Friday, January 28, 2011

ENCUENTROS CERCANOS.

Lo encontré soñando, como suele encontrársele. Era de mi mismo género, más joven, más alto, jorobado. “Hola, sombra”, le dije, “¿cómo estás?” Me contestó con un gruñido. Nunca ha sido muy amable. Ya había terminado el sueño, en el cual yo seguía un guión aventurero y loco que otra vez ocurriera: las enseñanzas que a jalones y sobresaltos escénicos —quien bien te quiere te hará llorar— me daba mi sombra cada vez que surgía en mi soñar.

—La zona desconocida de nuestros días, ¿va a durar o no? ¿Puede quedarse como una zozobra acrecentada y permanente, estática en sus colisiones, en su violencia, en su inseguridad? ¿O derivará hacia su empeoramiento, pero entonces pasará a otra condición, a otro estadio, bien sea peor o resulte mejor? Es decir: ¿el fin de un mundo es el fin de una ilusión? —le pregunté.

—No tengo la menor idea, don Abstracto —me contestó desdeñosa.

—Sólo tenemos un método para aproximarnos al futuro: ver la historia detrás de nosotros: el ángel de la historia pintado por Klee, notado por Walter Benjamin, el cual vuela de espaldas hacia donde asciende, mirando lo que queda abajo.

—La profecía no es un don humano. No le alcanza a la razón para llegar a ella, don Citador.

—Pero no podemos resistirnos a intentarlo. La imaginación nos obliga, además vivimos mentalmente en el presente del futuro y construimos expectativas. Vuelvo a la cuestión: ¿cuánto tiempo más durará esta violencia y se intensificará, antes de virar hacia otro momento, el que sea?

—El método mencionado es obsoleto, don Mecánico, pues lo que está ocurriendo no se parece a lo conocido. Lo que va a pasar no ha pasado, salvo teóricamente. Recuerda la leyenda de la camiseta que se puso Lisbeth Salander: “Armagedón fue ayer: hoy tenemos un serio problema.”

—Retórica apocalíptica. Volviendo al punto: entonces hay salida. Aunque no se parece a nada conocido. Quién sabe. A veces pienso en la ley de analogía y quizá lo que vaya a ocurrir sea algo previsto por la imaginación humana. Acaso hay libros en papel o piedra que ya lo cuentan.

—Encuéntralos, mi buen. Te recomiendo las profecías de la gran pirámide: textazo, don Crédulo.

—Asimov cuenta de la psicohistoria, una ciencia capaz de predecir el futuro a través del comportamiento social. Lo que no puede ser calculable y descompone el sistema predictivo porque introduce una variante es el comportamiento individual. Surge un mutante inesperado, El Mulo, que cambia el rumbo de lo previsto.

—¿No te das cuenta que es un falso problema? Más didáctico: mañana será como lo haces hoy. Aplícalo a la historia, don Limitado.

—No lo creo. Es cierto que la gente decente es mayoría, pero el asunto no es la gente sino el sistema donde está la gente, el cual es desestabilizado por minorías violentas. La sociedad del miedo aumenta el tamaño de sus plagas. Parecería un asunto de libreto global y perseverante: la sociedad del espectáculo vuelta sociedad del miedo desde el 11-S y bastante antes.

—Te propongo un lugar común: lo único que debe darte miedo es el miedo, don Hecho Bolas.

—Es más complicado. El ego es quien tiene miedo, para superar el miedo hay que abandonar el ego. Y nuestra civilización está basada en él. ¿Cómo, entonces, se abandona colectivamente el ego? ¿Al suceder la revelación? ¿Al ocurrir la catástrofe? Los cultos narcotizantes de esta última hora hablan de transformaciones etéreas y milagrosas: todos seremos seres de luz. Consideremos algo más serio: las aperturas culturales hacia otras formas como el mutualismo, una interdependencia entre la gente y de la gente con la naturaleza, y a un sentido de ciclicidad, de custodia de lo humano, que el código genético muestra como una trascendencia existente y activa en todo sujeto. Otra ética puede derivarse de todo ello, otra narrativa cultural.

—Suena bonito, debo reconocerlo, don Inspirado. Pero hasta ahí. Piensa en ciclicidades, en fines de época. Un telón está bajando, su cuenta es muy larga, de seis mil años, se dice. Entonces la oscuridad se enseñorea de todo.

—Me interesa el tránsito, no quedarme en la oscuridad. Lo afirmé a los treinta y lo confirmo ahora: prefiero las mañanas, el centro, la claridad. Ya sé que a ti te veo en las esquinas nocturnas, pero las noches me gustan para dormir. Ahora estoy lejos de las fiestas.

—Diría el filósofo que primero nos creemos dueños de nuestra vida y que luego llega el destino y nos informa: todo es mío, don Anticipado. Observa y espera, nada más.

Los sueños se sueñan soñándose y de éste desperté. La próxima vez que en ellos viva una aventura con mi sombra podré hablarle con más confianza, tanta como para proponerle que se mude a la vigilia de manera permanente. Así podremos vernos todo lo que haga falta. Me agrada su indiferencia desdeñosa, su cristal velado para mirar las cosas, sus frases directas, su antiperplejidad.

No tiene la última palabra, pero su mera presencia será confortante a la manera de un hábito integrado. Cuando hagas de dos uno, dice un muy antiguo y sacramental texto de autoayuda, ese género vilipendiado por la ilustración. Tendré que darle espacio, para que se sienta a sus anchas. Dejarle la iniciativa. No estrujar al otro, es una regla de cualquier relación que quiera durar. Y todavía no lo digo: me interesa el sujeto histórico sombrío y terminal que hay en él. Cuando oigo que todo se acabó, siempre me digo a mí mismo que apenas comienza la función.

Fernando Solana Olivares

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