PLANICIE ABRUPTA
Fui al centro de la nada, a la más lejana periferia. Se llama Ojuelos, para mayor ubicación ejido Guadalupe Victoria. Zona de alta marginalidad alteña y casi el planeta Marte en su morfología seca, dura, árida, pedregosa. Pero siendo la periferia ---no hay nadie o muy pocos--- resulta ser el centro, pues el centro ya se jodió, ¿qué no?
Si no hay centro, entonces estábamos en el centro.
Y ahí llegamos, cincuenta kilómetros después. Mi amigo el invitante, mi noble troca y yo ---porque quedarse ahí es quedarse: no hay quien pase a recogernos. Y encontramos a un hombre inesperado: 55 años, renco, bigotón y bien plantado. Nos hace el tour: uno, el loco que vive en el campo, siempre hace el tour a los visitantes que recibe. Esto es..., esto es... Él elabora ecotécnicas y está montando un escenario para demostrar su funcionalidad, desde reunir pequeños y largos lienzos de piedra con la tarea de retener arañas, rodedores, pajitas, y alguna vez hacer tierra, hasta un tanque de agua dentro de un invernadero donde flota una lata de cerveza, pues es solamente ejemplo y no realización: ahí no hay peces, podría haberlos.
Pero el hombre, mi tocayo, nos sorprende más, porque del salón de actos al cual nos ha llevado nos traslada hasta la oficina de la fundación ecotecnológica, una pequeña estancia hecha de pacas de paja forradas con tela de gallinero y aplanadas las paredes con cemento. El sol cae a plomo y el techo es de lámina. Eso no afecta, el espacio está fresquísimo. Y ahí encuentro un libro que vengo buscando, sí. Ahí, en medio de la nada: el nuevo centro de este momento cuando no hay tal. La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre de Naomi Klein, un grueso volumen bien escrito, bien investigado, y estremecedor-esclarecedor-espeluznante, un extraordinario alegato moral de nuestra hora sombría que esa noche comencé a leer.
El cuarto desigual pero adorablemente fresco puesto en medio de ese semidesierto al que don tocayo nos metió iba a ser la oficina de la fundación que dirige: como si fuera el futuro pero todavía no. La lata de cerveza flotando en el agua verdosa desalienta un poco, aunque sus tanques redondos de ferrocemento para guardar agua no. Así la cuestión: el presente del casifuturo.
Y dijo don tocayo, luego de demoradas vueltas entre invernaderos y túneles para plantas, de melgas con herbolaria, lombriabono, de energía alternativa: quince minutos diarios de bicicleta fija que cargan una batería que alimenta aparatos eléctricos, y tantas otras cosas, lo siguiente: ---Pues ai lo ojié y no, yo mejor prefiero éste.
Estábamos de nuevo en la frescura del cuartito chueco de bloques de paja y nos mostraba Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano. Notó mi vivo interés en el otro libro y sin dudarlo me lo regaló: ---Lléveselo, don. Ahí luego. Le tomé la palabra muy agradecido porque otra vez la paradoja de la proximidad gobernaba mi vida.
A continuación seguimos a este hombre divulgador y productor de ejemplos, esas órdenes silenciosas, de modelos ecotécnicos accesibles y lógicos que sólo necesitan un poco más de precisión y refinamiento, a través de un serpenteante camino hacia la cima abrupta de la planicie donde quince años atrás comenzó a plantar 60 hectáreas de huertas de tuna y nopal que con trabajo perseverante todavía cultiva, y sitio en el cual levantó su casa. Los vientos y las distancias visuales actúan en esa elevación plana desde la que se goza una vista inagotable para el ojo, una gratificante sensación de calma expandida. Energía: toda virtud es energía.
Un cierto heroísmo en ello, como si don tocayo fuera un sobreviviente del momento terminal, un valiente y profético ranchero que se puso a levantar con su pequeño grupo filial, y con voluntad de voluntad, una arca para sobrevivir el desastre. Y nos platica cuando le pregunto, pero de todos modos lo haría porque está bien gustoso de mirar al amigo que me ha llevado hasta su meseta alteñotibetana.
---Aquí sí nos podemos saludar y hablar como la gente. Allá abajo no: están manipulando las cosas.
Y al fin nos fuimos, luego de varios tequilas, algunas vigas y otras observaciones, y no sin antes dejar un mensaje firmado en el creciente libro de visitas del lugar: muy, muy agradecidos.
Y bajamos de tal nada donde está todo para enterarnos que el gastado secretario de salud, que surca a tumbos las procelosas olas de la epidemia, confesaba así, sin más: “Se informó lo que se estaba viendo”. No lo que se había visto, porque o lo vieron y decidieron esperarse para hacérnoslo ver a los ciudadanos, o no lo vieron y entonces sirvieron un carajo para cumplir con su función.
Mi amigo y yo regresamos al arresto domiciliario donde aguarda cada quien. Sigo pensando en este hombre mientras leo a Naomi Klein, pues en ese encuentro casual que tuvimos, una cita previamente desconocida por los dos, me dio este libro: el capitalismo del desastre a todo lo que da, el capitalismo terminal empeñándose en terminar la función.
Don tocayo dijo: ---Están pasando muchas cosas y muchas de ellas no se muestran, no se ven. Yo sí me lavo las manos seguido. Pero sea cierta o falsa la epidemia, con ella ocurrió un golpe de Estado del bioterror, la política pública del shock.
Y recuerdo a otro amigo y otro regalo: V for Vendetta. Entonces las cosas que están pasando adquieren otra densidad: son sin ser, son para algo más, son por algo más y me pregunto: ¿qué es lo que no sabemos que sí sabemos?
Fernando Solana Olivares
Si no hay centro, entonces estábamos en el centro.
Y ahí llegamos, cincuenta kilómetros después. Mi amigo el invitante, mi noble troca y yo ---porque quedarse ahí es quedarse: no hay quien pase a recogernos. Y encontramos a un hombre inesperado: 55 años, renco, bigotón y bien plantado. Nos hace el tour: uno, el loco que vive en el campo, siempre hace el tour a los visitantes que recibe. Esto es..., esto es... Él elabora ecotécnicas y está montando un escenario para demostrar su funcionalidad, desde reunir pequeños y largos lienzos de piedra con la tarea de retener arañas, rodedores, pajitas, y alguna vez hacer tierra, hasta un tanque de agua dentro de un invernadero donde flota una lata de cerveza, pues es solamente ejemplo y no realización: ahí no hay peces, podría haberlos.
Pero el hombre, mi tocayo, nos sorprende más, porque del salón de actos al cual nos ha llevado nos traslada hasta la oficina de la fundación ecotecnológica, una pequeña estancia hecha de pacas de paja forradas con tela de gallinero y aplanadas las paredes con cemento. El sol cae a plomo y el techo es de lámina. Eso no afecta, el espacio está fresquísimo. Y ahí encuentro un libro que vengo buscando, sí. Ahí, en medio de la nada: el nuevo centro de este momento cuando no hay tal. La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre de Naomi Klein, un grueso volumen bien escrito, bien investigado, y estremecedor-esclarecedor-espeluznante, un extraordinario alegato moral de nuestra hora sombría que esa noche comencé a leer.
El cuarto desigual pero adorablemente fresco puesto en medio de ese semidesierto al que don tocayo nos metió iba a ser la oficina de la fundación que dirige: como si fuera el futuro pero todavía no. La lata de cerveza flotando en el agua verdosa desalienta un poco, aunque sus tanques redondos de ferrocemento para guardar agua no. Así la cuestión: el presente del casifuturo.
Y dijo don tocayo, luego de demoradas vueltas entre invernaderos y túneles para plantas, de melgas con herbolaria, lombriabono, de energía alternativa: quince minutos diarios de bicicleta fija que cargan una batería que alimenta aparatos eléctricos, y tantas otras cosas, lo siguiente: ---Pues ai lo ojié y no, yo mejor prefiero éste.
Estábamos de nuevo en la frescura del cuartito chueco de bloques de paja y nos mostraba Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano. Notó mi vivo interés en el otro libro y sin dudarlo me lo regaló: ---Lléveselo, don. Ahí luego. Le tomé la palabra muy agradecido porque otra vez la paradoja de la proximidad gobernaba mi vida.
A continuación seguimos a este hombre divulgador y productor de ejemplos, esas órdenes silenciosas, de modelos ecotécnicos accesibles y lógicos que sólo necesitan un poco más de precisión y refinamiento, a través de un serpenteante camino hacia la cima abrupta de la planicie donde quince años atrás comenzó a plantar 60 hectáreas de huertas de tuna y nopal que con trabajo perseverante todavía cultiva, y sitio en el cual levantó su casa. Los vientos y las distancias visuales actúan en esa elevación plana desde la que se goza una vista inagotable para el ojo, una gratificante sensación de calma expandida. Energía: toda virtud es energía.
Un cierto heroísmo en ello, como si don tocayo fuera un sobreviviente del momento terminal, un valiente y profético ranchero que se puso a levantar con su pequeño grupo filial, y con voluntad de voluntad, una arca para sobrevivir el desastre. Y nos platica cuando le pregunto, pero de todos modos lo haría porque está bien gustoso de mirar al amigo que me ha llevado hasta su meseta alteñotibetana.
---Aquí sí nos podemos saludar y hablar como la gente. Allá abajo no: están manipulando las cosas.
Y al fin nos fuimos, luego de varios tequilas, algunas vigas y otras observaciones, y no sin antes dejar un mensaje firmado en el creciente libro de visitas del lugar: muy, muy agradecidos.
Y bajamos de tal nada donde está todo para enterarnos que el gastado secretario de salud, que surca a tumbos las procelosas olas de la epidemia, confesaba así, sin más: “Se informó lo que se estaba viendo”. No lo que se había visto, porque o lo vieron y decidieron esperarse para hacérnoslo ver a los ciudadanos, o no lo vieron y entonces sirvieron un carajo para cumplir con su función.
Mi amigo y yo regresamos al arresto domiciliario donde aguarda cada quien. Sigo pensando en este hombre mientras leo a Naomi Klein, pues en ese encuentro casual que tuvimos, una cita previamente desconocida por los dos, me dio este libro: el capitalismo del desastre a todo lo que da, el capitalismo terminal empeñándose en terminar la función.
Don tocayo dijo: ---Están pasando muchas cosas y muchas de ellas no se muestran, no se ven. Yo sí me lavo las manos seguido. Pero sea cierta o falsa la epidemia, con ella ocurrió un golpe de Estado del bioterror, la política pública del shock.
Y recuerdo a otro amigo y otro regalo: V for Vendetta. Entonces las cosas que están pasando adquieren otra densidad: son sin ser, son para algo más, son por algo más y me pregunto: ¿qué es lo que no sabemos que sí sabemos?
Fernando Solana Olivares
0 Comments:
Post a Comment
<< Home