ABREVIANDO LO DISUELTO.
A) “Opulento en réplicas silenciadas”. Este verso del poema Clarel de Herman Melville puede servir para expresar los sentimientos que la época posmoderna provoca en cualquiera dispuesto a mirarla cara a cara, con lucidez y sin sentimentalismo. Es imposible, por insano, decir todo lo que se piensa y siente acerca de ella. Entonces deben silenciarse esas réplicas amargas sobre una realidad envilecida cuya peor expresión, si acaso, es la envoltura deslumbrante que la constituye: la engañosa democratización del deseo como misión ontológica del sujeto, el consumo material inagotable como cifra de la felicidad, el nihilismo tecnológico de una civilización que está a punto de hundirse al modo de la orquesta en el Titanic, la doble moral de las apariencias que consagran la impunidad corrupta como única ética colectiva y real, el compulsivo principio del placer y el egocentrismo como fundamentos primarios de la existencia individual.
B) Sin embargo, hay muchos mundos y están en éste. El problema radica en multiplicar la mirada personal sobre uno mismo y el mundo para así encontrar otros significantes en los significados inmediatos —la violencia imparable, el sinsentido de la vida cotidiana, la mentira sistémica en todas las esferas de lo público y aun de lo privado, la ausencia de futuro para un mañana que ya llegó, la precariedad recurrente, etcétera—, significados que si no se interpretan de una manera distinta a como se muestran superficialmente resultan insoportables por tóxicos y destructivos unos, por banales otros, y gran parte de ellos por ser ostensiblemente falsos. La tarea de la conciencia crítica actual consiste en identificar los montajes de una ingeniería social cuyos marcos de referencia son artificiales y que hoy el sistema global mediático se esmera en repetir, propalar y perfeccionar. El miedo, en todas sus variantes, es uno de ellos. Por eso el nombre para nuestros días también es el de la sociedad del miedo.
C) La psicología llama “montaje” a toda programación, mental o cerebral, que incluya una acción efectiva, la preceda y continúe guiándola y controlándola a través de mecanismos de selección, facilitamiento o inhibición. Suelen distinguirse entre “montajes de acción”, “montajes de contexto”, “montajes de finalidad”, “montajes de orientación”, y de una manera general se habla de “montajes-sentimientos” y “montajes-actitudes”. Y si bien los montajes son indispensables para el ser vivo en circunstancias esenciales, pues sobre todo funcionan como selectores para la conciencia biológica y psicológica porque le permiten elegir las partes útiles de un efecto dado e impiden que se pierda en las partes inútiles de dicho efecto, se sabe que esos marcos de referencia pueden transformarse cuando la conciencia del sujeto obtiene un aumento en la información sobre el fenómeno que percibe o bien cambia el postulado que utiliza para interpretarlo. La creencia no es conocimiento, y ella es la que sostiene en general tales montajes y sus marcos de referencia, pues la creencia insiste en atribuir a algo o a alguien una valoración estable y constante, a pesar de los cambios de perspectiva, de las circunstancias mutables o de la experiencia misma. Es parte de nuestro drama humano y hoy subrayadamente histórico: la ingeniería social mediática nos lleva a creer y nos impide conocer.
D) Herman Melville lo escribió con desoladora hermosura al inicio de Redburn: “Aprendí a pensar mucho y amargamente antes de tiempo.” Esta es la primera variante de la operación: el pensar de la conciencia como un paso inevitable hacia el dolor —aunque ahora, dadas las urgencias catastróficas del momento, no pueda hablarse de anticipación alguna—. Lo dice hasta el Eclesiastés (1:18): “Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor.” De tal manera se creyó durante milenios que conocer era equivalente a sufrir. Uno de los desmanes del psicoanálisis, causa y efecto a la vez de la modernidad, fue la exaltación cuasirreligiosa del principio del placer, el cual implica la nihilista ignorancia destructiva de la satisfacción del deseo, la definición existencial del usuario terminal de sí mismo, el consumidor contemporáneo. Pero la segunda transición operativa es distinta: del conocimiento al dolor, primero, del dolor a la comprensión, después. De ahí que la inteligencia verdadera sea hoy la facultad que se abstiene, la que nos permite desmontar los tantos montajes que nos infectan, nos intimidan y nos enajenan. La inteligencia es decir no.
E) Existe una región del pensamiento que se designa como la de los montajes personales correctos. Es una “voluntad de la técnica apropiada” que permite al individuo colocarse por encima de un doble obstáculo: lo extra-punitivo (mi circunstancia es culpa de los demás, de la sociedad, del destino), y lo intra-punitivo (mi circunstancia es mi culpa, mi desastre, mi castigo). Se afirma que una voluntad consciente capaz de desarrollar tal nuevo montaje ingresará a una actitud adulta —la de aquel que quiere ayudarse a sí mismo, respeta al universo y se respeta, trabaja seriamente en cualquiera que sea su ocupación y en medio de la niebla histórica y las ansiedades psicológicas posmodernas practica una actitud de “espera y observa”—: así se abstendrá de una conducta infantil de juego irresponsable con la realidad o de una actitud paternalista y autoritaria que quiera imponer a los demás.
F) “¡Despréndete de todos los temas foráneos; dame tu persona!”, propondría Herman Melville, escribiendo de aquel montaje que también se llama abreviar la disolución.
Fernando Solana Olivares.
B) Sin embargo, hay muchos mundos y están en éste. El problema radica en multiplicar la mirada personal sobre uno mismo y el mundo para así encontrar otros significantes en los significados inmediatos —la violencia imparable, el sinsentido de la vida cotidiana, la mentira sistémica en todas las esferas de lo público y aun de lo privado, la ausencia de futuro para un mañana que ya llegó, la precariedad recurrente, etcétera—, significados que si no se interpretan de una manera distinta a como se muestran superficialmente resultan insoportables por tóxicos y destructivos unos, por banales otros, y gran parte de ellos por ser ostensiblemente falsos. La tarea de la conciencia crítica actual consiste en identificar los montajes de una ingeniería social cuyos marcos de referencia son artificiales y que hoy el sistema global mediático se esmera en repetir, propalar y perfeccionar. El miedo, en todas sus variantes, es uno de ellos. Por eso el nombre para nuestros días también es el de la sociedad del miedo.
C) La psicología llama “montaje” a toda programación, mental o cerebral, que incluya una acción efectiva, la preceda y continúe guiándola y controlándola a través de mecanismos de selección, facilitamiento o inhibición. Suelen distinguirse entre “montajes de acción”, “montajes de contexto”, “montajes de finalidad”, “montajes de orientación”, y de una manera general se habla de “montajes-sentimientos” y “montajes-actitudes”. Y si bien los montajes son indispensables para el ser vivo en circunstancias esenciales, pues sobre todo funcionan como selectores para la conciencia biológica y psicológica porque le permiten elegir las partes útiles de un efecto dado e impiden que se pierda en las partes inútiles de dicho efecto, se sabe que esos marcos de referencia pueden transformarse cuando la conciencia del sujeto obtiene un aumento en la información sobre el fenómeno que percibe o bien cambia el postulado que utiliza para interpretarlo. La creencia no es conocimiento, y ella es la que sostiene en general tales montajes y sus marcos de referencia, pues la creencia insiste en atribuir a algo o a alguien una valoración estable y constante, a pesar de los cambios de perspectiva, de las circunstancias mutables o de la experiencia misma. Es parte de nuestro drama humano y hoy subrayadamente histórico: la ingeniería social mediática nos lleva a creer y nos impide conocer.
D) Herman Melville lo escribió con desoladora hermosura al inicio de Redburn: “Aprendí a pensar mucho y amargamente antes de tiempo.” Esta es la primera variante de la operación: el pensar de la conciencia como un paso inevitable hacia el dolor —aunque ahora, dadas las urgencias catastróficas del momento, no pueda hablarse de anticipación alguna—. Lo dice hasta el Eclesiastés (1:18): “Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor.” De tal manera se creyó durante milenios que conocer era equivalente a sufrir. Uno de los desmanes del psicoanálisis, causa y efecto a la vez de la modernidad, fue la exaltación cuasirreligiosa del principio del placer, el cual implica la nihilista ignorancia destructiva de la satisfacción del deseo, la definición existencial del usuario terminal de sí mismo, el consumidor contemporáneo. Pero la segunda transición operativa es distinta: del conocimiento al dolor, primero, del dolor a la comprensión, después. De ahí que la inteligencia verdadera sea hoy la facultad que se abstiene, la que nos permite desmontar los tantos montajes que nos infectan, nos intimidan y nos enajenan. La inteligencia es decir no.
E) Existe una región del pensamiento que se designa como la de los montajes personales correctos. Es una “voluntad de la técnica apropiada” que permite al individuo colocarse por encima de un doble obstáculo: lo extra-punitivo (mi circunstancia es culpa de los demás, de la sociedad, del destino), y lo intra-punitivo (mi circunstancia es mi culpa, mi desastre, mi castigo). Se afirma que una voluntad consciente capaz de desarrollar tal nuevo montaje ingresará a una actitud adulta —la de aquel que quiere ayudarse a sí mismo, respeta al universo y se respeta, trabaja seriamente en cualquiera que sea su ocupación y en medio de la niebla histórica y las ansiedades psicológicas posmodernas practica una actitud de “espera y observa”—: así se abstendrá de una conducta infantil de juego irresponsable con la realidad o de una actitud paternalista y autoritaria que quiera imponer a los demás.
F) “¡Despréndete de todos los temas foráneos; dame tu persona!”, propondría Herman Melville, escribiendo de aquel montaje que también se llama abreviar la disolución.
Fernando Solana Olivares.
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