SEQUÍA
Ora sí se puso cabrón. No sé los demás, no soy nadie para brindar consejos, pero creo que debo seguir una nueva secuencia con la intención de estar en los momentos colectivos que corren: crisis de la representación política, crisis de la gestión política, crisis de los políticos; crisis de seguridad; crisis económica; pandemia de influenza; crisis de agua. Me gana la tentación lírica y quiero decir: nuestras cinco plagas bíblicas. Yo tengo una veta casándrica, neoapocalítica y hasta hoy, ojalá, integrada. Pero en serio la veo difícil. Si me estupidizo, sin querer ofender a nadie, me pongo optimista: échale ganas, me digo, tú vales mil. Neurotizándome, me pongo pesimista. Las dos, actitudes emocionales.
Sobra decir que no les creo nada a los políticos y a sus instituciones, como tampoco le creo nada a quien declara que al diablo con las instituciones en tanto éstas no se subordinen a su voluntad de poder. Así que quedan cuatro plagas a encarar, aunque lo y los políticos sean un quinto flagelo mexicano irremediable. Pienso que hay dos formas para soportar, y al fin vencer, a la casta criminal que mediante la violencia y el miedo intenta sojuzgarnos. La primera es doble: encomendarse a la Divina Providencia y descubrir que el miedo es mental. La segunda es la reciente acción de los mormones de Chihuahua: manifestarse valientemente y con claridad en grupos civiles cada vez más grandes frente a ella.
La segunda plaga, la crisis económica, tendrá que llevarme a la austeridad, o para que suene mejor, al contentamiento. Dos, también, son las operaciones que me recomiendo a mí mismo. A) Entender que la posesión material es un no-significado, que se sostiene en la compulsión del deseo. O sea, a la mixe: la restricción drástica de la necesidad de tener. B) Ahorrar en todo lo que se pueda: dinero, energía emocional, actos inútiles. Así entonces como enseñaría un escritor tutelar: la inteligencia es una facultad que se abstiene.
Para la pandemia de influenza que regresa (ese extraño mecanismo biológico que los políticos de todo el mundo administran y los medios fagocitan) haré lo que ya hice en la anterior: ingerir miel, tomar entre dos y tres litros diarios de agua, lavarme las manos con agua y jabón frecuentemente, comer frutas y verduras, administrarme dosis de vitamina C, hacer ejercicio y meditar; en suma, fortalecer mi sistema inmunológico, pues al científico Pasteur sí le creo: el punto vital del asunto no es el virus sino el receptor. Por lo demás, como le he pedido a los míos que ni me entuben ni me martirizen ni me dopen con el pretexto de curarme cuando enferme, tengo que hacerme cargo de mi salud. Prefiero ejercer ese derecho personal e histórico antes que otorgárselo al biopoder actual. Para tener la fuerza cuando llegue el momento cuento con un ejemplo cercano: mi hermano mayor, declarado loco, cuya divisa fielmente observada hasta un final impecable fue “al pie del cañón”.
En cuanto al agua, confieso que es por estos días mi principal preocupación. Mis visiones apocalípticas y terminales no son debidas a su exceso sino sobre todo a su escasez. Y luego vivo en Rulfiana, una zona ya seca de por sí. Me bañaré con poca agua, seguirán regándose los árboles de la abadía y cuando menos el cultivo de maíz de abajo por gravedad, como se viene haciendo. Lo mismo que recolectar las aguas grises, jabonosas, para dárselas a unos pirules que ahora están grandes y agradecidos. La cisterna de piedra en escarpio recibe el agua del noble pozo que hace vivir al sitio y desde ahí se reparte para nuestro bien.
El año próximo, si la fortuna se muestra propicia, podrán hacerse un tanque a cielo abierto adamado de piedra y conectado a una pequeña cañada con dos esclusas para retener agua de lluvia que desemboque en la pequeña presa del lugar, la cual hoy, a despecho del verano y alarma de los patos migrantes, las cigüeñas y las blancas garzas que hasta el verano anterior venían a poblarla, desovando y criando aquí, está seca, aunque todavía con la tierra verdecida pues días atrás cayeron tres gotas de lluvia.
Voy apurándome en sintetizar. Entre las cosas que me digo, una me parece cada vez más esencial: debo romper con el pasado, no desde luego a la manera de este momento histórico que consagra lo nuevo y lo efímero en una búsqueda frenética y sin rumbo, sino al modo de la mujer de Lot: no mirar nostálgicamente para atrás. Y sin embargo, conservar lo mejor de lo humano: el misterio de la melodía, la maravilla de las imágenes, las revelaciones del lenguaje. Hoy entiendo que yo no tenía que conocer mi destino para que se cumpliera.
O sea que por más cabrón que se ponga siempre hay algo que uno puede hacer. Y me digo, diciéndome alguna cita citable: cúrate del re-sentimiento, primera regla de la salud mental. Recuerdo: resentimiento. Para mirar lo nuevo que aparece bien puede no haber referente alguno almacenado en la memoria. Entonces calculo que debo, por ejemplo, inscribir lo siguiente en un muro: “Sequere Deum”. Será como un conjuro: no pasa nada, no somos de aquí, nos vamos mañana.
Seguimos la voluntad divina que juega con nosotros. No nos pregunta, no le preguntamos. La sequía puede ser un santo desierto o una noche oscura del alma. A escoger. No hay mal que por bien no venga, afirma la lógica superior. Ciento cincuenta años atrás se lo dijo a los blancos el jefe Seattle: se acabó la vida, empezó la sobrevivencia. Voy a hacer algunas planas con letra Palmer de la palabra “empezó”.
Fernando Solana Olivares
Sobra decir que no les creo nada a los políticos y a sus instituciones, como tampoco le creo nada a quien declara que al diablo con las instituciones en tanto éstas no se subordinen a su voluntad de poder. Así que quedan cuatro plagas a encarar, aunque lo y los políticos sean un quinto flagelo mexicano irremediable. Pienso que hay dos formas para soportar, y al fin vencer, a la casta criminal que mediante la violencia y el miedo intenta sojuzgarnos. La primera es doble: encomendarse a la Divina Providencia y descubrir que el miedo es mental. La segunda es la reciente acción de los mormones de Chihuahua: manifestarse valientemente y con claridad en grupos civiles cada vez más grandes frente a ella.
La segunda plaga, la crisis económica, tendrá que llevarme a la austeridad, o para que suene mejor, al contentamiento. Dos, también, son las operaciones que me recomiendo a mí mismo. A) Entender que la posesión material es un no-significado, que se sostiene en la compulsión del deseo. O sea, a la mixe: la restricción drástica de la necesidad de tener. B) Ahorrar en todo lo que se pueda: dinero, energía emocional, actos inútiles. Así entonces como enseñaría un escritor tutelar: la inteligencia es una facultad que se abstiene.
Para la pandemia de influenza que regresa (ese extraño mecanismo biológico que los políticos de todo el mundo administran y los medios fagocitan) haré lo que ya hice en la anterior: ingerir miel, tomar entre dos y tres litros diarios de agua, lavarme las manos con agua y jabón frecuentemente, comer frutas y verduras, administrarme dosis de vitamina C, hacer ejercicio y meditar; en suma, fortalecer mi sistema inmunológico, pues al científico Pasteur sí le creo: el punto vital del asunto no es el virus sino el receptor. Por lo demás, como le he pedido a los míos que ni me entuben ni me martirizen ni me dopen con el pretexto de curarme cuando enferme, tengo que hacerme cargo de mi salud. Prefiero ejercer ese derecho personal e histórico antes que otorgárselo al biopoder actual. Para tener la fuerza cuando llegue el momento cuento con un ejemplo cercano: mi hermano mayor, declarado loco, cuya divisa fielmente observada hasta un final impecable fue “al pie del cañón”.
En cuanto al agua, confieso que es por estos días mi principal preocupación. Mis visiones apocalípticas y terminales no son debidas a su exceso sino sobre todo a su escasez. Y luego vivo en Rulfiana, una zona ya seca de por sí. Me bañaré con poca agua, seguirán regándose los árboles de la abadía y cuando menos el cultivo de maíz de abajo por gravedad, como se viene haciendo. Lo mismo que recolectar las aguas grises, jabonosas, para dárselas a unos pirules que ahora están grandes y agradecidos. La cisterna de piedra en escarpio recibe el agua del noble pozo que hace vivir al sitio y desde ahí se reparte para nuestro bien.
El año próximo, si la fortuna se muestra propicia, podrán hacerse un tanque a cielo abierto adamado de piedra y conectado a una pequeña cañada con dos esclusas para retener agua de lluvia que desemboque en la pequeña presa del lugar, la cual hoy, a despecho del verano y alarma de los patos migrantes, las cigüeñas y las blancas garzas que hasta el verano anterior venían a poblarla, desovando y criando aquí, está seca, aunque todavía con la tierra verdecida pues días atrás cayeron tres gotas de lluvia.
Voy apurándome en sintetizar. Entre las cosas que me digo, una me parece cada vez más esencial: debo romper con el pasado, no desde luego a la manera de este momento histórico que consagra lo nuevo y lo efímero en una búsqueda frenética y sin rumbo, sino al modo de la mujer de Lot: no mirar nostálgicamente para atrás. Y sin embargo, conservar lo mejor de lo humano: el misterio de la melodía, la maravilla de las imágenes, las revelaciones del lenguaje. Hoy entiendo que yo no tenía que conocer mi destino para que se cumpliera.
O sea que por más cabrón que se ponga siempre hay algo que uno puede hacer. Y me digo, diciéndome alguna cita citable: cúrate del re-sentimiento, primera regla de la salud mental. Recuerdo: resentimiento. Para mirar lo nuevo que aparece bien puede no haber referente alguno almacenado en la memoria. Entonces calculo que debo, por ejemplo, inscribir lo siguiente en un muro: “Sequere Deum”. Será como un conjuro: no pasa nada, no somos de aquí, nos vamos mañana.
Seguimos la voluntad divina que juega con nosotros. No nos pregunta, no le preguntamos. La sequía puede ser un santo desierto o una noche oscura del alma. A escoger. No hay mal que por bien no venga, afirma la lógica superior. Ciento cincuenta años atrás se lo dijo a los blancos el jefe Seattle: se acabó la vida, empezó la sobrevivencia. Voy a hacer algunas planas con letra Palmer de la palabra “empezó”.
Fernando Solana Olivares
1 Comments:
Quien esté detrás de los medios se ha propuesto una sarta de noticias que encaminan al pensamiento popular a mortificarse. Es la doctrina del terrorismo de estado que no se limita a solo matanzas, también a información desatinada que desde luego muy pocos saben que es falacia barata. El narcotráfico es un caso ejemplar: Calderón solo se ocupa de atacar a los cárteles que no le han brindado su fidelidad (El cartel del Golfo con sus zetas y La Familia entre otros grupúsculos traficantes, mientras que otros capos trafican y viajan en su territorio como si de su propio rancho se tratara). En fin, la politica y TODO lo que muestra la TV y el periodico no es mas que métodos de adoctrinamiento, basados en una lógica moral.
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