Sunday, December 04, 2011

REPORTE DEL CLIMA.

Hoy todo es un acontecimiento histórico: la sequía y el intenso frío. El presente del pasado se establece entre matracas, masas clientelares acarreadas, políticos impresentables, líderes momificados, una familia juvenil y telegénica diseñada para tal fin, un candidato joven y vacío tan viejo como el mismo PRI que representa y con él regresa. Sólo en México, carajo. El cambio no es gatopardesco porque no supone que todo cambie para que todo siga igual. La conocida frase la pronuncia Tancredi en El Gatopardo del príncipe de Lampedusa. Aquí nada ha cambiado, salvo la envoltura, la cual es producto de una ingeniería de opinión e imagen calculada hace años y pagada con fondos públicos, como suele ser. Sólo en México, carajo. Los impuestos van a dar a las manos de los políticos para que con ese dinero induzcan y hasta obliguen a la gente a votar por ellos. Y la frágil memoria colectiva, tan olvidadiza, ayuda a convertir en política circular todo esto. Salinas presenta un libro más y habla “críticamente” del neoliberalismo, como si su régimen no hubiera sido el fatal implantador de esa destrucción privatizadora de las instituciones públicas de salud, educación, trabajo y desarrollo social iniciada al final de los ochenta del siglo pasado, destrucción cleptocrática y estatal mafiosa que dio lugar a la putrefacción nacional de estos días.
Pero en El Gatopardo hay mucho más que aquella agudeza de Tancredi. Cuando el nuevo régimen le ofrece al príncipe Fabrizio, a través de Chevalley, el inteligente y digno enviado, la senaduría por el reino de las Dos Sicilias, se produce una confesión de sabiduría: el príncipe define su circunstancia como propia de una generación desgraciada, a caballo entre los viejos y nuevos tiempos y a disgusto con los dos. “Como usted no ha podido dejar de darse cuenta, no tengo ilusiones”, afirma, para más adelante proponer al advenedizo Calogero Sedára al senado, describiéndolo como un hombre igual a él, sin ilusiones, pero lo suficientemente hábil para creárselas de ser necesario. Lampedusa mismo carecía de ellas. Las ilusiones se vuelven indispensables para la acción política o para la acción literaria.
Uno de los pocos registros que se conocen sobre Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa, lo contó Giorgio Bassani en el prólogo a la edición italiana de uno de los dos libros que escribió (el otro es El profesor y la sirena) ese autor sorprendente y perfecto. Fue en el verano de 1954 en San Pellegrino Terme, donde con motivo de una reunión literaria, Bassani lo conoció a través del poeta Lucio Piccolo, quien viajaba con Lampedusa, porque eran primos, y un criado acompañante. Bassani lo describe como un caballero alto, corpulento, taciturno, apoyado en un nudoso bastón, siempre silencioso, llevando un rictus amargo en los labios: “Cuando me presentaron a él, se limitó a inclinarse sin decir nada”.
Cinco años después de ese único encuentro, Bassani recibió la llamada de una amiga que le proponía una novela para la colección de libros en la cual trabajaba. La leyó deslumbrado y muy pronto supo que era obra de aquel aristócrata visto entonces, quien había muerto hacía un año dejando el manuscrito de una obra que comenzara inmediatamente después de su regreso de San Pellegrino a Palermo. El “pobre príncipe”, según lo llama el narrador de Historias de Ferrara, escribió el libro durante unos cuantos meses, tuvo tiempo de copiarlo, después enfermó y murió a las pocas semanas. Su vida es una crónica de no visibilidad, de moderada restricción, de escondida posteridad. Es la biografía del santo oculto y no la exposición del héroe público.
La ilusión igualmente resulta inevitable al tratar de establecer otras hipótesis. En efecto, no acaba de mezclarse con eficacia la reunión del agua con el aceite sugerida por López Obrador al introducir el tema del amor como necesidad social desde la crispada, decadente y venal política mexicana. Sin duda, Maquiavelo lo reprobaría. Pero o bien se va más allá del pensador florentino o bien se reinterpreta el mensaje, se traduce en propuestas sociopolíticas posibles generadas por la sociedad misma y se propone un orden moral a practicar. Y el matiz quizá suponga algo tan sutil como hablar de obra común en lugar de amor, de fraternidad humana y de decencia esencial, de otra ética mayoritaria e interdependiente, no la del amnésico Salinas y sus atroces responsabilidades históricas y lo que oscuramente éstas significan (extremos que no se tocan: el príncipe Fabrizio se apellida de Salina), tampoco la de aquellos que en lugar de haber sido los portadores de la conciencia, según escribiría Jan Myrdal, se han comportado como las prostitutas de la razón.
La FIL sucede por estos días y la radio universitaria local transmite sus incidencias y entrevista a afamados escritores. Llama la atención su casi general bajo nivel, su inocuo monólogo, a excepción del durísimo discurso, provocador e intemperado de Fernando Vallejo: a medias verdadero, a medias descortés, a medias histérico. Hay mala literatura y hay buena, como la de Daniel Sada, en cambio, escritor fascinado con el lenguaje y la dilatada marea de hacer novelas, con la paciente impaciencia del conocimiento que se hace palabra por palabra, ladrillo sobre ladrillo, imagen por imagen. Descanse en paz Daniel pues queda su literatura. Estas heladas históricas calan los huesos. Yo estoy haciendo una chimenea. Donde vivo hay leña seca. Espero prenderle fuego antes del último frente frío.

Fernando Solana Olivares.

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