PROMETEO AL LÍMITE.
Byung-Chul Han, pensador de origen coreano formado en Alemania, desnuda a la época en tres brevísimos y lapidarios libros: La sociedad del cansancio, La sociedad de la transparencia y La agonía de Eros (Herder, Barcelona, 2010 y 2012).
Su cortedad es una forma estética adecuada al fondo reflexivo que el primero de ellos revisa en lacónicos capítulos: “La violencia neuronal”, “Más allá de la sociedad disciplinaria”, “El aburrimiento profundo”, “Vita Activa”, “Pedagogía del mirar”, “El caso Bartleby” y “La sociedad del cansancio”.
En unas cuantas páginas escritas mediante frases directas y haciendo contrapunto con ciertos autores y citas, cuya condensación le da mayor potencia al sobrio discurso ---así hacen los clásicos: escribir economizando---, el autor acerca sorpresivamente dos géneros: el ensayo y la poesía, porque ensaya sus pensamientos en un lenguaje cargado de sentido a su máxima posibilidad, virtud formal de restricción semántica que antes sólo le correspondía a la poesía.
En el prólogo a la sexta edición de La sociedad del cansancio, “El Prometeo cansado”, Byung-Chul afirma que el mito de Prometeo es “una escena del aparato psíquico del sujeto de rendimiento contemporáneo, que se violenta a sí mismo, que está en guerra consigo mismo”. Ese sujeto de rendimiento, encadenado como Prometeo aunque podrá creerse libre, quien vive en guerra consigo mismo, con su álter ego, se vuelve presa del cansancio.
Tal es la reinterpretación de Kafka en su “críptico” relato del mismo nombre, donde se imagina un cansancio (“La herida se cerró de cansancio”, escribió) que Byung-Chul designa como un cansancio curativo, aquel que “no resulta de un rearme desenfrenado, sino de un amable desarme del Yo”.
“La violencia neuronal”, el primer capítulo del breviario, postula que en un sentido patológico, pues existe “una sutil interacción entre los discursos sociales y biológicos”, el comienzo de este siglo no será ni bacterial ni viral sino neuronal. Enfermedades como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, el trastorno límite de la personalidad o el síndrome de desgaste ocupacional definen el panorama patológico.
Dichas afectaciones, no infecciosas sino más bien infartos psíquicos, provienen de un exceso de positividad, son sus estados patológicos. En un sistema dominado por lo idéntico, escribe el autor, “la violencia de la positividad, que resulta de la superproducción, el superrendimiento o la supercomunicación” es además una violencia del consenso que conduce al “agotamiento, la fatiga y la asfixia ante la sobreabundancia”.
La violencia de la positividad, según Byung-Chul, no es privativa ---como fue la violencia de la sociedad disciplinaria inmediatamente anterior que él mismo refiere, la cual no está del todo superada como afirma---, sino saturativa, no es exclusiva sino exhaustiva. Está en el mismo sistema, es inmanente a él, y conduce al colapso del yo personal, “que se funde por un sobrecalentamiento con origen en la sobreabundancia de lo idéntico”.
La sociedad disciplinaria, una sociedad de la negatividad, ha sido reemplazada por la sociedad de rendimiento: “Su plural afirmativo y colectivo, ‘Yes, we can’, expresa precisamente su carácter de positividad. Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley”, señala el autor. El no de la sociedad disciplinaria provoca locos y criminales. La sociedad de rendimiento produce depresivos y fracasados.
En esta sociedad de obligación descrita por Byung-Chul, “donde cada cual lleva consigo su campo de trabajos forzados”, la pérdida de la capacidad contemplativa ---ese acto de observación sin pensamiento discursivo--- “está vinculada a la absolutización de la vida activa, es corresponsable de la histeria y el nerviosismo de la moderna sociedad activa”.
Sin decirlo así (sus fuentes están tan extractadas como su prosa), Byung-Chul vuelve a plantear críticamente, desde una austeridad máxima, el odio a la contemplación que recorre la modernidad y desemboca en la atención mediática contemporánea, difusa y superficialmente múltiple, acercando al hombre de hoy a la atención propia del animal salvaje, incapaz por sobrevivencia de recogimiento interior.
En una circularidad concluyente, este pensador de la última hora civilizacional apunta el regreso a la atención contemplativa como el medio curativo para la sociedad del rendimiento que destruye a las gentes por positividad. ¿Ocurrirá el amable desarme del Yo que vislumbra? Ello se verá después.
Fernando Solana Olivares.
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