LA PATOLOGÍA DEL PENSAMIENTO.
Creemos saber en nuestra profunda ignorancia. Suponemos ignorar en nuestro profundo saber. Ahora vivimos lo que Edgar Morin llama la inteligencia ciega, pues mientras se adquieren conocimientos sin precedentes sobre el mundo físico, biológico o antropológico, en todas partes progresan el error deshumanizante, la banalidad y la barbarie, la estúpida y maniquea reducción.
Los pensadores como Morin se remontan al origen del racionalismo occidental en el siglo XVII para desmontar ese modelo, un “paradigma de la simplificación” que si bien permitió los enormes progresos del conocimiento científico y de la reflexión filosófica, asimismo dio lugar a los demenciales fenómenos ecológicos, políticos, económicos y sociales característicos de la modernidad. Tales errores fatales, que hoy ponen en duda la sobrevivencia de la civilización y con ella la de la propia especie humana en el planeta, provienen de un pensamiento parcial y separativo “incapaz de concebir la conjunción entre lo uno y lo múltiple”. Provienen de esa inteligencia ciega o patología del pensamiento que según Morin destruye los conjuntos y las totalidades, aísla a los objetos de sus ambientes, a las personas de sus circunstancias concretas y no puede concebir el lazo inseparable entre el observador y la cosa observada.
Las realidades clave son desintegradas, afirma este autor, al grado de que las ciencias humanas prescinden hasta de la misma noción de lo humano. Ahí está el despiadado e inmoral ejemplo griego para demostrarlo, uno de los más recientes genocidios económicos del neoliberalismo financiero parasitario que aún disfraza el alcance de su verdadero significado: la existencia de poblaciones prescindibles, sacrificables ante conceptos tan abstractos, sesgados y relativos, tan ideológicos como “déficit público”, “rentabilidad” o “competitividad”. Poblaciones prescindibles que si en el pasado sólo habitaban el distante y subdesarrollado mundo de las periferias geopolíticas, actualmente están ya en el corazón mismo de las regiones prósperas, de los centros planetarios del poder.
Mientras los medios masivos de comunicación producen la cretinización popular, las universidades producen la cretinización de alto nivel, aquello que Morin, con otros pensadores, llama el oscurantismo científico de los “especialistas ignaros”: una visión mutilante y unidimensional que cancela las vidas y confisca los futuros de millones de seres humanos, multiplica el derramamiento de sangre a través de la violencia específica y simbólica y así disemina el sufrimiento para casi todos en cualquier lugar.
Se nos ha dicho, escribe este autor francés que no casualmente se unió a la Resistencia tras la invasión nazi a su país (“su estilo de ‘resistente’ no lo abandonará en el resto de su vida”, observa Marcelo Pakman, enfatizando la independencia intelectual con la cual Morin rechazará tanto los discursos totalizantes de cualquier signo como el autoritarismo conceptual reduccionista), “que la política debe ser simplificante y maniquea: lo es, ciertamente, en su versión manipulativa que utiliza a las pulsiones ciegas”.
Pero la verdadera política, la única urgentemente necesaria para estos tiempos oscuros y terminales, requiere lo que Morin ha designado como el conocimiento (o pensamiento) “complejo”, un término vuelto peyorativo por la idiotización hegemónica. Lo complejo es, etimológicamente, un tejido (complexus: lo que está tejido en conjunto), representa una suma de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados entre sí que contiene la paradoja de lo uno y lo múltiple: “el tejido de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen nuestro mundo fenoménico”. Eliminar la complejidad es simplemente volvernos ciegos. Su contrario es la simplicidad, una intención desesperada para diseñar una realidad mecánica y controlable, propia de todo tipo de poder, desde el familiar hasta el religioso, desde el económico hasta el militar.
Esa es la patología moderna del pensamiento que deriva hacia las sociedades totalitarias: una hiper-simplificación donde se oculta y niega la complejidad de lo real. La transformación planetaria de la política como espectáculo, la destrucción de la sociedad civil, el simulacro de la cultura tardomoderna, la disolución de los valores éticos y filosóficos, la degradación de las estructuras del interés colectivo, el vaciamiento moral generalizado, la despersonalización y el empobrecimiento de la experiencia humana, la virtualidad electrónica existente, el tratamiento infantilizado de las audiencias, el travestismo del ciudadano vuelto consumidor, todo ello es parte de esta imparable marcha hacia la narcotización global.
Decían los situacionistas franceses, con los cuales Morin está intelectualmente vinculado, que la tarea contemporánea de la conciencia humana es “reconstruir la vida, rebatir el mundo”. Tal es el empeño necesario que a fin de cuentas llevará a las personas a conseguir lo que Walter Benjamin llamó iluminaciones profanas: “hacer estallar las fuerzas ocultas, contenidas o constreñidas en las cosas y los humanos, y poner en contacto el mundo de nuestros objetos y nuestros deseos con la transformación de nuestro entorno”. Tal es la versión complejamente inteligente del Arca colectiva que sobrevivirá al desastre: imaginar la nueva tierra donde el nihilismo inhumano simplificador y reductivo por fin sea derrotado y la cultura produzca otra vez esperanzas legítimas, certezas tangibles, un sentido de la existencia que de nuevo pueda llamarse común.
Fernando Solana Olivares.
Los pensadores como Morin se remontan al origen del racionalismo occidental en el siglo XVII para desmontar ese modelo, un “paradigma de la simplificación” que si bien permitió los enormes progresos del conocimiento científico y de la reflexión filosófica, asimismo dio lugar a los demenciales fenómenos ecológicos, políticos, económicos y sociales característicos de la modernidad. Tales errores fatales, que hoy ponen en duda la sobrevivencia de la civilización y con ella la de la propia especie humana en el planeta, provienen de un pensamiento parcial y separativo “incapaz de concebir la conjunción entre lo uno y lo múltiple”. Provienen de esa inteligencia ciega o patología del pensamiento que según Morin destruye los conjuntos y las totalidades, aísla a los objetos de sus ambientes, a las personas de sus circunstancias concretas y no puede concebir el lazo inseparable entre el observador y la cosa observada.
Las realidades clave son desintegradas, afirma este autor, al grado de que las ciencias humanas prescinden hasta de la misma noción de lo humano. Ahí está el despiadado e inmoral ejemplo griego para demostrarlo, uno de los más recientes genocidios económicos del neoliberalismo financiero parasitario que aún disfraza el alcance de su verdadero significado: la existencia de poblaciones prescindibles, sacrificables ante conceptos tan abstractos, sesgados y relativos, tan ideológicos como “déficit público”, “rentabilidad” o “competitividad”. Poblaciones prescindibles que si en el pasado sólo habitaban el distante y subdesarrollado mundo de las periferias geopolíticas, actualmente están ya en el corazón mismo de las regiones prósperas, de los centros planetarios del poder.
Mientras los medios masivos de comunicación producen la cretinización popular, las universidades producen la cretinización de alto nivel, aquello que Morin, con otros pensadores, llama el oscurantismo científico de los “especialistas ignaros”: una visión mutilante y unidimensional que cancela las vidas y confisca los futuros de millones de seres humanos, multiplica el derramamiento de sangre a través de la violencia específica y simbólica y así disemina el sufrimiento para casi todos en cualquier lugar.
Se nos ha dicho, escribe este autor francés que no casualmente se unió a la Resistencia tras la invasión nazi a su país (“su estilo de ‘resistente’ no lo abandonará en el resto de su vida”, observa Marcelo Pakman, enfatizando la independencia intelectual con la cual Morin rechazará tanto los discursos totalizantes de cualquier signo como el autoritarismo conceptual reduccionista), “que la política debe ser simplificante y maniquea: lo es, ciertamente, en su versión manipulativa que utiliza a las pulsiones ciegas”.
Pero la verdadera política, la única urgentemente necesaria para estos tiempos oscuros y terminales, requiere lo que Morin ha designado como el conocimiento (o pensamiento) “complejo”, un término vuelto peyorativo por la idiotización hegemónica. Lo complejo es, etimológicamente, un tejido (complexus: lo que está tejido en conjunto), representa una suma de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados entre sí que contiene la paradoja de lo uno y lo múltiple: “el tejido de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen nuestro mundo fenoménico”. Eliminar la complejidad es simplemente volvernos ciegos. Su contrario es la simplicidad, una intención desesperada para diseñar una realidad mecánica y controlable, propia de todo tipo de poder, desde el familiar hasta el religioso, desde el económico hasta el militar.
Esa es la patología moderna del pensamiento que deriva hacia las sociedades totalitarias: una hiper-simplificación donde se oculta y niega la complejidad de lo real. La transformación planetaria de la política como espectáculo, la destrucción de la sociedad civil, el simulacro de la cultura tardomoderna, la disolución de los valores éticos y filosóficos, la degradación de las estructuras del interés colectivo, el vaciamiento moral generalizado, la despersonalización y el empobrecimiento de la experiencia humana, la virtualidad electrónica existente, el tratamiento infantilizado de las audiencias, el travestismo del ciudadano vuelto consumidor, todo ello es parte de esta imparable marcha hacia la narcotización global.
Decían los situacionistas franceses, con los cuales Morin está intelectualmente vinculado, que la tarea contemporánea de la conciencia humana es “reconstruir la vida, rebatir el mundo”. Tal es el empeño necesario que a fin de cuentas llevará a las personas a conseguir lo que Walter Benjamin llamó iluminaciones profanas: “hacer estallar las fuerzas ocultas, contenidas o constreñidas en las cosas y los humanos, y poner en contacto el mundo de nuestros objetos y nuestros deseos con la transformación de nuestro entorno”. Tal es la versión complejamente inteligente del Arca colectiva que sobrevivirá al desastre: imaginar la nueva tierra donde el nihilismo inhumano simplificador y reductivo por fin sea derrotado y la cultura produzca otra vez esperanzas legítimas, certezas tangibles, un sentido de la existencia que de nuevo pueda llamarse común.
Fernando Solana Olivares.
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