DOCSHOCK / I
Las mentes racionales, sensatas y positivistas desacreditan la existencia del complot y de la conspiración como factores determinantes en los asuntos históricos. “Visión policiaca de la historia” le llaman a dicha tendencia interpretativa, concibiéndola a la manera de un atavismo del pensamiento primitivo en la especie humana, la cual, afirman, está empeñada desde el origen de los tiempos en discernir las causas ocultas y secretas que expliquen el móvil de cualquier fenómeno imprevisto, sea personal o colectivo, invocando la cólera de los dioses o denunciando la maligna brujería del vecino como pretexto. Quizá tengan razón en parte, sobre todo cuando a menudo se constata la fantasiosidad paranoica de los conspirólogos, la ostensible falta de rigor intelectual y sentido lógico en sus afirmaciones, la proverbial credulidad de la gente y el tremendismo informativo de los medios de comunicación.
Sin embargo, la creciente inclinación contemporánea a creer que ciertos sucesos de orden catastrófico y general no son espontáneos sino inducidos por poderes fácticos cuyo rostro e intención final no se conocen, puede provenir tanto del profundo desencanto y la irremediable desconfianza que el momento histórico masivamente provoca, como del poderoso resurgimiento cultural tardomoderno de lo que se ha denominado “pensamiento lateral”, aquel que es regido por el hemisferio derecho del cerebro, el lado “femenino” que capta no solamente los hechos sino también las relaciones no evidentes a simple vista entre ellos, algo mucho más inasible y difícil de percibir y establecer.
Esta condición femenina acaso no resulte circunstancial cuando han sido dos autoras, primero Viviane Forrester (El horror económico y Una extraña dictadura, FCE, México), y ahora Naomi Klein, quienes señaladamente han demostrado la existencia de una conspiración planetaria para dirigir a las naciones y a sus sociedades hacia una situación ideológica, económica, política y social única que no se reconoce como un impulso prefabricado sino que se presenta como si fuera un proceso histórico necesario, positivo y natural.
El estremecedor ensayo de Naomi Klein La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre (Paidós, Barcelona, 2007), documenta exhaustivamente a lo largo de 700 páginas cómo los últimos treinta y seis años de la historia contemporánea han sido el escenario de la instauración global de un capitalismo despiadado y en estado puro que requiere de catástrofes políticas, sociales y aun ambientales para establecerse. “Este libro es un desafío ---escribe su autora--- contra la afirmación más apreciada y esencial de la historia oficial: que el triunfo del capitalismo nace de la libertad, que el libre mercado desregulado va de la mano de la democracia. En lugar de eso, demostraré que esta forma fundamentalista del capitalismo ha surgido de un brutal parto cuyas comadronas han sido la violencia y la coerción, infligidas en el cuerpo político colectivo así como en innumerables cuerpos individuales. La historia del libre mercado contemporáneo ---el auge del corporativismo, en realidad--- ha sido escrita con letras de shock”.
No el cuento de hadas del derecho individual, la abundancia común y el advenimiento del progreso tan repetido por las estructuras occidentales de adoctrinamiento, sino un proceso atroz, inmoral e inhumano que responde a aquella perspectiva terminalista del fin de la historia, “el punto final de la evolución ideológica de la humanidad” según el ideólogo Francis Fukuyama, preparado conforme a un modelo económico que si bien puede imponerse parcialmente en las democracias, requiere de condiciones políticas autoritarias para aplicar sus tres grandes medidas características ---la privatización de todos los bienes y servicios públicos, la desregulación gubernamental en los procesos económicos y los recortes drásticos del gasto social--- con la aplastante e insensata profundidad que sus tecnocráticos creyentes exigen.
“Algunas de las violaciones de derechos humanos más despreciables de este siglo ---consigna Naomi Klein---, que hasta ahora se consideraban actos de sadismo de regímenes antidemocráticos, fueron de hecho un intento deliberado de aterrorizar al pueblo, y se articularon activamente para preparar el terreno e introducir las ‘reformas’ radicales que habrían de traer ese ansiado libre mercado. (...) La doctrina de shock económica necesita, para aplicarse sin ningún tipo de restricción ---como en el Chile de los años setenta, China a finales de los ochenta, Rusia en los noventa y Estados Unidos tras el 11 de septiembre---, algún tipo de trauma colectivo adicional que suspenda temporal o permanentemente las reglas del juego democrático. Esta cruzada ideológica nació al calor de los regímenes dictatoriales de América del Sur, y en los nuevos territorios que ha conquistado recientemente, como Rusia y China, coexiste con comodidad, y hasta con provecho, con un liderazgo de puño de hierro”.
¿Cómo surge este capitalismo nihilista del desastre que envilece y esclaviza a millones de seres humanos y masacra y tortura a otros cientos de miles? Este es el terrible relato de la suplantación de las denominaciones y la adulteración de los términos, de un complot ideológico planetario que pretende alcanzar el dominio absoluto, así la visión conspirativa esté tan desacreditada entre los bienpensantes. Esta es la historia del libre mercado y de su única deidad, el dinero, de su único bien, la rentabilidad, y de su combustible preferido: la calamidad, la miseria, la represión.
Frenando Solana Olivares
Sin embargo, la creciente inclinación contemporánea a creer que ciertos sucesos de orden catastrófico y general no son espontáneos sino inducidos por poderes fácticos cuyo rostro e intención final no se conocen, puede provenir tanto del profundo desencanto y la irremediable desconfianza que el momento histórico masivamente provoca, como del poderoso resurgimiento cultural tardomoderno de lo que se ha denominado “pensamiento lateral”, aquel que es regido por el hemisferio derecho del cerebro, el lado “femenino” que capta no solamente los hechos sino también las relaciones no evidentes a simple vista entre ellos, algo mucho más inasible y difícil de percibir y establecer.
Esta condición femenina acaso no resulte circunstancial cuando han sido dos autoras, primero Viviane Forrester (El horror económico y Una extraña dictadura, FCE, México), y ahora Naomi Klein, quienes señaladamente han demostrado la existencia de una conspiración planetaria para dirigir a las naciones y a sus sociedades hacia una situación ideológica, económica, política y social única que no se reconoce como un impulso prefabricado sino que se presenta como si fuera un proceso histórico necesario, positivo y natural.
El estremecedor ensayo de Naomi Klein La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre (Paidós, Barcelona, 2007), documenta exhaustivamente a lo largo de 700 páginas cómo los últimos treinta y seis años de la historia contemporánea han sido el escenario de la instauración global de un capitalismo despiadado y en estado puro que requiere de catástrofes políticas, sociales y aun ambientales para establecerse. “Este libro es un desafío ---escribe su autora--- contra la afirmación más apreciada y esencial de la historia oficial: que el triunfo del capitalismo nace de la libertad, que el libre mercado desregulado va de la mano de la democracia. En lugar de eso, demostraré que esta forma fundamentalista del capitalismo ha surgido de un brutal parto cuyas comadronas han sido la violencia y la coerción, infligidas en el cuerpo político colectivo así como en innumerables cuerpos individuales. La historia del libre mercado contemporáneo ---el auge del corporativismo, en realidad--- ha sido escrita con letras de shock”.
No el cuento de hadas del derecho individual, la abundancia común y el advenimiento del progreso tan repetido por las estructuras occidentales de adoctrinamiento, sino un proceso atroz, inmoral e inhumano que responde a aquella perspectiva terminalista del fin de la historia, “el punto final de la evolución ideológica de la humanidad” según el ideólogo Francis Fukuyama, preparado conforme a un modelo económico que si bien puede imponerse parcialmente en las democracias, requiere de condiciones políticas autoritarias para aplicar sus tres grandes medidas características ---la privatización de todos los bienes y servicios públicos, la desregulación gubernamental en los procesos económicos y los recortes drásticos del gasto social--- con la aplastante e insensata profundidad que sus tecnocráticos creyentes exigen.
“Algunas de las violaciones de derechos humanos más despreciables de este siglo ---consigna Naomi Klein---, que hasta ahora se consideraban actos de sadismo de regímenes antidemocráticos, fueron de hecho un intento deliberado de aterrorizar al pueblo, y se articularon activamente para preparar el terreno e introducir las ‘reformas’ radicales que habrían de traer ese ansiado libre mercado. (...) La doctrina de shock económica necesita, para aplicarse sin ningún tipo de restricción ---como en el Chile de los años setenta, China a finales de los ochenta, Rusia en los noventa y Estados Unidos tras el 11 de septiembre---, algún tipo de trauma colectivo adicional que suspenda temporal o permanentemente las reglas del juego democrático. Esta cruzada ideológica nació al calor de los regímenes dictatoriales de América del Sur, y en los nuevos territorios que ha conquistado recientemente, como Rusia y China, coexiste con comodidad, y hasta con provecho, con un liderazgo de puño de hierro”.
¿Cómo surge este capitalismo nihilista del desastre que envilece y esclaviza a millones de seres humanos y masacra y tortura a otros cientos de miles? Este es el terrible relato de la suplantación de las denominaciones y la adulteración de los términos, de un complot ideológico planetario que pretende alcanzar el dominio absoluto, así la visión conspirativa esté tan desacreditada entre los bienpensantes. Esta es la historia del libre mercado y de su única deidad, el dinero, de su único bien, la rentabilidad, y de su combustible preferido: la calamidad, la miseria, la represión.
Frenando Solana Olivares
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