LOS INFLEXIBLES / I.
La irreparable misoginia de la Iglesia católica, manifiesta una vez más por Benedicto XVI en su homilía del reciente Jueves Santo, donde se refirió a la “declaración irrevocable” de Juan Pablo II acerca del impedimento de la ordenación sacerdotal de las mujeres hecha en 1994, porque “la Iglesia no ha recibido del Señor ninguna autoridad sobre esto”, representa mucho más que la continuación de una tendencia histórica en crisis para significar, a estas alturas, el patológico empecinamiento masculino con aquello que parece ser un destino ortodoxamente terminal.
La Iglesia católica, “sumida en la crisis más profunda de confianza desde la Reforma”, como ha señalado el teólogo Hans Küng en una carta abierta a los obispos publicada en 2010, continúa dominada por los reflejos mentales y los paradigmas inmóviles de hombres, principalmente ancianos y teóricamente célibes, adscritos a un cristianismo que no es el de Jesús sino el de Pablo, un apóstol autoproclamado y de mentalidad farisea, formado en la Torá por el rabino Gamaliel y orgulloso de los privilegios de su nacionalidad romana hasta antes de su conversión al cristianismo en el camino de Damasco, que inoculó la religión emergente con su radical desprecio a las mujeres, su infundada exaltación del celibato y su personal condena de la homosexualidad como abominación.
Poco se toma en cuenta, aunque es determinante para su análisis, que la ortodoxia cristiana, ese “pensamiento correcto”, quedó establecida por órdenes del emperador Constantino en el año 325 en el Concilio de Nicea, definiéndose así desde su origen como un dogma autoritario impuesto por el poder secular y no como una vía trascendente derivada de un mensaje espiritual. “Como toda proclamación hecha por un comité de pocos a nombre de una comunidad entera ---escribe Robert H. Stucky---, el credo niceno está anticuado, errado y cargado en su lenguaje”.
No solamente porque distingue forzada y hasta esquizofrénicamente entre la creencia y la experiencia de la divinidad ---distinción de base política, ya que la creencia es controlada por los intermediarios de la misma y en cambio la experiencia es vivida directa y libremente por los individuos---, sino porque proviene de una misoginia propia de las tradiciones abrahámicas (judaísmo, cristianismo, islamismo) en las cuales el clero ortodoxo, racional y masculino se ha empeñado desde hace siglos en suprimir y castigar, pues no puede controlarlas, aquellas partes intuitivas, místicas y femeninas de la fe.
“Tal ‘racionalidad’ de parte de la jerarquía masculina ---observa Stucky--- fue enemiga del pensamiento libre, que se consideraba ‘mujeril’, y por lo tanto, peligroso. La intuición, el poder de dar a luz, la introspección mística, y la sabiduría en sí misma (personificadas como femeninas en los escritos hebraicos y griegos), fueron atributos mujeriles que se habían considerados como semi-mágicos por la sociedad patriarcal del Imperio Romano.” Dichas características, afirma el autor, provocaron tanto admiración como miedo, el cual terminó por prevalecer como un método represivo ante lo femenino.
El impulso hacia la institucionalización de la fe cristiana no solamente correspondió a motivos políticos sino también a causas de origen psicológico radicadas en la obsesión masculina por la dominación y el control. Neurólogos como Leonard Schlain atribuyen este violento machismo judeocristiano ---“una especie de machismo mediterráneo intensamente coloreado por el militarismo romano”--- al predominio de factores fisiológicos favorecidos por las culturas urbanas letradas.
Su hipótesis sostiene que desde la invención de la escritura, alrededor del año 3000 a. C., la influencia horizontal e igualitaria antes generalizada de los cultos a la Madre o Diosa, la cual representa las funciones femeninas del pensamiento intuitivo características del hemisferio cerebral derecho, decayó constantemente hasta ser reemplazada por sociedades cuya forma de escritura lineal ---los alfabetos griego y latino lo son absolutamente--- estimuló una mayor tendencia al uso del hemisferio cerebral izquierdo, propio de un pensamiento vertical y lógico predominantemente masculino. La razón de ello, según Schlain, es que las células receptivas del ojo masculino focalizan detalles lineales y las del ojo femenino tienden a captar conjuntos.
Como fuere, tal error epistémico se impuso a sangre y fuego y la severidad de su teología misógina se hizo un dogma de fe.
Fernando Solana Olivares.
La Iglesia católica, “sumida en la crisis más profunda de confianza desde la Reforma”, como ha señalado el teólogo Hans Küng en una carta abierta a los obispos publicada en 2010, continúa dominada por los reflejos mentales y los paradigmas inmóviles de hombres, principalmente ancianos y teóricamente célibes, adscritos a un cristianismo que no es el de Jesús sino el de Pablo, un apóstol autoproclamado y de mentalidad farisea, formado en la Torá por el rabino Gamaliel y orgulloso de los privilegios de su nacionalidad romana hasta antes de su conversión al cristianismo en el camino de Damasco, que inoculó la religión emergente con su radical desprecio a las mujeres, su infundada exaltación del celibato y su personal condena de la homosexualidad como abominación.
Poco se toma en cuenta, aunque es determinante para su análisis, que la ortodoxia cristiana, ese “pensamiento correcto”, quedó establecida por órdenes del emperador Constantino en el año 325 en el Concilio de Nicea, definiéndose así desde su origen como un dogma autoritario impuesto por el poder secular y no como una vía trascendente derivada de un mensaje espiritual. “Como toda proclamación hecha por un comité de pocos a nombre de una comunidad entera ---escribe Robert H. Stucky---, el credo niceno está anticuado, errado y cargado en su lenguaje”.
No solamente porque distingue forzada y hasta esquizofrénicamente entre la creencia y la experiencia de la divinidad ---distinción de base política, ya que la creencia es controlada por los intermediarios de la misma y en cambio la experiencia es vivida directa y libremente por los individuos---, sino porque proviene de una misoginia propia de las tradiciones abrahámicas (judaísmo, cristianismo, islamismo) en las cuales el clero ortodoxo, racional y masculino se ha empeñado desde hace siglos en suprimir y castigar, pues no puede controlarlas, aquellas partes intuitivas, místicas y femeninas de la fe.
“Tal ‘racionalidad’ de parte de la jerarquía masculina ---observa Stucky--- fue enemiga del pensamiento libre, que se consideraba ‘mujeril’, y por lo tanto, peligroso. La intuición, el poder de dar a luz, la introspección mística, y la sabiduría en sí misma (personificadas como femeninas en los escritos hebraicos y griegos), fueron atributos mujeriles que se habían considerados como semi-mágicos por la sociedad patriarcal del Imperio Romano.” Dichas características, afirma el autor, provocaron tanto admiración como miedo, el cual terminó por prevalecer como un método represivo ante lo femenino.
El impulso hacia la institucionalización de la fe cristiana no solamente correspondió a motivos políticos sino también a causas de origen psicológico radicadas en la obsesión masculina por la dominación y el control. Neurólogos como Leonard Schlain atribuyen este violento machismo judeocristiano ---“una especie de machismo mediterráneo intensamente coloreado por el militarismo romano”--- al predominio de factores fisiológicos favorecidos por las culturas urbanas letradas.
Su hipótesis sostiene que desde la invención de la escritura, alrededor del año 3000 a. C., la influencia horizontal e igualitaria antes generalizada de los cultos a la Madre o Diosa, la cual representa las funciones femeninas del pensamiento intuitivo características del hemisferio cerebral derecho, decayó constantemente hasta ser reemplazada por sociedades cuya forma de escritura lineal ---los alfabetos griego y latino lo son absolutamente--- estimuló una mayor tendencia al uso del hemisferio cerebral izquierdo, propio de un pensamiento vertical y lógico predominantemente masculino. La razón de ello, según Schlain, es que las células receptivas del ojo masculino focalizan detalles lineales y las del ojo femenino tienden a captar conjuntos.
Como fuere, tal error epistémico se impuso a sangre y fuego y la severidad de su teología misógina se hizo un dogma de fe.
Fernando Solana Olivares.
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