Saturday, July 04, 2009

ENTRE AQUELLAS RAZONES, OTRAS

1. Este texto querría terciar entre las consideraciones expuestas por Denise Dresser para promover el voto nulo (“23 razones para anular”, Proceso 1704), y la respuesta a las mismas de José Woldenberg (“23 razones para votar”, Reforma, 25/VI/09). Terciar no para interceder, mediar o arbitrar entre ellas, pues desde su propia perspectiva cada cual tiene razón, así yo mismo prefiera la lógica más audaz y concreta de Dresser al formalismo siempre tan propio de Woldenberg, sino para interponer entre ambas una causa profunda del envilecimiento y la descomposición de la clase política mexicana, que no veo señalada en ninguna de las dos.

2. “Cuando una población se distrae en lo trivial ---escribe Neil Postman, citado por Morris Berman---, cuando la vida mental es redefinida como una perpetua ronda de entretenimientos, cuando el discurso público serio se vuelve una especie de balbuceo, cuando, en breve, la gente se convierte en una audiencia y su involucramiento en lo público un acto teatral, entonces una nación se halla a sí misma en riesgo: la muerte cultural es una clara posibilidad”.

3. La cita anterior puede condensarse en una palabra: televisión. La pregunta de uno de los protagonistas de la novela White Noise de Don DeLillo: “¿Éramos así de estúpidos antes de la televisión?”, debe trasladarse directamente a los partidos políticos, sus telegénicos candidatos y sus mercadotécnicas propuestas: ¿Eran así de estúpidos (o se mostraban como tales) nuestros políticos antes de que la televisión se convirtiera en el Gran Elector nacional?
4. Es en ese territorio omnipresente y avasallador, cuyos contenidos mayoritariamente asumen una audiencia de idiotas, que crea en sus espectadores un esfuerzo de atención sostenida por no más de diez segundos, que asume que la reflexión crítica y el aprendizaje verdadero pueden tener lugar mediante imágenes visuales, y que convierte todo en una mercancía mediante un discurso ideológico no reconocido como tal, donde opera la banalización profunda de la política, la mimetización que vuelve sustancialmente idénticos a los partidos entre sí, aunque esto parezca una falacia intelectual: no sólo están ahí los lamentables comerciales políticos pagados con dinero público para confirmarlo, sino la acción misma de los partidos y sus candidatos, su inoperancia legislativa y, como producto de todo ello, el estado real de una nación que se va pulverizando.

5. Se dirá que este “orden ingrávido”, este proceso planetario de estupidización ---una nueva forma de censura hacia abajo: el “totalitarismo por default” como lo llama Benjamin Barber--- resulta un signo de la época presente en cualquier sociedad tardomoderna, aquella legendaria confusión entre la urna y el orinal. Pero en México se carece de cualquier contrapeso ante el incuestionable poder de los concesionarios monópolicos de la radio y la televisión que llevan décadas de hacer, decir y mostrar lo que les plazca, y que hasta hoy han subordinado al espectro político en pleno: aquí los interlocutores acaban siendo locutores.

6. La oposición descrita por Woldenberg entre “una clase política cerrada, amafiada, incapaz” y un pueblo “noble, incorruptible, virtuoso” es un falso silogismo. Señalar la pervertida naturaleza de los políticos mexicanos ---demostrable porque está fundada en hechos múltiples y por desgracia constantes--- no supone exaltar a cambio las supuestas cualidades de la gente común (uno de cuyos grandes defectos es precisamente tener a tales partidos e individuos como “representantes populares”), como tampoco significa condenar la política en general, sino sobre todo esa política ajena y con frecuencia adversa al interés colectivo.

7. La historia registra que todo surgimiento de un sistema de realidad alternativa es percibido siempre como una amenaza en aquellos sitios donde están involucrados el poder o la autoridad. ¿Será por ello que a pesar de que la anulación del voto o la abstención son un derecho ciudadano reconocido por el sistema democrático ahora se alzan tantas voces e instituciones interesadas para cuestionarlo? ¿Cuán democráticas son tales posturas cuando reprueban una decisión que en sí misma es un acto mayor de civilidad: abstenerse de participar donde no se quiere y con los que no se quiere, así sean éstos los únicos que hay?

8. De no haber emergido un movimiento masivo y espontáneo ---aunque pueda reconocerse, sin conceder, que existan en su interior algunas “agendas ocultas”--- por el voto nulo, cuyo mensaje consiste no solamente en la expresión del malestar (una condición de la conciencia crítica) sino además de la desconfianza y el hartazgo (una prerrogativa de la moral pública) ante la clase política y sus resultados prácticos, esta elección no hubiera significado otra cosa que la trivialidad mediática y el engaño masivo, la consagración del reality show como instrumento electoral y la franca espectacularización promocional de la política: el mejor rostro, el más envaselinado copete, la sonrisa más dentrífica y el eslogan más hueco, más televisivamente superficial: “así si gana la gente”, “primero tú”, “acciones responsables”, “beneficios para ti”, etcétera.

9. Las raíces de la civilización occidental provienen de una tradición de sano escepticismo, de creatividad individual y de elección libre. En ella la inteligencia es una facultad que se abstiene. Ahora se requiere hacerlo para detener la decadencia política, un huevo de serpiente que disfraza lo que se incuba en su interior. “Deja que tu vida hable”, aconsejaban los antiguos. “Deja que tu voto no hable”, dicen hoy demócratas que sí lo son.

Fernando Solana Olivares

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