SISTEMA DE SIGNOS .
Se mostró terco, se vio cansado, no fue su noche. López Obrador perdió el tiempo del debate con su obsesión sobre la mafia oligárquica, las citas históricas de López de Santa Anna y Lucas Alamán, con su aire advertidor y sentencioso, con su foto al revés. En lugar de hablar del país que ha recorrido, de lo que viene y no de lo que hubo, se perdió en un tema que lo parece dominar.
La monomanía es necesaria para atreverse a ser político, pero el éxito radica en ocultarla. O trascenderla en función del interés de los demás, algo quizá ingenuamente ideal. Convertirla en oferta política única es un error táctico cuando menos. Si el error es inercial, producto de una visión personal rígida, sucede inevitablemente. Si es funcional, una pérdida de energía, atención y reflejos en el tramo final de una campaña larguísima, López Obrador lo podrá enmendar. Si es parte del drama político que le toca representar, muy poco conseguirá hacer al respecto.
Peña Nieto hila, efectivamente, más de tres frases, pero no llega a veinte. Se apoya en muletillas verbales, en modos y lugares comunes ensayados ante asesores y espejos. Su condición de personaje actuando en una escena resulta patente, tanto como la de Vázquez Mota, mecanicidades electorales mediáticas diseñadas para vender el producto político que ofrecen. El maternalismo de una y los compromisos del otro se muestran poco convincentes y nada sustantivos. Apariencias dirigidas al mundo sensible del espectador moldeado por la televisión, y no al mundo de la compresión, de los conceptos, donde el ciudadano debería experimentar y decidir la política si la democracia fuese
integral. No importa entonces qué se dice sino cómo se dice. Y ese cómo, siendo visual, está preestablecido.
Tan gastada luce la política mexicana que un recién llegado con un estigma de origen sorprende a la sociedad mediante un discurso distinto, exhibiendo el autismo de los políticos y su indiferencia ante los problemas nacionales. Aunque todo lo que diga Quadri, siendo pertinente como lo ha sido en mucho, por desgracia no consigue hacer olvidar que un voto para él es un voto para Elba Esther Gordillo, uno de los grandes esperpentos del horizonte político, cacica de la educación y del magisterio, lastre a remover en cualquier renovación mexicana.
Todo fue mediocre en el debate, y hasta la sensual y bella edecán, tan impropia de un acto así, tan inesperada, se volvió desagradable. El desangelado escenario, el rutinario formato, el hieratismo de la conductora, la aparición equívoca de un escote generoso y a continuación un torneo de vaguedades con pocos momentos rescatables, excepción hecha de Quadri, como se ha dicho, el lamentable representante de un falso y cuasi privado aunque formalmente legal partido político.
Los signos se interpretan de manera consensual. El sistema de relaciones es el que hace que los signos puedan significar. Ese sistema es un proceso constructivo, culturalmente concertado. De ahí que la muy citada definición de Eco sobre la semiótica, la disciplina que se dedica al desentrañamiento de los signos, afirme que estudia todo lo que puede usarse para mentir. En esa atribución de significaciones, la semiosis televisiva predominante en la campaña electoral induce sin cesar en el electorado la perspectiva de que López Obrador y su proyecto político no lograrán obtener la simpatía mayoritaria, que la elección presidencial está resolviéndose entre el PRI y el PAN, con una incuestionable ventaja para el primero, y que el cambio indispensable para este país consiste, paradójicamente, en la restauración de una hegemonía del pasado responsable durante décadas del deterioro nacional, del neoliberalismo salvaje que mediante desregulaciones, privatizaciones y disminución intencional del gasto público ha multiplicado la miseria y estimulado la insurrección del resentimiento social, responsable de la postración anímica y cultural del país, de su indiferencia ética y moral, de una alternancia a todas luces catastrófica para el interés común.
El sistema de interpretación de los signos está dictado, esencialmente, por la televisión, un medio cuya naturaleza (Habermas, Sartori, et al.) atenta contra la democracia pues la degrada volviéndola un espectáculo y así convierte a los ciudadanos en una audiencia. Pero nada es fatal ni permanente, porque toda batalla política es una lucha por la interpretación y el sentido de los significados: éstos siempre pueden cambiar.
Fernando Solana Olivares.
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