Friday, March 29, 2019

LAS PEQUEÑAS COSAS

“Me encantó. Fue desde las pequeñas cosas hasta llegar a las grandes”. Eso dijo la alumna Nora Barnacle cuando le pregunté qué pensaba de la conferencia escuchada el día anterior. Había venido Bárbara Jacobs a dictar la Cátedra Sergio Pitol. La tarde cuando llegó Bárbara nos tomamos un apresurado café en los portales del pueblo. Surgió en mí el síndrome Conejo de Alicia (“me voy, me voy, se me hace tarde hoy”), como me sucede a menudo, y nos despedimos. Salí a manejar con los cinco sentidos puestos en ello por la inescapable carretera bombardeada y llena de cráteres para llegar a mi apartada abadía. Razón suficiente de mi descortés prisa, ese recorrido que hará maldecirlo una vez más a todos quienes lo transitamos porque nos mostrará hoy también la entristecedora semiótica social del abandono, del mal gobierno: el inepto presidente municipal lleva seis meses en el cargo sin hacer nada y el melifluo gobernador habla y habla de refundar el estado pero no logra gobernarlo. Puede aventurarse que Bárbara se quedó contemplando la plaza unos instantes mientras terminaba aquella radiante tarde cuando empezó el equinoccio de primavera. Luego caminó con pasos lentos para alcanzar el hotel cercano. Posiblemente escribió un poco en el diario que lleva años de estar llenando todos los días, a continuación se acostó. Es difícil saber si concilió el sueño fácilmente, si tardó en encontrarlo o lo que soñó. Aunque tengo para mí que alguien como ella duerme profundamente y al hacerlo toca la conciencia base. Al día siguiente muy temprano escucha las campanas, ese viático auditivo de los lugares católicos donde todavía se tañen y van sonando entre piedras y ecos para marcar las horas, dividir la jornada, organizar el día. Nunca es lo mismo despertarse así. Yo llego unos minutos retrasado ---tardanzas del camino lunar ya dicho--- a la amable costumbre del temprano desayuno con quien vaya a dictar la cátedra. El solícito secretario administrativo y el terso rector se encuentran con esta mujer de compleja sencillez literario-franciscana. Sin afeites de ningún tipo pero con sugestivas densidades: ningún escritor o escritora es un ser transparente, así sea tan elegantemente humilde como es ella. Al presentarla y agradecer su presencia ---la autora de La buena compañía cierra un ciclo donde estuvieron Javier Sicilia, Marta Lamas, Juan Nepote, Eduardo Subirats, Pura López Colomé--- hago otro más de los actos intencionales e involuntarios que me caracterizan: escribo algunas palabras y después no las leo. Por eso olvido contar algo que me parece concluyente para definir a la invitada y citar su identidad profunda ante el público, lleno de estudiantes. En una entrevista hace poco le preguntaron qué hubiera querido ser si no fuera escritora. “Escritor”, contestó Bárbara sin dudarlo. Desde hace unas semanas comencé a darme cuenta que antes que el escritor o la escritora está la escritura. Así como no hay pensador sino pensamiento, lo que sucede y lo único que se hace es la escritura. Y en esta autora, que durante la conferencia confesará haberse comportado como si fuera muda, se confirmará ese desvanecimiento superior que ocurre sólo años después de entregarse al lenguaje y su representación. La voz es el espejo del alma. Su lectura empieza. Durante unos minutos oscilantes e inciertos parece no estarse contando mucho ni saberse bien hacia dónde va: se repiten los detalles que hablan de uno de los símbolos de la escritora, el diario, género que inicia muy joven y practicará siempre, pero cinco, seis minutos después una discreta risa inteligente surgirá entre el público. Se cancela la distancia y esta historia de cosas concretas y breves comienza a cautivar. El inicio del texto, mera velocidad letárgica, escrito con todo rigor pero contado como una anécdota verbalizada, captura a la mayoría en un anillo de atención. Una mudanza de diarios escritos a lo largo de años, enviados en un mueble cerrado, ojeados por la policía de caminos en el camión que los llevaba y quedó parado a la orilla de la carretera con una llanta ponchada, sin cargar refacción, la cual tiene que ir a buscarse de aventón hasta la ciudad; y horas después el camión sigue sin encontrar la puerta rosa de la dirección de la mudanza, porque es blanca por fuera y no color rosa, como la muy preocupada dueña de los diarios que no llegan malinformó al chofer del camión, porque sólo la veía desde su estudio sin haberse fijado en el exterior de la casa. Autoironía, descripción, pormenores de una sola anécdota, palabras repetidas y datos mencionados más de una vez. El lenguaje directo y envolvente provoca empatía y representación, puede imaginarse lo que el otro siente. Tal naturalidad del discurso tiende una red. Bárbara narra una historia que quienes escuchan ven. Esto se entiende como hecho estético o colapso temporal de la incredulidad. Una lección narrativa proveniente de este magisterio del detalle. Así que lo mínimo acaba siendo grande: historia excepcional por la forma en que se escribe y dice. Contar es platicar con Dios de los detalles. Esta mañana eso sucede. La primavera sigue. Fernando Solana Olivares

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