condición impredecible, sin síntesis ni referencia, sin pronóstico también. Y la construcción personal del sentido es clave para la sobrevivencia en momentos tan complejos como los actuales. ¿Inesperados? No, en absoluto: desde hace siglos la literatura y el arte de la modernidad han advertido sobre este proceso donde nada es cierto y todo está permitido, donde todo lo sólido se desvanece en el aire, donde los discursos de la normalidad ya no tienen lugar. Como a continuación queda comprobado, con este ejemplo brasileño que bien podría ser el de nuestro país:
“¿Solución? No hay solución, hermano ---le contestó no hace mucho Marcola, jefe de la banda carcelaria del Primer Comando de la Capital en las favelas de Sao Paulo, a un reportero de O Globo---. La propia idea de ‘solución’ ya es un error. (...) Sólo la habría con muchos millones de dólares gastados organizadamente, con un gobernante de alto nivel, una inmensa voluntad política, crecimiento económico, revolución en la educación, urbanización general. Y todo tendría que ser bajo la batuta casi de una ‘tiranía esclarecida’ que saltase por sobre la parálisis burocrática secular, que pasase por encima del Legislativo cómplice. ¿O usted cree que los chupasangres no van a actuar? (...) Tendría que haber una reforma radical del país”.
Quien habla representa una violenta cultura criminal ayudada por la tecnología, una especie de la post miseria, como él mismo la define. “Es la mierda con chips, con megabytes. Mis comandados son una mutación de la especie social. Son hongos de un gran error sucio”, dice Marcola, jefe de la prisión y señor de su favela donde están armados hasta los dientes, mejor que las fuerzas policiales que entran muertas de miedo a territorio ajeno desde el cual derriban helicópteros y expulsan a los grupos de asalto. Ha leído 3,000 libros en la prisión y entre ellos al Dante, a quien cita reverente: un jefe criminal, un contra-genio bárbaro pero ilustrado y esclarecido.
“Nosotros estamos en el ataque. Ustedes en la defensa. Ustedes tienen la manía del humanismo. Nosotros somos crueles, sin piedad. (...) Ustedes sólo pueden llegar a alguna parte si desisten de defender la ‘normalidad’. No hay más normalidad alguna. Ustedes precisan hacer una autocrítica de su propia incompetencia. (...) Estamos todos en el centro de lo insoluble. Sólo que nosotros vivimos de él y ustedes no tienen salida. Sólo la mierda. Y nosotros ya trabajamos dentro de ella. Entiéndame, hermano, no hay solución. ¿Saben por qué? Porque ustedes no entienden ni la extensión del problema. Como escribió el divino Dante: ‘Pierdan todas las esperanzas. Estamos todos en el infierno’.”
Cuán duro suena lo anterior, pero ora sí que siendo real el descriptivo análisis del jefe bárbaro es entonces racional, como quiere el Sr. Hegel. La razón engendra la no-razón. Del mismo modo, la no-solución es, en sí misma, una solución. Aceptar que vivimos en el centro de lo insoluble significa aplicar a nuestras cambiantes circunstancias el proverbio del Go: el punto vital de mi enemigo es mi propio punto vital.
La filosofía proveniente de la post miseria y su descarnada clausura del humanismo son un signo de la época y a la vez una discontinuidad con la política general de la verdad anterior y con sus discursos autorizados, con los abundantes y sentimentales anhelos de normalidad. Podemos lamentarnos todo lo que querramos por esa defunción cultural de la pastoral ilustrada, porque ya no nos quedan más comienzos culturales, o bien actuar como Marcola, inspirado por Nietzsche, a quien desde luego lee: “Lo que no nos aniquila nos vuelve más fuertes”. Y toda fortaleza es un realismo que reconoce sin autoconmiseración alguna cómo están las cosas, cómo va la realidad. Por eso la alquimia llamaba pykros al agua amarga del reconocimiento, condición necesaria para actuar en el mundo que nos fue dado para vivir. O que hicimos entre todos.


Fernando Solana Olivares

2 Comments:

Blogger francisco said...

felicidades

7:36 AM  
Blogger francisco said...

Maestro Fernando:
Soy constante lector de sus publicacónes y hoy me atrevo a comentar sobre el centro insoluble.
Es un gran debate filosófico el que se finca acerca de lo real y objetivo, respecto a lo subjetivo.Yo creo que el ser humano construye sus realidades y en este sentido, no es unica e independiente.

8:01 AM  

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