LOS VOLCANES DE ROJO
El sábado amanece frío y luminoso. La patricia Casa Serrano, un poco maltrecha como es su estilo pero con el feeling que posee debido a todo lo que ha sucedido en ella, está lista para inaugurar Volcanes construidos, la exposición de Vicente Rojo.
A las doce del día, ante una regular asistencia que no representa la cantidad de gente que la verá, pues es mucha la que suele frecuentar el sitio, Ruy Pérez Tamayo lee un hermoso texto sobre Rojo y su obra, Vicente da las tímidas gracias, Roberto Castelán recibe al artista, a sus acompañantes y al público. Suenan aplausos, se corta el listón, el público entra a las salas y un dueto toca algo sublime que debe ser Dvorak.
Vicente, de la mano de Bárbara Jacobs, se desliza delicado y contento entre las poderosas obras salidas de sus manos. Pasa por alto la museografía, un ignorante atrevimiento decorativo que cualquier otro expositor habría señalado, y hasta le encuentra virtudes. “Mira”, me dice, percibiendo tácitamente mi preocupación al respecto, “es la primera vez que veo mis volcanes desde arriba”. Y sonríe, suavemente irónico, como es.
Yo también, lleno de amistad por él como siempre me ha inspirado. Y miro el profundo refinamiento que su obra y él mismo tienen ya, la constante excelencia expresiva de sus piezas, su sobria y elegante creatividad, su poderosa fuerza sosegada, y pienso que la vida es una interesante bendición. O un bienestar repentino.
Dos días atrás ahí mismo, en el solemnemente llamado Congreso Nacional de Contracultura, había leído un texto sobre lo que yo creo que hoy es la contracultura: dije un falso palindroma: la única contracultura es la cultura. Más disolvente es Thomas Mann que Parménides García Saldaña. Cosas así. Luego fui duramente cuestionado por Carlos Martínez Rentería, organizador histórico del evento, debido a mis conceptos. El debate se resolvió con una frase conciliatoria que yo mismo propuse: todo borracho hace contracultura, toda borrachera es contracultural. Carlos quedó satisfecho y yo también: salud, Bukowski.
Problemas derivados de andar creyendo que para ser originales hay que regresar al punto de origen, o sea, leer. Ahora caminamos el sábado a la una de la tarde por el centro de Lagos para llevarlos a conocer otro museo al cual vendrá la obra de Vicente Rojo en agosto de 2010, si Dios quiere, como con sensatez hablan por aquí. Tres parejas vamos y venimos plácidamente por un lugar cuya medida es todavía humana. Regreso junto a Vicente con una familiar sensación de tiempo y acompañante conocidos. Como si el reloj estuviera inmóvil y en él los dos camináramos.
Quedamos a desayunar al día siguiente todos menos la maestra Georgina y Ruy Pérez Tamayo, quien regresa de inmediato a la ciudad de México cargando un libro de George Steiner, el cual adquiriré horas después en la monstruosa Feria Internacional del Libro de Guadalajara a la que seré llevado por Manuel, el más interesante chofer de taxi de los únicos tres que hay en Rulfiana. Todo un personaje que vive estos viajes conmigo como un alimento exótico para su elevado sentido de observación. Mente de principiante, mente esponja, Manuel en todo se fija y todo lo pregunta.
Así que me sumerjo en la ballena libresca habiendo acordado con el preciso chofer de atenta mirada dónde y a qué horas nos veremos, y tardo veinte minutos en saber la dirección en la que está la sala donde será la presentación de Breviario de correrías, el libro de Ariel González que vengo a comentar. Me encuentro con el autor y con Rafael Tovar, mi amigo del kínder, quien ya no es alto funcionario y ya no está tenso sino relajado. Saludo al editor de la admirable y selecta Sextopiso, Eduardo Rabasa. Entretenemos la espera contando nuestra historia. Éramos tres niños en un salón de párvulos de treinta niñas del colegio Margarita de Escocia. Uno de ellos se volvió niña por sobrevivencia y sólo quedamos Rafael y yo.
Encuentro también a una actual funcionaria que me trata con mustia condescendencia irónica, con cierta sorna empoderada. A estas alturas de mi vida poco me importa, así el amargo dictum clásico sobre la condición humana vuelva a ser real: cuídate de aquellos a quienes haces favores. La rueda de la fortuna nunca se pudo estar quieta y yo, como el conejo de Alicia me voy, me voy, se me hace tarde hoy en cuanto acabamos la presentación de un libro necesario y significante, para vagar un rato en ese mercado fenomenal donde existen tantos libros prescindibles y tantos autores publicitariamente inflados pero literariamente vacíos. Los que heredarán el Nobel pero no la literatura.
Lo comento con el vivaracho Manuel durante el regreso: hoy todo es una mercancía. Pero no la amistad, que representa un viático, como el que al día siguiente, domingo por la mañana, traen Vicente y Bárbara a nuestra mesa. Vuelvo a sentir aquella fuerza sosegada del día anterior y pienso en dos métodos para una misma preferencia: domar volcanes representándolos. Lo hizo el doctor Atl y ahora Vicente Rojo. Prefiero por cercanía esta fuerza plástica cuyo dominio se logra mediante la suavidad y la constancia, la poética plástica como una alquimia propia. Pocas personas hay así: como es adentro es afuera, como es la obra es el artista, como es el objeto revelado así resulta la revelación.
Los tamales oaxaqueños de frijol en hoja santa también lo son. Así que desayunamos en medio del sentido: la amistad y la obra, la realización. Vivir consiste simplemente en estar aquí y no en otra parte.
Fernando Solana Olivares
A las doce del día, ante una regular asistencia que no representa la cantidad de gente que la verá, pues es mucha la que suele frecuentar el sitio, Ruy Pérez Tamayo lee un hermoso texto sobre Rojo y su obra, Vicente da las tímidas gracias, Roberto Castelán recibe al artista, a sus acompañantes y al público. Suenan aplausos, se corta el listón, el público entra a las salas y un dueto toca algo sublime que debe ser Dvorak.
Vicente, de la mano de Bárbara Jacobs, se desliza delicado y contento entre las poderosas obras salidas de sus manos. Pasa por alto la museografía, un ignorante atrevimiento decorativo que cualquier otro expositor habría señalado, y hasta le encuentra virtudes. “Mira”, me dice, percibiendo tácitamente mi preocupación al respecto, “es la primera vez que veo mis volcanes desde arriba”. Y sonríe, suavemente irónico, como es.
Yo también, lleno de amistad por él como siempre me ha inspirado. Y miro el profundo refinamiento que su obra y él mismo tienen ya, la constante excelencia expresiva de sus piezas, su sobria y elegante creatividad, su poderosa fuerza sosegada, y pienso que la vida es una interesante bendición. O un bienestar repentino.
Dos días atrás ahí mismo, en el solemnemente llamado Congreso Nacional de Contracultura, había leído un texto sobre lo que yo creo que hoy es la contracultura: dije un falso palindroma: la única contracultura es la cultura. Más disolvente es Thomas Mann que Parménides García Saldaña. Cosas así. Luego fui duramente cuestionado por Carlos Martínez Rentería, organizador histórico del evento, debido a mis conceptos. El debate se resolvió con una frase conciliatoria que yo mismo propuse: todo borracho hace contracultura, toda borrachera es contracultural. Carlos quedó satisfecho y yo también: salud, Bukowski.
Problemas derivados de andar creyendo que para ser originales hay que regresar al punto de origen, o sea, leer. Ahora caminamos el sábado a la una de la tarde por el centro de Lagos para llevarlos a conocer otro museo al cual vendrá la obra de Vicente Rojo en agosto de 2010, si Dios quiere, como con sensatez hablan por aquí. Tres parejas vamos y venimos plácidamente por un lugar cuya medida es todavía humana. Regreso junto a Vicente con una familiar sensación de tiempo y acompañante conocidos. Como si el reloj estuviera inmóvil y en él los dos camináramos.
Quedamos a desayunar al día siguiente todos menos la maestra Georgina y Ruy Pérez Tamayo, quien regresa de inmediato a la ciudad de México cargando un libro de George Steiner, el cual adquiriré horas después en la monstruosa Feria Internacional del Libro de Guadalajara a la que seré llevado por Manuel, el más interesante chofer de taxi de los únicos tres que hay en Rulfiana. Todo un personaje que vive estos viajes conmigo como un alimento exótico para su elevado sentido de observación. Mente de principiante, mente esponja, Manuel en todo se fija y todo lo pregunta.
Así que me sumerjo en la ballena libresca habiendo acordado con el preciso chofer de atenta mirada dónde y a qué horas nos veremos, y tardo veinte minutos en saber la dirección en la que está la sala donde será la presentación de Breviario de correrías, el libro de Ariel González que vengo a comentar. Me encuentro con el autor y con Rafael Tovar, mi amigo del kínder, quien ya no es alto funcionario y ya no está tenso sino relajado. Saludo al editor de la admirable y selecta Sextopiso, Eduardo Rabasa. Entretenemos la espera contando nuestra historia. Éramos tres niños en un salón de párvulos de treinta niñas del colegio Margarita de Escocia. Uno de ellos se volvió niña por sobrevivencia y sólo quedamos Rafael y yo.
Encuentro también a una actual funcionaria que me trata con mustia condescendencia irónica, con cierta sorna empoderada. A estas alturas de mi vida poco me importa, así el amargo dictum clásico sobre la condición humana vuelva a ser real: cuídate de aquellos a quienes haces favores. La rueda de la fortuna nunca se pudo estar quieta y yo, como el conejo de Alicia me voy, me voy, se me hace tarde hoy en cuanto acabamos la presentación de un libro necesario y significante, para vagar un rato en ese mercado fenomenal donde existen tantos libros prescindibles y tantos autores publicitariamente inflados pero literariamente vacíos. Los que heredarán el Nobel pero no la literatura.
Lo comento con el vivaracho Manuel durante el regreso: hoy todo es una mercancía. Pero no la amistad, que representa un viático, como el que al día siguiente, domingo por la mañana, traen Vicente y Bárbara a nuestra mesa. Vuelvo a sentir aquella fuerza sosegada del día anterior y pienso en dos métodos para una misma preferencia: domar volcanes representándolos. Lo hizo el doctor Atl y ahora Vicente Rojo. Prefiero por cercanía esta fuerza plástica cuyo dominio se logra mediante la suavidad y la constancia, la poética plástica como una alquimia propia. Pocas personas hay así: como es adentro es afuera, como es la obra es el artista, como es el objeto revelado así resulta la revelación.
Los tamales oaxaqueños de frijol en hoja santa también lo son. Así que desayunamos en medio del sentido: la amistad y la obra, la realización. Vivir consiste simplemente en estar aquí y no en otra parte.
Fernando Solana Olivares
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