Saturday, November 05, 2011

EL PENSAMIENTO RECIBIDO.

La modernidad es una ingeniería social que lleva siglos moldeando la mentalidad humana. Desde antes de la construcción del yo de Rousseau para el ser libre que predicaba, las operaciones de propaganda sobre la opinión pública son una parte básica del sistema capitalista y del pensamiento tecno-científico predominante. Así ocurrió desde el primer suceso moderno de manipulación de la opinión pública: el golpe económico y político de Felipe el Hermoso contra los Templarios en 1307 auxiliado por su ministro Nogaret, quien infiltró las tabernas francesas con agentes pagados para calumniar a los mantos blancos e incriminarlos en delitos de apostasía y contra natura.
Dicha ingeniería ideológica ha construido una credulidad generalizada que se considera a sí misma realista y racional, críticamente escéptica e informada. Esa mentalidad común está compuesta por los pensares de la época que piensan a la gente que participa de ella y sin embargo se revuelve, furiosa, contra el señalamiento de que sus pensares no son suyos sino una implantación cognitiva. Cuando surgió el concepto moderno de razón surgió su contrario, la sinrazón o locura. Y ella ha servido para sostener la sobresocializada verdad del mundo materialista, totalmente razonable, y condenar todo aquello que ponga en duda las descripciones o los escenarios donde sucede “lo real”.
Una tradición intelectual mecánica y políticamente interesada descarta todo aquello que llama paranoia, para-conocimiento, conocimiento insuficiente e incapaz. De ahí tantas fobias como suelen tenerse, tantas convicciones personales, tantos juicios discriminatorios. La tradición zen cuenta que un aspirante de aprendiz visitó a un maestro. Éste le invitó a tomar té y le sirvió hasta que la taza llegó al límite, derramándose. El aspirante llamó su atención. El maestro le dijo: “la taza es como tu cabeza, las dos están llenas, ¿qué se les puede agregar?”
Las revelaciones surgen de lo oblicuo, de lo para-normal. Si la persona se salva cuando desautomatiza sus sentimientos, lo mismo logra cuando desautomatiza su pensamiento, su forma de conocer. Cuando desagrega su diálogo interior, lo etiqueta (“pensando, pensando, pensando”) rápida y atentamente, lo deja ir. Vendrá otro pensamiento, otra sensación, otra percepción y se hará lo mismo. Vendrán de nuevo y otra vez.
Para procesar la información que absorbe nuestra conciencia (una parte mínima de la que llega a la mente) debemos referirla siempre a lo familiar. La memoria asociativa encarcela y reduce nuestra forma de conocer. Conocemos lo ya conocido, pensamos lo habitual, somos iguales a la imagen del si mismo que hemos neuróticamente construido y a la mente colectiva de la ideología posmoderna globalizada y su catálogo de tópicos, de doxas, de lugares comunes, de materialismo vulgar.
Elémire Zolla escribe que “en una sociedad donde se supiese lo que se ama y se quiere, la dominación de los cárteles financieros no se podría implantar. Pero para tener una idea recta de lo que se ama y se quiere es preciso poseer una idea del ser y de sus grados: una metafísica, aunque no sea discursiva.” Y aunque no sea devocional. Saber lo que se ama y se quiere ---poseer una metafísica--- es aprender ciertos principios básicos:
a) Somos lo que pensamos; b) Los pensares de la época nos piensan; c) Debemos no pensar en lo que pensamos.
La neurofisiología contemporánea confirma que la interrupción voluntaria del pensamiento (definición canónica del yoga meditativo) deshace sinapsis incorrectas, despierta e integra gradualmente zonas selladas de la psique y reconstruye la plasticidad neuronal. Es decir, rehace al individuo, que así deja de ser sujeto de su diálogo interior y pensado por los pensares de su externa (pues viene de fuera) subjetividad. Por los irritantes síquicos que describe el budismo: el odio, la avidez y la ignorancia. Y aunque esta ignorancia se refiere a la naturaleza profunda de la realidad, también está vinculada con ignorar la naturaleza superficial de lo real, compuesta casi totalmente de pensamientos recibidos, de pensamientos implantados por la mentalidad gregaria y consumista sobresocializada.
Pasamos de una época a otra, afirma Zolla, cuando las ideas, sentimientos e imágenes obsesivas o consoladoras más difundidas comienzan a marchitarse. El conocimiento de ese tránsito está en lugares no recomendables, no mostrados, no dichos. Para encontrarlo hay que ir con poetas desvariantes, cortesanas atrevidas o videntes rodeadas de exaltados. Lo mismo que buscando los significados de los significantes. Significado: el imperio dice; significante: el imperio dice que dice. De ese modo tan simple puede entenderse que los aviones al colisionar en un edificio no se evaporan por un hueco menor que su propia envergadura o que ningunas torres gemelas se derrumban sobre sí mismas por un impacto incendiario en la parte superior. Es aquella operación que Goethe describía como la más difícil: ver lo que se tiene frente a los ojos.
Si apenas ayer la primera regla de la salud mental era aliviarse del resentimiento, hoy además es la de curarse del pensamiento recibido, de los adjetivos excluyentes, de la opinión inducida que se cree propia, de la fanatización acrítica, de la imagen que engaña, de las formas ocultas de la persuasión.
Es toda una tarea llegar a ver el mundo como es. Ningún prejuicio sirve para lograrlo, al contrario. Por eso la mente de principiante considera a las cosas con la atención de la primera vez, las considera en ellas mismas. Las contempla.

Fernando Solana Olivares.

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