Saturday, September 12, 2009

EL PESO DE LA ESPERANZA

Hoy es viernes, dijo al despertar, y abrió su ventana sobre la ciudad del pugatorio para mirar el sudario opaco que la envolvía. Hoy soy viernes, pensó en la noche, cuando terminó de mirar.

Teme las complicaciones que pueda producir en sí mismo al hablar con otros. La resonancia de sus palabras.*

Flotan en la atmósfera entidades cuya materia es desconocida. Por las calles se multiplican augurios indescifrables de lo que vendrá. Su mujer le cuenta que ayer por la tarde aparecieron dos arcoiris en el cielo y que por minutos una niebla salida de sabe dónde devoró la realidad. Entonces comprende el mensaje, tan simple que parece equívoco: el presente del pasado ya murió.

Nada hay más horrible que la unicidad. ¡Oh, cómo se engañan todos esos supervivientes!

Buscó algo nuevo de sí mismo entre palabras viejas. Cumplió artes combinatorias y apiló en su mesa aquellos términos que nunca había empleado. El resultado lo asustó: todos sus rostros proscritos le lanzaban dentelladas.

Entiendo perfectamente que alguien se odie. Lo que no entiendo es que alguien se odie a sí mismo y a los demás. Si se odiara de verdad ¿no debería aliviarlo el hecho de que ellos no sean como él?

Recordó que ese hombre que hoy aparecía en la primera plana del diario se daba la propina de derecha a izquierda, que su única rebeldía había sido contra la muerte, que había creído en lo espléndido de vivir en secreto, que asumía como propio todo lo que nunca había experimentado, que se sorprendía a sí mismo en cada sentimiento y que se obligaba a no afilar nada: las ideas en su desnudez.

Su espíritu aún se sigue agotando en contactos. Aún lo asusta la idea de ser incorporado.

Mañana es sábado, dijo, y el domingo nos visita el cambio. Llamó a su memoria los ejemplos históricos que conocía. No llegó a muchos: desde el primero resultaban insoportables. Prefirió empezar lo que sí dura. Al poco rato se lo encontró.

Se trata de lo mismo, siempre de lo mismo, y aunque es siempre lo mismo, es tan nuevo que cada día me llena con ráfagas de viento. Nunca mejora. Nunca se hace más íntimo. Es siempre lo peor y lo dice sin miramientos, de suerte que ante tanta claridad yo me estremezco y me hago el desentendido. Luego, cuando vuelvo a la carga y empiezo a bramar que no, estoy tan lleno de energía y dedicación que espero algún efecto de éstas.

Un recurso es saberlo todo, sin haberlo aprendido. Mòliere comenta que eso es nada más para los grandes artistas. Muy pronto entonces habrá que serlo. De lo que empieza el domingo nadie sabe, pero unos pocos descubrirán que su novedad es otra forma de lo anterior. Después vendrá el lunes: entonces el alma de Elías Canetti será una alondra de ideas.

Los críticos que se precian de serlo buscan desesperadamente objeciones. Nada ha de parecerles bien sin tener que objetar en su contra. Creen que su objeción es su agudeza, que los legitima.
Quiso quitarse de encima todos los residuos de aquello que hubiera vivido, como se cuelga un traje al fin de la función. Pero se le antojó una intención difícil porque él era solamente aquello que había acumulado al cabo de los años en su memoria: la suma tóxica de recuerdos acerca de los cuales ya no recuerda cuándo fue la última vez que los hubiera recordado.

El argumento principal a favor de la muerte: el aumento vertiginoso de los seres humanos. Parece que Malthus ha tenido razón, incluso después de su influencia sobre Darwin. Pero como hoy todo está amenazado de destrucción, Malthus no ha tenido razón. Esto es lo que ha cambiado desde los tiempos de Malthus. Entonces una catástrofe universal era impensable.

Plegaria viene de precaria. La precaria situación reinante exige plegarias que quizá hasta hoy no han sido consagradas como tales, todavía están no dichas, no expresadas. Le bastaría solamente una intención cuya técnica, si existe, él desconoce. Por eso recurre a los poetas. Se sienta a la mesa con los suyos y pronuncia a Hölderlin, quien sí vio a los dioses: “El pan es el fruto de la tierra, pero por luz está bendecido, y del relampagueante Dios viene la alegría del vino.” Todos comen y beben plegariamente agradecidos.

A medianoche descubrí, de pronto, encima del tejado de enfrente a Orión y a Sirio. Hace tiempo que no me fijaba en Orión. Hace cuarenta años era mi sostén y mi ayuda. Después de aquel fin de la guerra perdió poco a poco su ascendiente. Cuando nos dimos por perdidos, nos volvimos indiferentes a las estrellas. Ahora siento que aún siguen ahí. Eso quiere decir que puedo tener esperanzas para la tierra. Durante mucho tiempo no me he atrevido a tenerlas, porque uno no quiere burlarse de las esperanzas, a pesar de todo.

Cuando se enseña, se aprende: el circo es de ida y vuelta. Así que él tampoco intenta encontrar a aquel que fue porque advierte que de nada le serviría. No es que no crea en los recuerdos piadosos que de tanto en tanto socorren a la conciencia y que tal vez la conduzcan en su paso final sobre la tierra. Para él han cambiado las prioridades: ahora desea encontrar al hombre que será mañana y saber en qué puede ayudarlo desde ahora.

Siendo ya muy viejo cambió de lenguaje y empezó de nuevo.

Ya lo dijo el escritor ilustre: debemos ser custodios de nuestra metamorfosis, como niños de palabras y mandarinas, como intercambiar caracteres.

* Todas las citas en cursivas son de Elías Canetti, muerto el 14 de agosto de 1994.

Fernando Solana Olivares

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