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El monólogo de Molly Bloom que cierra el inadjetivable Ulises de James Joyce termina diciendo “y sí yo dije quiero sí”. De haberlo escrito ahora diría “y no yo dije quiero no”.
Llegamos ahora al momento del “no” como única salida crítica ante el dramático estado de las cosas: colapsos ecológicos, económicos, políticos y sociales que se presentan en todas partes a nivel global.
Signos múltiples anuncian el inminente final de algo. ¿Qué es ese algo que termina, que va a acabar? ¿Un sistema mundo, una época histórica o un ciclo planetario y civilizacional mayor como el que vio llegar el pensamiento tradicional hindú hace miles de años para estos días, aquella época que los jainas desde entonces denominaron “triste-triste”?
Cada vez más descarnadamente mucha gente anda diciendo, y antes pensándolo, que esto sólo cambiará con una catástrofe, repitiendo intuitivamente lo que el pensamiento antropológico afirma hablando de los cambios profundos en la cultura producidos por rupturas decisivas. Colapsos mayores de hace miles de años que construyeron mitologías y sagas divinas.
Ahora existen grandes franjas humanas dormidas y zombificadas, otras en estado de involución y muchas que parecen insalvables. Descerebrados mediáticos y económicos, consumidores materialistamente insaciables e irreflexivos moldeados por un capitalismo hegemónico y depredador hecho para colapsar. Hay otros cuya conciencia percibe en diversos grados el estado de las cosas, las siente cabalmente y a veces las puede formular.
El Producto Interno Bruto, indicador de crecimiento económico, no distingue entre producción buena y mala. Desde la década de 1950 se han producido 8,300 toneladas de plástico. Cuando menos el 80 % de ellas nunca se ha reciclado y muy pronto el plástico en los océanos superará el número de peces. Pero su fabricación se contabiliza como positiva. Los gastos de agua, tierra y pienso para producir una hamburguesa y las emisiones de gases de efecto invernadero que provoca son geométricamente destructivos, pero la demanda de carne va en aumento. Su producción se cuenta como buena. La devastación de un bosque de caoba y su conversión en madera también. O la depredación minera y sus miasmas contaminantes. El PIB se entenderá como crecimiento.
La reciente cumbre del clima en Katowice, Polonia, se atascó en su demanda de reducir el 45 % de las emisiones contaminantes en menos de una década, única vía, y no del todo segura, para impedir que el clima supere la barrera de los antes 2 y ahora 1,5 grados de temperatura. EU, Arabia Saudí, Rusia y Kuwait encabezan la resistencia. “No se pueden negociar las leyes de la física. La ciencia es ciencia”, declaró un alarmado Mohamed Nasheed, expresidente de Maldivas en la reunión. Pero el neo nazi brasileño Bolsonaro amagó con dejar el acuerdo y entregó el Amazonas al control de una ministra representante de los intereses de ganaderos, agricultores y empresas trasnacionales.
El clima geopolítico es un caldero que hierve a alta temperatura, parecido a la década de los años treinta de entreguerras, pero ahora con armas nucleares: EU, China y Rusia armándose para la guerra, el imperio declinante dirigido por Trump el anti césar loco, un zar Putin intrigando para desestabilizar Occidente, o el presidente chino Xi Ping, nuevo emperador, enfrentado comercialmente con EU. Macron, el melifluo presidente que se creyó jupiterino, arrinconado en su país por la justa ira de los chalecos amarillos. La Merkel en retirada y los conservadores, desde centristas hasta ultras radicales, muy cerca de tomar el poder: Austria, Hungría, la misma Polonia y aun Francia. La UE fracturada vacilante que parece cerca de desaparecer. Siria en guerra, Turquía en tensión, Palestina en holocausto causado por Israel, Libia convertida en campo de esclavos, Irak deshecho e Irán amenazado. Las derechas nacionalistas en ascenso y los populismos de todo signo acercando a las piras inquisitoriales. El imperio trumpiano cazando el petróleo venezolano, única razón de su intervención histérica. El engendro de maduro y su dictadura criminal. De facto, todavía no de jure, las poblaciones prescindibles se van sacrificando conforme el capitalismo demente decide.
El sistema mundo no puede arreglarse por sí mismo debido a una sencilla razón lógica: el modelo de pensamiento que causa un problema es incapaz de resolverlo, antes tendría que ser deconstruido. La marcha inercial hacia un punto incontrolable y definitivo está, según el reloj científico que lleva la cuenta de ese tiempo perentorio, a dos minutos del punto final. Dos para las doce. En Chicago se registran hasta -29 grados y en Australia 54, 3 grados en la puerta trasera de la casa de la poeta Jill Jones.
En esta numeralia catastrófica hay pocas alternativas. Como dijo George Steiner hace años: ya no quedan más comienzos. Algunos pensadores que no hacen concesiones (Subirats, Nietzsche, Guénon, Cioran, Adorno, Zerzan) llevan tiempo advirtiendo lo que vendrá, pero los ciegos que conducen a otros ciegos no pueden ver hacia adelante ni mirar hacia atrás.
Se comienza diciéndolo. Luego sigue lo que sigue después.
Fernando Solana Olivares
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