Friday, November 12, 2010

8 NOTAS SOBRE LA DROGA

1. Las minorías, escribió Goethe, son las dueñas de la razón. La misma reflexión está en Marguerite Yourcenar cuando señala que las retaguardias de hoy serán las vanguardias de mañana. ¿Qué pasa cuando dichas minorías se convierten en mayorías, así la ideología imperante no las reconozca como tales, y qué ocurre cuando esas retaguardias se transforman en vanguardias porque el mañana ya llegó? 2. Sigo a Guy Sorman en estos apuntes (Esperando a los bárbaros, Seix Barral, Barcelona, 1993), pero hay otros muchos ciudadanos en cualquier parte del planeta ---minorías que son mayorías, retaguardias que son vanguardias--- afines a su percepción. ¿Qué es una droga?, se pregunta este investigador francés. La respuesta es escandalosamente obvia: una droga es una sustancia que el Estado define como tal. Su prohibición es entonces una historia principalmente política y moralizante antes que médica o sociológica, y la “guerra contra las drogas” responde a un diseño geopolítico que el gobierno de Estados Unidos ha ido imponiendo al mundo desde fines del siglo XIX no para aliviar el dolor de los toxicómanos o destruir a los narcotraficantes sino para satisfacer la adicción estadounidense a la guerra, adicción que ha sido la base de su predominio y poder globales. 3. La investigación objetiva e imparcial demuestra que la guerra contra las drogas causa más víctimas y mayor desestabilización social que las drogas mismas. Pero como esta guerra no es racional sino ideológica y responde a un montaje escenográfico de manipulación permanente, dichas evidencias no existen porque el poder político las niega. Hasta ahora es inútil discutirlo con los representantes del “Imperio del Bien”. Ya desde los años noventa del siglo pasado un tal Bob Martínez, el zar antidrogas gringo de entonces, recitaba los clichés y los lugares comunes que siguen repitiéndose hasta hoy: “esta guerra la vamos ganando y con ella protegemos a los más débiles en la sociedad”, etcétera. El guión escénico sigue siendo el mismo, el problema no. 4. Más que una guerra, el asunto es una cruzada moral. La prohibición del opio ocurrió en Filipinas durante la colonización estadounidense y fue encabezada por un obispo protestante, monseñor Brent, quien no paró hasta obtener su ilegalización mundial en la Conferencia de la Haya en 1912, demonizando tal sustancia con argumentos religiosos y seudoéticos, nunca científicos, como se suele hacer. Por eso diría Mario Cuomo, gobernador de Nueva York en 1990: “Los que no creen en el diablo piensan en la droga.” 5. Dos discursos sobre la droga se oponen. Uno de ellos, de inspiración liberal (simbolizado por el conspicuo Milton Friedman, padre del modelo económico imperante), afirma que el toxicómano elige hacerlo y así ejerce un derecho personal e inalienable. Es considerado responsable de sus actos y si comete un delito será castigado no por ser toxicómano sino por el delito mismo. El otro discurso, el prohibicionista, argumenta que la toxicomanía hace desaparecer el libre arbitrio. El adicto no es libre de elegir o rechazar la droga y esta incapacidad es precisamente la manifestación de su enfermedad. Corresponde entonces al Estado preservar a la población de todo contacto con la droga que transmite la enfermedad que incapacita para evitar esa misma enfermedad. La demostración de esta hipótesis radica en experimentos hechos con ratas de laboratorios gubernamentales a las que se administra drogas para fundamentar “el carácter químico-biológico de la toxicomanía”. Los experimentos no distinguen a la rata del ser humano. Toda la lógica de la represión, como apunta Sorman, deriva de este postulado de laboratorio: “jamás un gobierno tan poderoso habrá debido tanto a un grupito de ratas.” 6. La guerra contra la droga ha sido siempre un pretexto para la represión. La persecución estatal china contemporánea contra los consumidores de opio, argumentando que no contribuyen a la edificación del socialismo y que son parásitos sociales, demuestra que los regímenes totalitarios consideran a la toxicomanía como algo mucho más peligroso que una enfermedad orgánica: la consideran una disidencia política, un crimen del pensamiento, pues la droga induce una dualidad imaginativa y un escape mental de las condiciones de ese modelo ideológico único impuesto a la sociedad. La misma reflexión está soterrada en la lucha contra la droga emprendida por las democracias modernas: drogarse con sustancias ilegales es un acto de disidencia y deslealtad ante los valores dominantes que manipulan al ciudadano promedio, aquel egocéntrico consumidor que debe obsesionarse con las adicciones legales y no con las que han sido declaradas ilegales. 7. El psiquiatra Thomas Szasz considera que la prohibición es una religión y que la guerra contra las drogas es una guerra santa donde toda argumentación racional está condenada de antemano. La prohibición no obedece a criterios funcionales sino a autoritarismos de tipo religioso, a dogmas que se sostienen en el miedo a la libertad. Y Henri Atlan, químico célebre, explica que las drogas dan acceso a formas de conocimiento destructoras para el orden de la modernidad, que eliminó dos de las tres formas de conocimiento conocidas: lo sagrado y el inconsciente, para sostener solamente el conocimiento por la racionalidad. 8. El asunto, pues, condensa y significa mucho más de lo que en apariencia muestra. Resolverlo supondrá modificar radicalmente los procesos sociales, las formas de gobierno, las estructuras de poder y la mentalidad enajenada de las mayorías humanas. Superar esta época histórica e iniciar otra. Habrá quien lo viva, habrá quien lo verá.

Fernando Solana Olivares

0 Comments:

Post a Comment

<< Home