WITTGENSTEIN, UN ENERO.
1. “Cada mañana hay que atravesar de nuevo la escoria muerta, para llegar al núcleo vivo y cálido”.* Dejar atrás el lindero del sueño donde una mente sin reposo volvió a hacernos vivir lo ya vivido y salir a encontrar ese golpe de suerte que quizá hará cambiar lo que somos. Y cada noche habrá que juntar tal escoria inmóvil, pues mientras la revelación no llegue a nosotros su presencia será un amparo y mantendrá la esperanza de que al día siguiente lograremos, por fin, calcinarla para siempre.
2. “Debe desmontarse el edificio de tu orgullo. Y es una enorme tarea”. Aunque la brutalidad y dureza del momento histórico bien podría encargarse de hacerlo por uno mismo: destruir aquella soberbia de lo humano que nos ha llevado a los atroces y nihilistas límites hoy terminalmente traspasados. Pero en todo caso, existe otro orgullo por desmontar antes: aquél que nos permite negarnos a entregar a otros lo que sólo es nuestro, así sea para destruirlo.
3. “Freud ha hecho un mal servicio con sus pseudo explicaciones (precisamente porque son ingeniosas). Cualquier asno tiene a la mano esas imágenes para ‘explicar’ con su ayuda los síntomas de la enfermedad”. Y dicha “explicación” la hará extensiva a cualquiera que se le acerque. Doxas de la modernidad urbana y de sus clases ilustradas: todos hemos sido sicoanalizados, aun aquellos que por método, desconfianza o simple indiferencia jamás se han puesto en manos de algún médico de almas. Nunca falta un conocido que se vengue de nosotros extendiéndonos las inverosímiles razones analíticas que a él le administra su terapeuta, y hará de cualquier encuentro un miserable diván.
4. “Así, pues, puede haber eternamente una llave en el lugar en que la puso el maestro, sin ser utilizada para abrir el cerrojo para el cual la forjó”. Tal es la culpable nostalgia de los pasados posibles que nunca fueron. Aquel libro mal leído, aquella relación no correspondida, esa disciplina incipiente que evaporó la inercia, ¿eran aquella llave nunca usada? De haber sido otros, de haber estado en otros, ¿no seríamos los mismos? Tal vez exista un cierto consuelo: el cerrojo es el recuerdo y la llave el olvido. Entonces la memoria nostálgica resulta ser la condena inflexible de un damnificado de sí mismo.
5. “¡Qué pensamiento tan pequeño puede llenar toda una vida! ¡Cómo se puede viajar toda la vida por la misma pequeña zona y creer que no hay nada más!” Ello ocurre con los dogmas y las liturgias del pensamiento único que globalmente predomina en esta época. Acaso es una herencia envenenada de ese racionalismo extremo, mecanicista y lineal de nuestra civilización judeocristiana, tan provinciana y estrecha, tan idiotamente encerrada en lo particular. De ahí que la confusión entre el hecho y el valor nos hayan llevado a malbaratar la esencia por las formas: el amor se convierte en matrimonio, la enseñanza en escuela, la salud en hospital, la creatividad en academia, la vocación en carrera, las relaciones sociales en gobierno, la amistad en clubes de pertenencia, el juego y la alegría en entretenimiento y confort.
6. “Para bajar a la profundidad no se necesita viajar mucho; no necesitas para ello abandonar tu ambiente cercano y habitual”. Flaubert recomendaba vivir de día como pequeñoburgués en aras de lograr durante la noche el ingreso a los infiernos íntimos, a los extremos de la imaginación. Saberlo es un aprendizaje boxístico: no tomar como reales las fintas que el otro que está en nuestro interior nos hace a cada instante.
7. “Cuando la vida llega a ser difícilmente soportable, se piensa en un cambio de la situación. Pero el cambio más importante y más eficaz, el de la propia conducta, apenas se nos ocurre y nos es muy difícil decidirnos a hacerlo”. Vieja sabiduría, la de la enfermedad mental: el loco es un estratega que ante una situación insoportable reorganiza drásticamente su universo síquico a través de su propia conducta. Nosotros, los neuróticos comunes y corrientes, pasamos el tiempo quejándonos de la vida, pidiéndole todo a ella como si fuera una entidad que sucediera por sí misma, sin contar para nada con nuestra participación. El loco se engaña por un exceso de responsabilidad: cree que la vida es un diseño solamente suyo. Los otros nos engañamos por una vicaria limitación: creemos que la vida es aquello que nos ocurre a pesar de nosotros mismos.
8. “Mi ideal es una cierta indiferencia. Un templo que sirva de contorno a las pasiones, sin mezclarse en ellas”. Y también cierto cinismo, el indispensable para que la distancia hacia uno mismo conserve las energías de la pasión sin asumir sus gastos inútiles. O regresar al tiempo ahistórico, donde la conciencia se expande; o simplemente al desapego inteligente de quienes se sientan al margen de las mareas, los malditos tranquilos que contemplan la oscura desbandada de la existencia diciendo en voz alta: despéñate, torrente de la inutilidad.
9. “Nuestro hablar obtiene su sentido del resto de nuestra actuación”. Somos lo que hacemos, o mejor, somos como lo hacemos. El antiguo precepto ético sigue en pie: nadie es más que otro si no hace más que otro. Si el decir es un hacer, sólo el hacer sostiene al decir. Las palabras, marcas del espíritu, no son impunes. Toda persona es un huésped de la vida que mediante el lenguaje comprende o ignora la hospitalidad recibida. Y dado que pensar es agradecer, la única legitimación existencial radica en comprender agradecidos que no sabemos ni el por qué ni el para qué de este misterioso alojamiento temporal.
* Todas las citas son de Ludwig Wittgenstein.
Fernando Solana Olivares.
2. “Debe desmontarse el edificio de tu orgullo. Y es una enorme tarea”. Aunque la brutalidad y dureza del momento histórico bien podría encargarse de hacerlo por uno mismo: destruir aquella soberbia de lo humano que nos ha llevado a los atroces y nihilistas límites hoy terminalmente traspasados. Pero en todo caso, existe otro orgullo por desmontar antes: aquél que nos permite negarnos a entregar a otros lo que sólo es nuestro, así sea para destruirlo.
3. “Freud ha hecho un mal servicio con sus pseudo explicaciones (precisamente porque son ingeniosas). Cualquier asno tiene a la mano esas imágenes para ‘explicar’ con su ayuda los síntomas de la enfermedad”. Y dicha “explicación” la hará extensiva a cualquiera que se le acerque. Doxas de la modernidad urbana y de sus clases ilustradas: todos hemos sido sicoanalizados, aun aquellos que por método, desconfianza o simple indiferencia jamás se han puesto en manos de algún médico de almas. Nunca falta un conocido que se vengue de nosotros extendiéndonos las inverosímiles razones analíticas que a él le administra su terapeuta, y hará de cualquier encuentro un miserable diván.
4. “Así, pues, puede haber eternamente una llave en el lugar en que la puso el maestro, sin ser utilizada para abrir el cerrojo para el cual la forjó”. Tal es la culpable nostalgia de los pasados posibles que nunca fueron. Aquel libro mal leído, aquella relación no correspondida, esa disciplina incipiente que evaporó la inercia, ¿eran aquella llave nunca usada? De haber sido otros, de haber estado en otros, ¿no seríamos los mismos? Tal vez exista un cierto consuelo: el cerrojo es el recuerdo y la llave el olvido. Entonces la memoria nostálgica resulta ser la condena inflexible de un damnificado de sí mismo.
5. “¡Qué pensamiento tan pequeño puede llenar toda una vida! ¡Cómo se puede viajar toda la vida por la misma pequeña zona y creer que no hay nada más!” Ello ocurre con los dogmas y las liturgias del pensamiento único que globalmente predomina en esta época. Acaso es una herencia envenenada de ese racionalismo extremo, mecanicista y lineal de nuestra civilización judeocristiana, tan provinciana y estrecha, tan idiotamente encerrada en lo particular. De ahí que la confusión entre el hecho y el valor nos hayan llevado a malbaratar la esencia por las formas: el amor se convierte en matrimonio, la enseñanza en escuela, la salud en hospital, la creatividad en academia, la vocación en carrera, las relaciones sociales en gobierno, la amistad en clubes de pertenencia, el juego y la alegría en entretenimiento y confort.
6. “Para bajar a la profundidad no se necesita viajar mucho; no necesitas para ello abandonar tu ambiente cercano y habitual”. Flaubert recomendaba vivir de día como pequeñoburgués en aras de lograr durante la noche el ingreso a los infiernos íntimos, a los extremos de la imaginación. Saberlo es un aprendizaje boxístico: no tomar como reales las fintas que el otro que está en nuestro interior nos hace a cada instante.
7. “Cuando la vida llega a ser difícilmente soportable, se piensa en un cambio de la situación. Pero el cambio más importante y más eficaz, el de la propia conducta, apenas se nos ocurre y nos es muy difícil decidirnos a hacerlo”. Vieja sabiduría, la de la enfermedad mental: el loco es un estratega que ante una situación insoportable reorganiza drásticamente su universo síquico a través de su propia conducta. Nosotros, los neuróticos comunes y corrientes, pasamos el tiempo quejándonos de la vida, pidiéndole todo a ella como si fuera una entidad que sucediera por sí misma, sin contar para nada con nuestra participación. El loco se engaña por un exceso de responsabilidad: cree que la vida es un diseño solamente suyo. Los otros nos engañamos por una vicaria limitación: creemos que la vida es aquello que nos ocurre a pesar de nosotros mismos.
8. “Mi ideal es una cierta indiferencia. Un templo que sirva de contorno a las pasiones, sin mezclarse en ellas”. Y también cierto cinismo, el indispensable para que la distancia hacia uno mismo conserve las energías de la pasión sin asumir sus gastos inútiles. O regresar al tiempo ahistórico, donde la conciencia se expande; o simplemente al desapego inteligente de quienes se sientan al margen de las mareas, los malditos tranquilos que contemplan la oscura desbandada de la existencia diciendo en voz alta: despéñate, torrente de la inutilidad.
9. “Nuestro hablar obtiene su sentido del resto de nuestra actuación”. Somos lo que hacemos, o mejor, somos como lo hacemos. El antiguo precepto ético sigue en pie: nadie es más que otro si no hace más que otro. Si el decir es un hacer, sólo el hacer sostiene al decir. Las palabras, marcas del espíritu, no son impunes. Toda persona es un huésped de la vida que mediante el lenguaje comprende o ignora la hospitalidad recibida. Y dado que pensar es agradecer, la única legitimación existencial radica en comprender agradecidos que no sabemos ni el por qué ni el para qué de este misterioso alojamiento temporal.
* Todas las citas son de Ludwig Wittgenstein.
Fernando Solana Olivares.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home