Friday, September 18, 2009

LA VIDA SIMPLE

Durante muchos años, casi veinte, busqué ese libro y no lo encontré. Ciertos textos hay que cuando se buscan no se encuentran, para tiempo después aparecer inesperada y sorpresivamente. Así van ordenándose las piezas del rompecabezas.
Llama la atención el humilde mensajero que lo trajo. Por varios días un hombre me estuvo buscando con la intención de venderme cuatro discos de computadora grabados con centenas de libros. No me interesó la oferta pero el hombre fue tenaz y al fin acepté que me mostrara el índice.
Vi de reojo que había obras de Caridad Bravo Adams, de Og Mandino y de Rice Burroughs, corroborando así mi desconfianza escéptica desde el comienzo del trato. Estaba a punto de regresárselo cuando un nombre y varios de sus títulos saltaron ante mi mirada: Coomaraswamy. Luego busqué a Guénon y ahí estaba.
Con cierta ansiedad seguí el alfabeto para llegar a la letra. La vida simple de René Guénon, escrita por Paul Charconac, una de las dos o tres semblanzas biográficas existentes sobre ese autor, escrita por Paul Chacornac, venía consignada. Acepté comprarle los discos con la condición de que me trajera impreso ese texto que sólo conocía por citas.
Volvió muy pronto, me lo entregó junto con los discos y yo le pagué más de lo que me había pedido. Sentí una modesta voluptuosidad, pues tenía en las manos la historia ordenada de un hombre extraordinario, como lo llama el mismo biógrafo, al cual es imposible definir o clasificar.
“Aunque no fue un orientalista ---explica Chacornac---, nadie mejor que él conocía el Oriente. No fue un historiador de las religiones, aunque supo, más que nadie, hacer salir a la luz el fondo que todas tienen en común y las diferencias de sus perspectivas. Tampoco fue un sociólogo, aunque nadie analizó con más profundidad las causas y los males que padece la sociedad moderna. (...) No fue un poeta, aunque un adversario suyo reconoció que su obra era como un encantamiento capaz de satisfacer la imaginación más exigente. No fue un ocultista, aunque abordara temas que antes de él se englobaban bajo la denominación de ocultismo. Y sobre todo no era un filósofo, a pesar de haber enseñado filosofía y haber sabido demostrar la inanidad de los sistemas filosóficos cuando se los encontró en el camino”.
Y este hombre extraordinario fue durante toda su vida un hombre oscuro, no un héroe público sino un santo secreto, alrededor del cual se hizo una conspiración del silencio. Aunque desde que apareció su obra suscitó la admiración y la adhesión fervientes de un puñado de lectores repartidos en todo el mundo, éstos nunca alcanzaron el millar. Pero a su muerte, el 9 de enero de 1951, la persona y la obra de Guénon hicieron una brusca salida a la escena pública, situación que llevó a Charconac a escribir su pequeño y esclarecedor libro para contar la vida de quien, según el testimonio de su amigo González Truc, “era uno de esos seres infinitamente raros que jamás dicen ‘yo’.”
René Guénon nació en la ciudad francesa de Blois el 15 de noviembre de 1886. Muy rápidamente se distinguió como un aventajado alumno de filosofía y matemáticas, entre otras materias, y a los 18 años se instaló en París, en el austero tercer piso de un edificio donde viviría 25 años hasta su partida definitiva a Egipto, cuando cambiará de nombre, habiéndose convertido años atrás al Islam, para tomar el de Abdel Wahed Yahia, mismo con el que morirá en El Cairo sin haber vuelto a Europa.
La parte más enigmática de una vida simple y oscura consiste en la forma mediante la cual René Guénon obtuvo los profundos conocimientos, hasta entonces desconocidos en Occidente, que entre los 23 y 26 años, y luego hasta el fin de sus días y aun póstumamente, transmitió con rigor y precisión inusuales para ese pequeño grupo de devotos y asombrados lectores.
Es sabido que René Guénon no estudió las doctrinas y lenguas orientales de manera libresca, sino que fue iniciado y educado en ellas de forma directa por maestros hindúes, maestros taoístas y maestros islámicos, de los cuales se sabe lo suficiente para poder afirmarlo sin ninguna duda. Y queda la erudición de Guénon, su vasta sabiduría, sus inclasificables alcances, como una rotunda constancia de que dicho proceso, absolutamente único en Occidente desde hace siglos, así ocurrió.
No puede glosarse aquello que debe conocerse sólo en la fuente que le da origen. Así que el maestro intelectual (y espiritual) más importante para la civilización occidental desde el fin de la Edad Media hasta nuestros días fue un hombre de existencia discreta y entorno frugal, atento, silencioso y reservado, y cuya cortesía y bondad fueron descritas como metafísicas.
“Aquí por fin ---escribió un lector entonces, aludiendo a la obra de Guénon donde fustiga y condena las idolatrías de la modernidad: el progreso, la ciencia, el reino de la cantidad predominante---, lo temporal está medido, contado y pesado con medidas eternas y se lo ha encontrado demasiado ligero”.
Ahora caigo en la cuenta de que el humilde mensajero que llegó a mí nunca empleó el pronombre personal “yo” durante los varios episodios de nuestro trato. Parecería una costumbre natural entre aquellos quienes van hacia la realización espiritual, así sea entregando un libro a su inadvertido destinatario casi veinte años después de que sin saberlo éste lo ha encargado.
Ese misterio tremendo que llamamos realidad.

Fernando Solana Olivares

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