DOCSHOCK / y III
Dice Balzac: “Hay dos historias, la oficial, embustera, que se enseña ad usum delfini, y la real, secreta, en la que están las verdaderas causas de los acontecimientos: una historia vergonzosa”. A nosotros nos han contado una versión embustera y vergonzosa, pero con una particularidad: en ella nos van mostrando lo que se viene haciendo a la manera de la carta robada de Edgar Allan Poe, la cual se esconde a la vista de quien la busca justamente delante de sus ojos. Hay muchos ejemplos premonitorios en la literatura y el arte acerca de la construcción de una sociedad controlada como ésta, donde se induce en los ciudadanos la creencia de que cada uno decide por sí mismo. ¿Qué decide? Aceptar lo que esa sociedad ofrece como si fuera natural, inevitable y adorablemente intrascendente, líquido. Es el capitalismo salvaje que implantó el pensamiento único: el mundo resulta así y se acabó. Se utilizan académicos ligth como Francis Fukuyama para decir tontamente que hemos llegado al “fin de la historia”, a la conclusión ideológica de la humanidad, y su inventor, Milton Friedman, el doctor Shock, recibe el Nobel de Economía y cuando muere es homenajeado por el mundo mediático como un campeón de la libertad. La historia contada al revés, según suelen contarlo todo. ¿Quiénes? Esa plutocracia global que controla la burbuja de prosperidad financiera, la miseria mayoritaria y los destinos geopolíticos generales. Los constructores del asunto.
Aunque encima de ellos debe haber un guión elaborado por otros. La estructura es piramidal, y después de los clubes Bildeberg, de las Órdenes Negras o de la logia secreta Illuminati seguramente existen grupos de autoridad superior y distinta: como es arriba es abajo. En tal sentido apunta el cuestionamiento de Viviane Forrester: ¿cuándo comenzó esta extraña dictadura económica, política y social, una bomba cultural de antimateria que prácticamente no se percibió, se discutió o se combatió al ocurrir, en menos de cuatro décadas, su establecimiento generalizado? Un engaño tan descomunal, una estupidización materialista tan grande fue posible establecerla a través de la sociedad del espectáculo y de la religión del consumo, mediante las imágenes del Gran Hermano que Orwell anticipó: la televisión, el ojo que todos ven y que todo lo ve.
Las historias siempre comienzan alguna vez: la doctrina del shock se impuso a partir del 11 de septiembre de 1973, no con el golpe de Estado que dio Pinochet sino con la desigual guerra que lanzó contra Salvador Allende. Sí, la historia comenzó con el asalto a La Moneda. La purga de miles, los asesinatos, desapariciones y torturas de otros tantos, actuaron a modo de escarmiento para los sobrevivientes, paralizados así e impedidos de oponerse a lo que seguiría, lo más importante: una orgía de automutilación de los bienes públicos administrados en el Estado, la transferencia a unos cuantos individuos de inversiones y propiedades nacionales de valor incalculable, financiarlos para su compra con dinero público, que pueden pagar o no: como gusten, y terminar siendo cliente y dedudor de esos mismos a quienes se transfirió la riqueza común que debería cuidarse a nombre de todos.
Ese día yo era joven y manejaba un pequeño volkswagen rojo a gran velocidad sobre una avenida bordeada de árboles. Me detuve a la orilla del camino cuando escuché la noticia por la radio, y lloré. Mi instinto me llevaba al lado de Allende y sin mayor reflexión racional supe que su muerte era dolorosa. Después entendería lo que aquello anunciaba: el horror. Antes se habían hecho experimentos en Brasil e Indonesia con gobiernos militares autoritarios que violentamente se levantaban con el poder ---primer shock---, y aplicaban drásticas reformas económicas basadas en tres acciones, tres nuevos dogmas acríticamente impuestos: desregulación, privatización, recorte del gasto público ---segundo shock---.
Si el nombre es un indicador de la sustancia, Gandhi vio dicho porvenir desde 1926, cuando escribió, según cita Naomi Klein: “Los conflictos armados entre naciones nos horrorizan. Pero la guerra económica no es más benigna. Es como una intervención quirúrgica. Una guerra económica es una especie de tortura prolongada. Y sus estragos no son menos terribles que los descritos en la literatura sobre las guerras propiamente dichas”.
Naomi Klein, quien documenta todo lo que afirma (de ahí su fuerza intelectual: describir las cosas, nunca narrarlas), no alude a la doctrina del shock vivida socialmente en grados, la política del miedo constante, de las amenazas veladas o manifiestas sobre los cuerpos, las mentes, la realidad de cada cual. Tampoco esta brillante autora alude, no es su tema y acaso el tema no pueda demostrarse como acostumbramos demostrar lo que consideramos demostrable, que lo que está sucediendo es el shock de la batalla metafísica entre el Bien y el Mal, batalla cuyo escenario desde mucho tiempo antes y cada vez más aceleradamente está en la tierra, sus sociedades, su actual época: el reino de la cantidad.
La conciencia es amarga y dolorosa, afirma el Eclesiastés, pero sólo la conciencia lleva a superar el dolor y reencantarse con el mundo. Todas las advertencias lúcidas, las dobles miradas y las prolepsis advierten sobre el sentido profundo de lo que hoy ocurre y hasta dónde puede llegar. ---O ya llegó, dirían los realistas, ya llegó.
Habiendo lo malo también por ahí anda lo bueno, y se puede optar, resistir el mal, que siempre es banal. Así hoy succione al planeta después de inventarse en la Escuela de Chicago y derivar en pandemia mundial.
Fernando Solana Olivares
Aunque encima de ellos debe haber un guión elaborado por otros. La estructura es piramidal, y después de los clubes Bildeberg, de las Órdenes Negras o de la logia secreta Illuminati seguramente existen grupos de autoridad superior y distinta: como es arriba es abajo. En tal sentido apunta el cuestionamiento de Viviane Forrester: ¿cuándo comenzó esta extraña dictadura económica, política y social, una bomba cultural de antimateria que prácticamente no se percibió, se discutió o se combatió al ocurrir, en menos de cuatro décadas, su establecimiento generalizado? Un engaño tan descomunal, una estupidización materialista tan grande fue posible establecerla a través de la sociedad del espectáculo y de la religión del consumo, mediante las imágenes del Gran Hermano que Orwell anticipó: la televisión, el ojo que todos ven y que todo lo ve.
Las historias siempre comienzan alguna vez: la doctrina del shock se impuso a partir del 11 de septiembre de 1973, no con el golpe de Estado que dio Pinochet sino con la desigual guerra que lanzó contra Salvador Allende. Sí, la historia comenzó con el asalto a La Moneda. La purga de miles, los asesinatos, desapariciones y torturas de otros tantos, actuaron a modo de escarmiento para los sobrevivientes, paralizados así e impedidos de oponerse a lo que seguiría, lo más importante: una orgía de automutilación de los bienes públicos administrados en el Estado, la transferencia a unos cuantos individuos de inversiones y propiedades nacionales de valor incalculable, financiarlos para su compra con dinero público, que pueden pagar o no: como gusten, y terminar siendo cliente y dedudor de esos mismos a quienes se transfirió la riqueza común que debería cuidarse a nombre de todos.
Ese día yo era joven y manejaba un pequeño volkswagen rojo a gran velocidad sobre una avenida bordeada de árboles. Me detuve a la orilla del camino cuando escuché la noticia por la radio, y lloré. Mi instinto me llevaba al lado de Allende y sin mayor reflexión racional supe que su muerte era dolorosa. Después entendería lo que aquello anunciaba: el horror. Antes se habían hecho experimentos en Brasil e Indonesia con gobiernos militares autoritarios que violentamente se levantaban con el poder ---primer shock---, y aplicaban drásticas reformas económicas basadas en tres acciones, tres nuevos dogmas acríticamente impuestos: desregulación, privatización, recorte del gasto público ---segundo shock---.
Si el nombre es un indicador de la sustancia, Gandhi vio dicho porvenir desde 1926, cuando escribió, según cita Naomi Klein: “Los conflictos armados entre naciones nos horrorizan. Pero la guerra económica no es más benigna. Es como una intervención quirúrgica. Una guerra económica es una especie de tortura prolongada. Y sus estragos no son menos terribles que los descritos en la literatura sobre las guerras propiamente dichas”.
Naomi Klein, quien documenta todo lo que afirma (de ahí su fuerza intelectual: describir las cosas, nunca narrarlas), no alude a la doctrina del shock vivida socialmente en grados, la política del miedo constante, de las amenazas veladas o manifiestas sobre los cuerpos, las mentes, la realidad de cada cual. Tampoco esta brillante autora alude, no es su tema y acaso el tema no pueda demostrarse como acostumbramos demostrar lo que consideramos demostrable, que lo que está sucediendo es el shock de la batalla metafísica entre el Bien y el Mal, batalla cuyo escenario desde mucho tiempo antes y cada vez más aceleradamente está en la tierra, sus sociedades, su actual época: el reino de la cantidad.
La conciencia es amarga y dolorosa, afirma el Eclesiastés, pero sólo la conciencia lleva a superar el dolor y reencantarse con el mundo. Todas las advertencias lúcidas, las dobles miradas y las prolepsis advierten sobre el sentido profundo de lo que hoy ocurre y hasta dónde puede llegar. ---O ya llegó, dirían los realistas, ya llegó.
Habiendo lo malo también por ahí anda lo bueno, y se puede optar, resistir el mal, que siempre es banal. Así hoy succione al planeta después de inventarse en la Escuela de Chicago y derivar en pandemia mundial.
Fernando Solana Olivares
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