INTRASCENDENCIAS / I
Me fascinan los paranoicos, acaso porque congenio con lo que dice el crítico literario Anatole Broyard: “Los paranoicos y nadie más son los únicos que se dan cuenta de las situaciones”. En cambio, el viejo chiste freudiano afirma que el paranoico es aquel que se pregunta si está vivo o está muerto y a menudo no sabe cuál es la respuesta real. El darse cuenta y el no saber se entienden como actitudes opuestas, pero quizá resulten sutilmente complementarias en el fondo: dos caras de una misma moneda común.
El diccionario describe el asunto a manera de una enfermedad mental crónica cuya característica principal son los delirios sistematizados de construcción lógica y coherente, y advierte sobre el peligro potencial de los paranoicos dado que su “correcto raciocinio cotidiano” no se altera por la supuesta dolencia. Las mejores mentes que he conocido suelen ser bastante paranoicas, no porque estén aquejadas de delirios de grandeza personal sino sobre todo por sensaciones de persecución demostrable. Tal vez obedecen a aquella observación que dice que cuando aparece un talento de primer orden todo se coaliga en su contra para vencerlo. Y entonces aciertan, así exageren un poco, pues nada se cobra socialmente tanto como la inteligencia superior: la conjura de los necios es universal.
Me fascinan los paranoicos, ellos ven lo que los otros no podemos, no queremos o no sabemos ver. Por ejemplo, un autor impresentable como Anton Szandor LaVey, fundador de La Iglesia de Satán, quien escribe sobre lo que llama “La guerra invisible”, una operación en curso para controlar la mente gregaria y someter a los habitantes de esta hora a un “continuo proceso de desmoralización”.
Algunas de sus afirmaciones pueden resultar discutibles ---son paranoicas. Pero otras no tanto, porque provienen de una sensibilidad diferenciada y dispuesta a percibir algo más en aquello que sin esa voluntad cuestionante solamente sería una cosa común y corriente, una realidad considerada como normal. En esta columna se ha citado ya la afirmación de René Guénon respecto al secreto mejor guardado que existe en el mundo contemporáneo: “el de la formidable empresa de sugestión que ha producido y nutrido la mentalidad actual, constituyéndola, ‘fabricándola’, podríamos decir, de tal forma que se ve obligada a negar la existencia e incluso la posibilidad [de tal empresa de sugestión]”.
Tiempo paradójico, pues, donde formalmente se odia tanto el misterio como el secreto y se postula una vida “pública” idealmente generalizada en todos los planos, donde surgen institutos de “transparencia” para hacer creer que la opacidad se rechaza, donde la cultura, el pensamiento, la vida diaria y hasta el lenguaje se reducen al mínimo común denominador de la “democrática” vulgarización. O sea, el reino global contemporáneo de la cantidad, esta época presente que debe “agotar las posibilidades más inferiores” antes de tocar su propia disolución. Signos de los tiempos, diría Guénon empleando la expresión evangélica, signos precursores del fin de un mundo, de un ciclo milenario terminal.
Que los cartesianos sigan proclamando que las cosas ocurren debido al azar, que los racionalistas se nieguen a incurrir en cualquier teoría conspirativa ---esa “visión policiaca de la historia” tajantemente desautorizada por mentes tan políticamente correctas como las de Karl Popper o León Poliakov---, que la indoctrinación mediática continúe repitiendo que las Torres Gemelas fueron derribadas por el terrorismo islámico, que el pensamiento único reitere su propaganda sobre este mundo capitalista como el único deseable porque es el único posible. A fin de cuentas, hasta Freud aceptaba que toda locura, toda paranoia, contiene algunas migajas de “verdad psíquica”.
Veamos tales migajas del sospechoso satanista Szandor La Vey, así la teología afirme que Satán es dudoso porque imita a Dios: 1) Los largos periodos de tiempo soleado que animan a la gente a reunirse en grupos, ir a estadios, a la playa y al parque, lugares donde las masas crean ondas mentales que aniquilan la energía creativa y así contribuyen “al objetivo principal de una desmoralización generalizada”; 2) Agentes víricos y bacterianos provenientes de las técnicas de guerra bacteriológica que se practican todavía y que causan enfermedades de última generación, como el Síndrome de Fatiga Crónica; 3) Saturación o bombardeo ultrasónico, conocido como “Ruido blanco”, que distorsiona el pensamiento volitivo, induce la confusión mental y aumenta la sugestibilidad. Dicho ruido puede transmitirse por señales de radio y audio televisivo que establecen un patrón de ritmo acelerado y superestimulación sensorial: música frenética, expresión hablada frenética. “Sin la cháchara de un aparato electrónico ---escribe el denunciante---, todo nos parece antinaturalmente silencioso, así que, bajo el pretexto de buscar información y entretenernos, nos volvemos adictos a la ‘presencia’ de televisores, radios o equipos estereofónicos como influencias conductoras y estabilizadoras”.
Aquí no termina la caracterización paranoide de este mundo orwelliano cuyo más hermético secreto es convencernos de que no hay ningún secreto radicado en él. Faltan todavía otras zonas de la realidad contemporánea, en apariencia simples e inocuas, que Szandor LaVey considera como tóxicas y manipuladas. Será necesaria una segunda parte para contar aquello tan obvio que pocos pueden y quieren ver, salvo quienes, paranoiclónicos, nada tienen que perder.
Fernando Solana Olivares
El diccionario describe el asunto a manera de una enfermedad mental crónica cuya característica principal son los delirios sistematizados de construcción lógica y coherente, y advierte sobre el peligro potencial de los paranoicos dado que su “correcto raciocinio cotidiano” no se altera por la supuesta dolencia. Las mejores mentes que he conocido suelen ser bastante paranoicas, no porque estén aquejadas de delirios de grandeza personal sino sobre todo por sensaciones de persecución demostrable. Tal vez obedecen a aquella observación que dice que cuando aparece un talento de primer orden todo se coaliga en su contra para vencerlo. Y entonces aciertan, así exageren un poco, pues nada se cobra socialmente tanto como la inteligencia superior: la conjura de los necios es universal.
Me fascinan los paranoicos, ellos ven lo que los otros no podemos, no queremos o no sabemos ver. Por ejemplo, un autor impresentable como Anton Szandor LaVey, fundador de La Iglesia de Satán, quien escribe sobre lo que llama “La guerra invisible”, una operación en curso para controlar la mente gregaria y someter a los habitantes de esta hora a un “continuo proceso de desmoralización”.
Algunas de sus afirmaciones pueden resultar discutibles ---son paranoicas. Pero otras no tanto, porque provienen de una sensibilidad diferenciada y dispuesta a percibir algo más en aquello que sin esa voluntad cuestionante solamente sería una cosa común y corriente, una realidad considerada como normal. En esta columna se ha citado ya la afirmación de René Guénon respecto al secreto mejor guardado que existe en el mundo contemporáneo: “el de la formidable empresa de sugestión que ha producido y nutrido la mentalidad actual, constituyéndola, ‘fabricándola’, podríamos decir, de tal forma que se ve obligada a negar la existencia e incluso la posibilidad [de tal empresa de sugestión]”.
Tiempo paradójico, pues, donde formalmente se odia tanto el misterio como el secreto y se postula una vida “pública” idealmente generalizada en todos los planos, donde surgen institutos de “transparencia” para hacer creer que la opacidad se rechaza, donde la cultura, el pensamiento, la vida diaria y hasta el lenguaje se reducen al mínimo común denominador de la “democrática” vulgarización. O sea, el reino global contemporáneo de la cantidad, esta época presente que debe “agotar las posibilidades más inferiores” antes de tocar su propia disolución. Signos de los tiempos, diría Guénon empleando la expresión evangélica, signos precursores del fin de un mundo, de un ciclo milenario terminal.
Que los cartesianos sigan proclamando que las cosas ocurren debido al azar, que los racionalistas se nieguen a incurrir en cualquier teoría conspirativa ---esa “visión policiaca de la historia” tajantemente desautorizada por mentes tan políticamente correctas como las de Karl Popper o León Poliakov---, que la indoctrinación mediática continúe repitiendo que las Torres Gemelas fueron derribadas por el terrorismo islámico, que el pensamiento único reitere su propaganda sobre este mundo capitalista como el único deseable porque es el único posible. A fin de cuentas, hasta Freud aceptaba que toda locura, toda paranoia, contiene algunas migajas de “verdad psíquica”.
Veamos tales migajas del sospechoso satanista Szandor La Vey, así la teología afirme que Satán es dudoso porque imita a Dios: 1) Los largos periodos de tiempo soleado que animan a la gente a reunirse en grupos, ir a estadios, a la playa y al parque, lugares donde las masas crean ondas mentales que aniquilan la energía creativa y así contribuyen “al objetivo principal de una desmoralización generalizada”; 2) Agentes víricos y bacterianos provenientes de las técnicas de guerra bacteriológica que se practican todavía y que causan enfermedades de última generación, como el Síndrome de Fatiga Crónica; 3) Saturación o bombardeo ultrasónico, conocido como “Ruido blanco”, que distorsiona el pensamiento volitivo, induce la confusión mental y aumenta la sugestibilidad. Dicho ruido puede transmitirse por señales de radio y audio televisivo que establecen un patrón de ritmo acelerado y superestimulación sensorial: música frenética, expresión hablada frenética. “Sin la cháchara de un aparato electrónico ---escribe el denunciante---, todo nos parece antinaturalmente silencioso, así que, bajo el pretexto de buscar información y entretenernos, nos volvemos adictos a la ‘presencia’ de televisores, radios o equipos estereofónicos como influencias conductoras y estabilizadoras”.
Aquí no termina la caracterización paranoide de este mundo orwelliano cuyo más hermético secreto es convencernos de que no hay ningún secreto radicado en él. Faltan todavía otras zonas de la realidad contemporánea, en apariencia simples e inocuas, que Szandor LaVey considera como tóxicas y manipuladas. Será necesaria una segunda parte para contar aquello tan obvio que pocos pueden y quieren ver, salvo quienes, paranoiclónicos, nada tienen que perder.
Fernando Solana Olivares
1 Comments:
Felicidades por tu blogg fernando.
Déjame contarte que el máximo exponente de "La Paranoia del Amor" ya está aqui para ser actor y testigo de la respuesta del hombre en esta hora crucial.
¿Te gustaría saber más al respecto?
Si así fuera no dudes en hacérmenlo saber.
SALUDOS
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