Friday, July 07, 2017

SUPRIMIR LA MEMORIA

O reducirla, como un paso más para su desaparición. El neoliberalismo se funda en el olvido de lo anterior y de lo distinto. Y todo aquello que es distinto lo es porque se establece en la memoria, esa acumulación del tiempo que provee de origen y pertenencia. La conciencia sin memoria no es conciencia. El homo sapiens se construyó desde un pasado que solamente se conoce en el momento temporal donde el individuo está, así el presente personal y colectivo se enriquece, vivifica la tradición cultural (la memoria) de la que proviene, la convierte en un contenido concreto y con ella logra vislumbrar el tiempo futuro. De la nada sale nada, de la desmemoria también. La visión tecnocrática educativa del pensamiento único avanza para establecer esa condición postmexicana que propone Roger Bartra como una característica de lo actual. En ella se han evaporado (o “eficientado”) contenidos curriculares de la enseñanza de la historia patria en primaria. Y aunque es parcialmente cierto que la palabra patria es parte de aquella reserva de signos cuya época de validez principal ha terminado (Sloterdijk), la construcción de la identidad personal y pública todavía requiere conocer los procesos del pasado común, colectivo, aquel que a pesar de las intencionadas amnesias neoliberales sigue determinando instituciones, estructuras y mentalidades postmexicanas. La prensa informó recientemente (Laura Poy Solano, La Jornada) que el estudio de las culturas precolombinas, de la Conquista y de la formación del mundo moderno son contenidos “reducidos” para lograr un aprendizaje “más profundo” de los alumnos de primaria y secundaria, según el inconvincente y fútil secretario de Educación Pública. La Conquista se limitará a la revisión superficial de la caída de México-Tenochtitlán, y el estudio del periodo de la Colonia, con su profunda riqueza cultural y sus todavía vigentes desigualdades sociales, también quedará cancelado. Es de suponer que tampoco la Independencia y el proceso de construcción de la identidad nacional en el siglo diecinueve, un periodo histórico esencial para la vida democrática y la soberanía nacional, serán enseñados en clase. De la misma manera, la complejidad política, económica y social de la Revolución Mexicana, sus tantas reivindicaciones pendientes, sus orígenes porfiristas, las luchas sociales que le dieron origen, su esquizofrénica institucionalidad revolucionaria posterior, el priísmo hegemónico, la nacionalización petrolera, el 68, nada de eso será conocido por los niños mexicanos. Nunca sabrán, por ejemplo, que desde la mesa de redacción de El Siglo XIX Francisco Zarco, benemérito de la patria, escribió que la igualdad sería la ley de la República, el único mérito las virtudes, la manifestación del pensamiento libre, los negocios del Estado examinados por los ciudadanos, todo ello a partir de la inviolabilidad de la vida humana y de la libertad general. No sabrán que este programa político está enunciado desde entonces y pendiente de convertirse alguna vez en realidad. La reducción curricular neoliberal para “profundizar” el aprendizaje es una operación ideológica que pretende evaporar los referentes comunes e históricamente distintos para reiterar la monocultura actual. El pensamiento único existirá en tanto pueda impedir la consideración de cualquier otro modelo civilizacional. La tecnocracia educativa privilegia las metodologías porque las convierte en contenidos en sí. Lo mismo que la tecnología, que no es un medio sino un fin, los proyectos educativos neoliberales son impuestos por la globalización como innovación y progreso. Ignorar el pasado es un progreso. El secretario de Educación Pública repite donde puede el mantra “aprender a aprender” como beneficio de su reforma. Es dudoso que haya leído el libro del maestro sufí contemporáneo Idries Shah llamado igual. En él este gran pedagogo afirma que el conocimiento de sí mismo implica un conocimiento de la forma de pensar de nuestra sociedad: “Viéndose a sí mismo con ojos ajenos”. Las nuevas generaciones no se conocerán a sí mismas porque ignorarán las formas de pensar de la sociedad actual y de las anteriores que le dieron origen. Entre las formas de resistencia ante la desarticulación que el pensamiento único provoca estará la enseñanza de la historia nacional a nuestros niños para lograr nuevas perspectivas, no de una identidad fija imaginaria sino de una pertenencia común concreta: este país, nuestra casa. Fernando Solana Olivares

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