ALREDEDOR DE LA HOGUERA
El lenguaje se originó estando los seres humanos sentados en torno del fuego de una hoguera. Aquel que se recogió en la sabana africana desde troncos calcinados por los incendios del rayo y permitió a los hombres comenzar a comer proteínas y grasas animales cocidas, obteniéndose con ello la dosis de energía necesaria para el sorpresivo aumento de la capacidad craneal que ocurriría: de 400 centímetros cúbicos del chimpancé a 1,300 del Homo sapiens, una mutación extraordinaria en la historia de la evolución natural.
Los grupos recolectores, cuyos miembros suelen ser más independientes al buscar comida, dieron paso a ancestros necesariamente sociables que requerían una cooperación más estrecha para cazar. Pequeños cambios que conducen a los grandes. Entre ellos lugares de cita comunal y guaridas que las nuevas costumbres requerían. Y hogueras nocturnas que protegieran y congregaran al grupo gracias al control del fuego, ese bien prometeico, primer dominio de la energía que fundó lo humano y dio lugar al lenguaje.
De acuerdo al biólogo evolutivo Edward O. Wilson el lenguaje es la sustancia del pensamiento inteligente y la forma más elevada de comunicación. Consta de una combinación infinita de palabras que son traducibles en símbolos, de voces que confieren significado y nombre a seres y cosas. Es la base de la sociedad, desde la más simple a la más compleja. El lenguaje no es solamente una creación de la humanidad sino que es la humanidad.
Y su milagro surge alrededor de una hoguera, la cual une al grupo desde el atardecer hasta la noche. Las interacciones sociales se dan entonces para contar historias, reforzar alianzas y ajustar cuentas, pues el fuego crea un “santuario de luz” que aleja a los depredadores rondando en la oscuridad. Ahí sucede, hace mil milenios, el nacimiento de las humanidades: “a la luz nocturna de una hoguera en los primeros campamentos de la humanidad”.
Peter Sloterdijk ha escrito que la sociedad más antigua es una bola mágica, pequeña y parlanchina. En ella sus miembros socializan en una continuidad psicoacústica circular, forma que adoptan todos quienes se sientan alrededor de una fogata. Le llama “gramática de la pertenencia mutua” y la describe como el escucharse juntos, el arte más antiguo que se conoce, el arte de hacer seres humanos.
¿De qué se habla en las hogueras primordiales? De los muertos inolvidables, de los ancestros, del sentimiento de lo trágico, del misterio del mundo y del más allá, de las bromas y los trucos del día, los chismes de la jornada, las trasgresiones a las normas del grupo y otros asuntos de interés común. Las tres rutas neuronales que se activan al socializar con el lenguaje e interactuar con los demás, la mentalización (lo que dice el otro que se imagina), la empatía (ponerse en lugar del otro) y la representación (experimentar en cierto grado lo que el otro siente), construyen la esencia humana. Todo lo que vendrá allí comienza.
En torno de la hoguera los seres humanos se hacen preguntas metafísicas, sobre el poder, la procreación y el sexo. Hablan de enemigos, de espíritus y seres oscuros, de sueños, alegrías y tristezas. Como la horda primordial vive una economía de la escasez y de tanto en tanto debe sacrificar a nuevos miembros que al nacer pondrían en peligro la sobrevivencia del grupo, esas noches iluminadas con la oscuridad a la espalda el lenguaje va haciéndose a sí mismo para que la gente narre sus sentimientos de dolor, sus fantasías, sus ideas. Aparecen las palabras, se desarrollan las conjugaciones, los tiempos verbales, se establecen las personas gramaticales.
El lenguaje adviene, como si una divinidad lo hubiera entregado en germen a los seres humanos y fuera un atributo instintivo, genético, que a la vez se convierte en cultural. La mentalización, la empatía y la representación que el lenguaje activa en la conciencia desarrollan una virtud sin la cual toda sociedad sería imposible: la consideración hacia los demás. Corresponderse significa pertenecer al mismo grupo, imaginarse mutuamente, preverse también.
Cuestiones de vida y muerte se conocieron delante del fuego hipnótico. Ahora, cuando nos acercamos a desenlaces llenos de incertidumbre, toda originalidad es necesaria. Sloterdijk llama a esto hiperpolítica, necesaria para nuestros días sin síntesis. Se trata de construir una tercera ilustración o tercera cultura que mezcle los saberes científicos y humanísticos. Diversos pensadores le llaman un nuevo pensamiento filosófico que debe de ir más allá del antropocentrismo y de la burbuja audiovisual característica de las humanidades, así como de la enajenada insensibilidad científica y su chato materialismo.
Nuevas disciplinas emergentes surgen y la poesía se expande al conocer la biología molecular o la arquitectura profunda del cuerpo humano. La ciencia, buscando la naturaleza de la conciencia y su origen, rebasa fronteras que tocan lo no visible. Todo habrá comenzado con la fascinación del fuego, su condición de santuario de luz, de metamorfosis. Con las llamas controladas que dieron sitio al lenguaje y a aquello que seguiría después. Aún a este mismo texto.
Fernando Solana Olivares
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