Friday, May 19, 2017

PEDRO PÁRAMO

¿Cómo se hace una obra maestra? ¿De qué está formada? Se sabe con cierta claridad que son la memoria común y el tiempo quienes abonan esa condición. Su perdurabilidad, su duración infatigable es una de sus características orgánicas: casi siempre, para toda interpretación crítica y lectura ---aunque ésta no lo perciba así--- se muestra como una obra maestra. Es paradójica, por otra parte, porque siempre ha sido leída de un modo distinto según las épocas y las generaciones. Es mutable, también, y se activa al hacer contacto con el lector, o más bien, con el acto de la lectura. Todas estas virtudes suceden misteriosamente, pero lo importante es que suceden. En su sobrio proemio a las Obras de Juan Rulfo en el Fondo de Cultura, Jaime García Terrés propone “una breve razón” de la duración literaria del autor de Pedro Páramo, basada en las minuciosas lecturas de Le Clézio sobre el género narrativo desde la antigüedad hasta nuestros días: en el dominio de las ambigüedades es donde radica el arte supremo del narrador. Y este es el orden mayor, o uno de ellos, con el que está escrito Pedro Páramo. Mostrar ocultando, o multiplicar, por ejemplo, como resulta ser contado Pedro Páramo: un hombre cruel, un hombre dulce, un hombre altivo, un hombre enamorado y abandonado, un hombre carne y a la vez espíritu, un hombre actuante que está muerto, descrito todo esto y más en la legendaria descripción de “un rencor vivo”. Los diversos planos que emplea Rulfo en su novela, los frecuentes cambios de tiempo y de voces narrativas al contar, aprendidos en Faulkner y Joyce y trasplantados a un lenguaje literario propio, forman el espacio imaginario de Comala, lugar donde las historias de la novela suceden. “Yo escribo como la gente habla”, recuerda García Terrés que le dijo Rulfo alguna vez, pero contándole también sus cotidianos ejercicios de prosa narrativa siguiendo aquellos modelos que leía con devoción y volvía propios. Es imposible escribir como la gente habla. Y aunque el hermoso patrón lingüístico de Rulfo proviene del habla popular campesina, de un español de siglos y un latín todavía más viejo, su lenguaje es una poderosa alegoría de aquel mundo. Entonces contiene la alegoría, el instrumento literario mismo, y lo que se alegoriza, un mundo que termina: la edad mítico-agraria. En estos dos contenidos, y en otros, Pedro Páramo comparte con el Quijote contar un horizonte culturalmente concluyente. Serán libros que se volverán icásticos porque en su ambigüedad suprema todo final es un volver a comenzar. Y las épocas los leerán asumiéndolo. El instrumento alegórico es la literatura de Juan Rulfo, inimitable y magistral, propia de un genio de las letras. El canto por lo que concluye (una edad caballeresca o una edad rural) es el tono elegíaco que en Cervantes y en Rulfo domina, con la ambigüedad magistral que caracteriza a los dos. La diferencia es que la elegía del escritor mexicano es dantescamente sombría, ocurre en el inframundo donde moran los muertos. Y acaso su prosa poética sea aun superior a la de su predecesor ilustre, por razones que no vendría al caso exponer ahora. Cada lectura es una nueva lectura. Acierta la sabiduría de la edad cuando dice que leer es releer. Esta vez, el personaje de la novela que se queda con insistencia en la memoria de este lector (o de esta lectura) es Inocencio Osorio, el Saltaperico, amansador de caballos en la Media Luna de Pedro Páramo y por otro oficio provocador de sueños femeninos ajenos. También surgen esta vez, como una parte estructural de la obra maestra, las poderosas imágenes de su escritura, ese camino sin orillas, lenguaje a su máxima capacidad. Quien lea otra vez a Juan Rulfo lo leerá de nuevo, y quien lo lea de nuevo lo leerá otra vez. Son dos los primeros mandamientos de todo hablante hispanoamericano ilustrado: leer el Quijote, leer la obra homérica de Rulfo. Nada estará concluido al terminarlos, sino que todo comenzará de nuevo. Leer es un acto de libertad mental suprema. En él se acrecienta el ser humano, así esto pueda sonar abstracto o misterioso. La vida de Rulfo fue misteriosa y sus libros lo son, entre otras cosas porque su grandeza literaria excede toda explicación técnica, deconstructiva o formal. Misterio: lo que escapa al escrutinio de la razón y de los críticos. Dentro de cien años se seguirá hablando de sus libros. La obra maestra es un acercamiento con la permanencia, un pedazo de eternidad. Fernando Solana Olivares

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