GUÍA DE ATRIBULADOS
Aunque la sentencia de la Ley de Manu hindú ---la legislación humana más antigua de esta edad adánica compuesta por milenios, según establece la visión histórica de los grandes ciclos--- afirma que “No hay agua lustral mejor que la del conocimiento”, hoy todo conocimiento (o mejor, todo re-conocimiento, es decir, toda aceptación de lo real) lleva al dolor. Como si la psique común fuera una casa dividida contra sí misma y, por tanto, destinada a derrumbarse, mirar en nuestros tiempos la vida de uno mismo, de la gente y sus sociedades, es mirar un espectáculo escalofriante y sombrío que fácilmente puede conducir a la desesperanza, al sinsentido, a la evasión necesaria ante esta oscura desbandada civilizacional cuyo desenlace parecería que no se puede prever aún.
Quizá entonces quepa recordar la operación cultural que se denomina originalidad: regresar creativamente a los orígenes para buscar en ellos los argumentos que permitan comprender e interpretar de nueva cuenta el momento actual. En lo profundo de la historia del pensamiento occidental existen tanto los antídotos como los métodos necesarios para transitar, más o menos indemnes, por el horrible tiempo ---así sea tan tecnológicamente brillante y tan mediáticamente engañoso como se muestra--- de la tardomodernidad. El conocimiento lleva al dolor, enseña el Eclesiastés, pero sólo el conocimiento trasciende ese mismo dolor que causa la conciencia crítica, la conciencia capaz de beber el agua amarga ---pykros, le llama la alquimia--- de la realidad. Así, nuestra época es propia de sujetos estoicos, de adeptos contemporáneos a aquella escuela clásica que propuso la fortaleza interna y la austeridad externa como únicas actitudes indispensables para resistir las tantas veces espantosas exigencias de la realidad.
Y como el adepto se construye a sí mismo y no se le convierte en tal, lo vengo haciendo por estos días con mis alumnos universitarios, porque hacerlo con ellos es llevarlo a cabo conmigo mismo, tanto en clase de Epistemología o en Historia de la Cultura, lo mismo en Teoría del Ensayo que en Práctica de la Poesía: primero analizar el horror económico y su doctrina del shock con todas sus aberrantes, luciferinas consecuencias, para después buscar una consolación reflexiva ante el enojo, la frustración y el miedo que dicha circunstancia global provoca cuando se le analiza sin falsos sentimentalismos o manipuladas racionalizaciones ideológicas.
De tal manera que empleo a Alain de Botton y sus consolaciones de la filosofía, un lúcido analista del conocimiento como acción concreta, operativa e inmediata, para recordar al filósofo latino Séneca, paradigma humano, lo mismo que Sócrates, acerca de cómo es posible alzarse, mediante la reflexión y el ánimo, por encima de las circunstancias externas sean éstas las que sean, hasta la muerte lenta y tormentosa que debió padecer injustamente debido a las paranoicas órdenes del emperador Nerón, pero que afrontó de manera ecuánime, con igualdad y constancia de ánimo: estoicamente, pues. Dicha muerte, conforme apunta de Botton, contribuyó a crear un vínculo indeleble entre el término “filosofía” y una manera templada y serena de hacerle frente a los desastres de la existencia, a la irrupción de lo inesperado, a la tragedia, ese paso repentino de la felicidad a la infelicidad.
A lo largo de su vida Séneca encaró desastres excepcionales, además de la terrible orden de cortarse las venas: terremotos, el exilio, la tuberculosis, a los emperadores Calígula y Nerón. Pero su capacidad para soportar las ansiedades de la existencia estaba fundada en la construcción de lo que el budismo llamaría una mente plena, aquella compuesta de abundantes experiencias y a la vez de abundantes conceptos que puedan dar sentido y comprensión a las primeras. De tal manera que sus experiencias pusieron a su disposición un abundante catálogo de frustraciones, mientras que sus conceptos le brindaron las respuestas a ellas. “Pongo ---escribió--- en el haber de mi filosofía mi restablecimiento, mi recuperación: a ella le debo la vida, nada menos”.
Séneca comprendió que en el vasto territorio de la frustración humana anida una estructura básica: el choque de un deseo con una realidad inquebrantable, pues las fuentes de la satisfacción están fuera del control del sujeto y el mundo nunca se amolda a sus deseos. Por ello insistió en que la única posibilidad de alcanzar la sabiduría consistía en aprender, en no agravar la insatisfacción del mundo mediante los arrebatos de furia, autocompasión, ansiedad, amargura, fariseísmo o paranoia. Una idea resulta recurrente en su obra: que la gente soporta las frustraciones que comprende, para las cuales se ha preparado: “Nada hay que no deba ser previsto; nuestro ánimo debe anticiparse a todo acontecimiento y pensar no ya en todo lo que suele suceder, sino en todo lo que puede suceder”, escribió.
Sabiendo que nada hay prometido sobre la hora presente, que el dolor debe ser profundo pero no interminable, la consolación estoica propuesta por Séneca deviene en una premeditación: una meditación anticipada de lo que puede espiritual y corporalmente ocurrirle en cualquier momento a cualquiera.
Por estos días aciagos, al terminar dichas clases consolativas, una sola frase de Séneca queda escrita en la pizarra escolar: “Piensa en todo, espéralo”. La solución es simple, no volverse desdichado antes de tiempo sino ejercer la anticipación. Todo lo que se comprende se soporta, todo lo que se anticipa se tolera, todo lo que se previene está bien.
Fernando Solana Olivares
Quizá entonces quepa recordar la operación cultural que se denomina originalidad: regresar creativamente a los orígenes para buscar en ellos los argumentos que permitan comprender e interpretar de nueva cuenta el momento actual. En lo profundo de la historia del pensamiento occidental existen tanto los antídotos como los métodos necesarios para transitar, más o menos indemnes, por el horrible tiempo ---así sea tan tecnológicamente brillante y tan mediáticamente engañoso como se muestra--- de la tardomodernidad. El conocimiento lleva al dolor, enseña el Eclesiastés, pero sólo el conocimiento trasciende ese mismo dolor que causa la conciencia crítica, la conciencia capaz de beber el agua amarga ---pykros, le llama la alquimia--- de la realidad. Así, nuestra época es propia de sujetos estoicos, de adeptos contemporáneos a aquella escuela clásica que propuso la fortaleza interna y la austeridad externa como únicas actitudes indispensables para resistir las tantas veces espantosas exigencias de la realidad.
Y como el adepto se construye a sí mismo y no se le convierte en tal, lo vengo haciendo por estos días con mis alumnos universitarios, porque hacerlo con ellos es llevarlo a cabo conmigo mismo, tanto en clase de Epistemología o en Historia de la Cultura, lo mismo en Teoría del Ensayo que en Práctica de la Poesía: primero analizar el horror económico y su doctrina del shock con todas sus aberrantes, luciferinas consecuencias, para después buscar una consolación reflexiva ante el enojo, la frustración y el miedo que dicha circunstancia global provoca cuando se le analiza sin falsos sentimentalismos o manipuladas racionalizaciones ideológicas.
De tal manera que empleo a Alain de Botton y sus consolaciones de la filosofía, un lúcido analista del conocimiento como acción concreta, operativa e inmediata, para recordar al filósofo latino Séneca, paradigma humano, lo mismo que Sócrates, acerca de cómo es posible alzarse, mediante la reflexión y el ánimo, por encima de las circunstancias externas sean éstas las que sean, hasta la muerte lenta y tormentosa que debió padecer injustamente debido a las paranoicas órdenes del emperador Nerón, pero que afrontó de manera ecuánime, con igualdad y constancia de ánimo: estoicamente, pues. Dicha muerte, conforme apunta de Botton, contribuyó a crear un vínculo indeleble entre el término “filosofía” y una manera templada y serena de hacerle frente a los desastres de la existencia, a la irrupción de lo inesperado, a la tragedia, ese paso repentino de la felicidad a la infelicidad.
A lo largo de su vida Séneca encaró desastres excepcionales, además de la terrible orden de cortarse las venas: terremotos, el exilio, la tuberculosis, a los emperadores Calígula y Nerón. Pero su capacidad para soportar las ansiedades de la existencia estaba fundada en la construcción de lo que el budismo llamaría una mente plena, aquella compuesta de abundantes experiencias y a la vez de abundantes conceptos que puedan dar sentido y comprensión a las primeras. De tal manera que sus experiencias pusieron a su disposición un abundante catálogo de frustraciones, mientras que sus conceptos le brindaron las respuestas a ellas. “Pongo ---escribió--- en el haber de mi filosofía mi restablecimiento, mi recuperación: a ella le debo la vida, nada menos”.
Séneca comprendió que en el vasto territorio de la frustración humana anida una estructura básica: el choque de un deseo con una realidad inquebrantable, pues las fuentes de la satisfacción están fuera del control del sujeto y el mundo nunca se amolda a sus deseos. Por ello insistió en que la única posibilidad de alcanzar la sabiduría consistía en aprender, en no agravar la insatisfacción del mundo mediante los arrebatos de furia, autocompasión, ansiedad, amargura, fariseísmo o paranoia. Una idea resulta recurrente en su obra: que la gente soporta las frustraciones que comprende, para las cuales se ha preparado: “Nada hay que no deba ser previsto; nuestro ánimo debe anticiparse a todo acontecimiento y pensar no ya en todo lo que suele suceder, sino en todo lo que puede suceder”, escribió.
Sabiendo que nada hay prometido sobre la hora presente, que el dolor debe ser profundo pero no interminable, la consolación estoica propuesta por Séneca deviene en una premeditación: una meditación anticipada de lo que puede espiritual y corporalmente ocurrirle en cualquier momento a cualquiera.
Por estos días aciagos, al terminar dichas clases consolativas, una sola frase de Séneca queda escrita en la pizarra escolar: “Piensa en todo, espéralo”. La solución es simple, no volverse desdichado antes de tiempo sino ejercer la anticipación. Todo lo que se comprende se soporta, todo lo que se anticipa se tolera, todo lo que se previene está bien.
Fernando Solana Olivares
1 Comments:
ESTIMADO PROFESOR SOLANA:
He sido lector asiduo de sus ponencias, cuando escribía en grupo milenio, que por razones que desconozco ya no sale más en aquél periódico que ya no compro; hasta que dí con su dirección electrónica, la virtualidad de la realidad o la irrealidad de la realidad misma, sus escritos son fantásticos y no en el sentido del comic, sino en el sentido de que lo imposible de sus letras siempre estoy a la espera; no sé, si todo este discurso sea simplemente para pedirle si usted puede ser parte de una novela fantastica que estoy ideando, su personaje se conjuga con el mote de Aristóteles quizás o porque usted pertenece a la escuela de los peripatéticos como se hacían llamar los discípulos del estagirita o será por que Aristóteles y Fernando Solana Olivares sean la misma persona y quizas mi novela descubra que en parte si lo son y en parte no lo son y que es el lector el que descubra tan enigmático personaje.
HERÓDOTO
alamarezcontigo@gmail.com
http://enletrado.blogspot.com
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