Tuesday, June 30, 2009

SIGUIENDO A SWIFT

Consigna la historia de las letras que Jonathan Swift (1667-1745), el legendario deán de San Patricio en Dublín, ha venido soportando desde su muerte un equívoco cruel: nunca escribió para divertir a los niños sino para juzgar a los hombres, incluyéndose él mismo en tal empeño de imparcialidad despiadada, y sin embargo su corrosiva obra, vuelta pueril sin escrúpulo alguno por la sociedad del espectáculo, hoy se considera como propia de insulsas películas animadas y superfluos cuentos infantiles.
De ahí que el poder de su genio y la verdadera índole de su mensaje ---según Eduardo Stilman, uno de sus cada vez más infrecuentes estudiosos iberoamericanos--- permanezcan ignorados por casi todos nosotros. La temeraria aventura de enfrentarse a la necedad de sus congéneres y ejercer la ironía para retratarlos desembocó en un infeliz malentendido: el inexorable maestro de la demolición razonada que fue Swift ahora resulta una niñera amable y entretenida. “El fin principal que me propongo en todos mis trabajos ---confió a su amigo Pope en 1725--- es vejar al mundo antes que divertirlo”. Si consiguió esa vejación cuando estaba vivo no fue por mucho tiempo: a fin de cuentas nadie sabe para qué y por qué escribe, salvo que se invoque como pretexto la consigna de Joyce, otro genial compatriota del duro, minucioso e implacable deán: “¡Escribe, maldita sea, escribe! ¿Acaso sirves para otra cosa?”
Los críticos afirman que Swift ---“un hombre que vivió la Edad de la Razón con integridad tan obstinada, tan ‘enfermiza’, que la razón se le deshizo entre las manos”--- supo como pocos que los principales opresores de la gente son el prejuicio, la comodidad y la cobardía, y que no hay cárceles tan herméticas como las de la mente. Propuso saltar ese abismo entre lo que los seres humanos son y lo que podrían ser mediante la burla y el sarcasmo, a la manera de un reactivo intelectual y aun ético capaz de modificar las acciones individuales decididas por la bestialidad antes que por la razón. “La sátira es una especie de espejo ---consignó el autor de Historia de un tonel y La batalla de los libros---, cuyos contempladores descubren en él los rostros de todo el mundo, excepto el propio. Esta es la principal razón de la amable recepción que encuentra en el mundo, y de que tan pocos se sientan afectados por ella”.
A diferencia de otro gran satirista del siglo veinte, el vienés Karl Kraus, que aconsejaba ahorcar a los adversarios con sus propias citas (un método utilizado entre nosotros con aguda maestría por Carlos Monsiváis en su proverbial sección periodística “Por mi madre, bohemios”), Swift levantó el “delicado mecanismo” de sus burlas ---en las cuales se decía que era posible “contar las puñaladas por centímetro cuadrado”--- a través del sentido común de la hipocresía social, la que apela al lado meramente práctico de la realidad. Así, mediante el simple expediente de adherirse a ella aparentemente sin reservas, hacía explotar cualquier cuestión: la sugerencia para servir cocinados a los hijos de los pobres en la mesa de los ricos, beneficiando tanto a los mismos niños como a sus necesitados padres; el descrédito de un astrólogo hecho pasar como predicción de la misma astrología; el hundimiento de un político bajo una avalancha de elogios hiperbólicos y desmedidos; los exquisitos consejos a los criados para joder sabiamente a sus amos. En sus Pensamientos, Swift escribiría que “La misericordia de Dios se derrama sobre todas sus obras, pero los teólogos de todas clases la disminuyen demasiado”.
Las reglas de la autoironía suponen tres pasos: a) no defenderse de la crítica; b) ir en el mismo sentido; y c) aumentarla. Siglos antes de que una psicología funcional de tal modo lo propusiera, Swift recurrió al sublime ejercicio de utilizar lo que se sabe para mostrar lo que se desconoce, lo normal como reverso de lo patológico. Del libro Viajes por varias naciones remotas del mundo, atribuido por el autor a Lemuel Gulliver, sólo ha quedado un término universalmente conocido, el del portal cibernético Yahoo, que viene del término yahoos (por you, “usted, ustedes”), los bestiales seres humanos dominados por equinos inteligentes que han fundado una sociedad racional. Esa parábola, la de los houyhnhnms y los yahoos, no es una denigración nihilista de la humanidad sino un desafío para lograr la genuina dignidad humana. En ella Swift pone en boca de Gulliver informes como éste: “Dije que había entre nosotros una sociedad de hombres educados desde su juventud en el arte de demostrar, mediante palabras intencionalmente multiplicadas, que lo blanco es negro y lo negro es blanco, según como se les pague. De esta sociedad, el resto de la gente es esclava”.
El escritor inglés William Thackeray escribió que “pensar en Swift es como pensar en la ruina de un gran imperio”. Ese imperio fue el de la razón, que si en vida de Swift ya sufría su decadencia ahora se encuentra en plena descomposición. Su epitafio, redactado por él mismo, condensa aquella vida ejemplar: “Retírate, viajero, e imita, si puedes, su viril defensa de la libertad”.
Siguiendo a Swift se sigue esa soberana defensa de la libertad mental. La leyenda afirma que conoció la Gaya ciencia llamada también Lengua de los dioses o de los pájaros. El singular deán de San Patricio, el maestro de la demolición murió insano, diría su época, o loco, definiría la nuestra. Sólo hay una equilibrada consecuencia en todo ello: al paladín de la razón la misma le faltó al final. Eso no le quita nada de toda la que ejerció.

Fernando Solana Olivares

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