Saturday, August 29, 2009

LA MUJER DE LOT

Me sugiere un querido amigo y muy inteligente lector ---para él en gran parte es este texto--- que abunde en una mención a la bíblica mujer de Lot y al deslinde con el pasado personal, hecha hace poco por el articulista (“un pelín sobrado” y “rimbombante” a veces por intelectuálico, como me escribe otro lector; y tiene razón: mea culpa: en ocasiones soy mamoncísimo: lo sé; pero también me temo que en tales dardos amables se esconde el odio a la cultura como propuesta cultural masiva, el tirar hacia abajo “democrático”, otra desviación de la época que ya no se acostumbra reconocer).
“Acordaos de la mujer de Lot”, apercibe Jesús en el Evangelio de Lucas. Y en clave psicológica lo hace Maurice Nicoll (La flecha en el blanco, Kier, Buenos Aires, 1957), quien lee el relato como una analogía del paso de una condición a otra en el desarrollo del sí mismo personal: “trata acerca de etapas o estados en el desarrollo interior”, escribe, “de cómo el individuo ha de abandonar lo que era antes y aquello a lo que se aferraba”.
El relato del Génesis cuenta que al caer la tarde dos ángeles visitan a Lot en Sodoma para advertirle que huya con toda su familia antes de que la ciudad sea destruida debido a sus pecados. Le aconsejan que vaya con premura al monte ---símbolo de otro nivel superior de sí mismo--- para llegar a salvo a la ciudad de Zoar. Él y los suyos dudan en hacerlo pero uno de los visitantes le dice que no podrá ser ayudado en tanto no abandone su antigua condición. Y esa condición radica, sobre todo, en la memoria del pasado. Por esa memoria la mujer de Lot voltea cuando van por la llanura huyendo de la destrucción y queda convertida en estatua de sal.
La necesidad de resolver el pasado debe entenderse como una superación del poderoso impulso sentimental que nos hará voltear a ver, nostálgica y melancólicamente, lo que se deja atrás. Nicoll afirma que ese acto significa una detención cognitiva y emocional en el tiempo, pues el conocimiento “ya no puede ser algo que lleve a la memoria”. Tal viaje psicológico de Lot y su mujer supone una muerte y una renovación: Lot titubea en salir de Sodoma aunque al fin lo hace, pero su mujer no puede irse mentalmente de ahí y queda físicamente petrificada.
La velocidad con que las cosas conocidas y familiares se evaporan, la fuerza con la cual las certezas públicas o ideológicas van decayendo, los asomos cada vez más cercanos de circunstancias ambientales catastróficas, la dureza y creciente complejidad de los tiempos que corren, su condición inédita, todo ello compone un terreno comparable (la metáfora muestra lo otro de lo mismo) a la inminente destrucción de Gomorra y al aviso espiritual recibido por el hombre justo que era Lot.
Aceptándose el símil, éste opera tanto en lo individual como en lo colectivo, aunque la parábola cristiana enfatice que la salvación, es decir, el cambio de conciencia, su transformación, sólo es posible para unos cuantos. ¿Quiénes? Aquellos que efectivamente entiendan en su vida diaria que el conocimiento ---la ponderación, el registro, la comprensión y entonces la aceptación--- acerca de las situaciones existenciales y los fenómenos contemporáneos exige dejar de lado la memoria de lo conocido y el costal de huesos del pasado, porque tanto una como otro sólo provocan una comparación del todo desventajosa y riesgosamente enfermiza entre lo que alguna vez se tuvo (seguridad en el futuro, por decir algo, así fuera imaginaria) y la zozobra con que se vive hoy: el mismo error fatal de la mujer de Lot.
O la psicología de la mutabilidad, podría llamarse también. Esa capacidad para desprenderse del lastre de los sentimientos vueltos a sentir, los resentimientos; esa disposición para salirse de la cultura de la víctima y dejar atrás toda autoconmiseración. Tal vez existen dos vías para lograr lo dicho, que en suma son una sola. Cuentan quienes ahí estuvieron que los sobrevivientes de los campos de concentración habrían sido o bien quienes en medio de la inhumanidad de su terrible situación nunca olvidaron las pequeñas tareas de la dignidad humana, un estado de ánimo que lleva a aguzar el ingenio, ejercitar la paciencia y fortalecer la voluntad, o bien los que creyeron y confiaron en la providencia de un poder superior, poniendo ellos de su parte todo lo posible para merecerla y seguir adelante. Escribiría Primo Levi durante el cautiverio sufrido en Monowitz-Auschwitz que “una sola y ancha es la vía de la perdición, las vías de la salvación son, en cambio, muchas, ásperas e impensadas.”
Comprender significa contener en uno mismo aquello que se comprende. Lot abandona el pasado dándole la espalda, se lleva con él sus recuerdos buenos, imborrables, pero éstos no lo detienen enfermizamente en el tiempo imaginario, en el tiempo re-sentido. Esa es, acaso, una respuesta ante el agudizado acertijo de este momento histórico: aceptar que todo es cambiante y fluye más que antes, y uno también. En adelante el conocimiento no deberá venir de la memoria, tampoco la comprensión.
Es el problema heroico de siempre dicho por el poeta: “Dame, Señor, piedad para mí mismo, y que mi obra te responda”. En este caso la obra consistiría en un desprendimiento, en un dejar de voltear atrás. A nuestro ayer se le llamó modernidad líquida. Hablando de agua ---que ahora no cae: tardomodernidad seca--- nunca se debe nadar contra las grandes olas. Tampoco voltear a ver las cegadoras destrucciones de las que uno, avisado, escapa.

Fernando Solana Olivares

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