PEDAZOS CONSECUENTES
La materia. El maestro se ofrece a impartirla dentro de su carga horaria. La burocracia universitaria primero lo desdeña, luego lo ignora y al final lo rechaza. Los alumnos llevan casi tres meses sin clases porque no tienen profesor. A la burócrata que dirige el departamento le parece más importante no “descuadrar” el número de horas a cumplir por quien se hará cargo de la materia cuando esto suceda, que atender el interés educativo de los alumnos y cumplir la responsabilidad institucional. Un olvido más, una invisibilización de los seres concretos entre tantas que crónicamente acontecen. O también la patética evaporación de las sustancias para dejar nada más las formas, los procedimientos. “El sistema no lo permite”, dijo la burócrata, masticando con la boca abierta los tornillos de la frase. Y hablamos de Humanidades.
La depredación. Sin permiso ni estudio de impacto ambiental alguno, dada la mexicana ausencia de nuestro Estado fallido, cientos o tal vez más de hectáreas han sido devastadas en los Altos al plantar agave tequilero. La zona nunca ha sido propicia para esa producción, pero el aumento exponencial del costo del insumo alcohólico debido a la escasez hace especulativamente muy atractivo para el capitalismo salvaje invertir en una o dos cosechas y luego abandonar las tierras, que habrán quedado inútiles por mucho tiempo, vacías de flora y fauna, puras tierras yermas. La banalidad del mal: ¿cuántas pedas posmodernas de unas cuantas horas en la Condesa o en Abu Dabi o en Milán habrá valido esta destrucción ecocida de un biotopo construido durante miles de años, esta fabricación de desiertos planetarios cuyas consecuencias psíquicas, sociales y simbólicas se expanden como una orfandad descomunal?
Los celebratorios. Un articulista repite las incuestionables cifras que demuestran el progreso del mundo y el avance de las sociedades humanas actuales. Son comparaciones mecánicas entre las épocas, versan acerca de la duración de la vida, de regímenes democráticos, de progresos universales en salud y consumo, de vida pacífica y garantizada. Cándidamente escribe que el único riesgo de la época lo representa una guerra nuclear. Su reflexión es parte de la posmodernidad auto referencial y obsequiosa, aquel conocido discurso de los sacerdotes comprados, como despectivamente los llamaba la prensa socialista del siglo diecinueve: siempre interesadamente al lado de la “razón”. Son materialistas radicales, viven el mundo plano del optimismo políticamente aceptable, e ignoran que la mejor (y acaso única) manera de tramitar el momento es empleando una reflexión, si no virilmente apocalíptica, cuando menos más seria, más relacionante, más compleja. Otro celebra lo que llama una emancipación de Darwin y de la naturaleza: la era de la transhumanidad por medios científicos. En algo acierta: nos emancipamos de la teoría darwinista al descender en la escala de la evolución hacia una mutación aberrante donde lo humano se mecaniza y lo mecánico se humaniza. Un mundo invertido. También la bomba atómica fue saludada como alba civilizacional. El statu quo no puede percibir que todo es un organismo vinculado entre sí, como la anudada red que los chamanes describieron hace miles de años. Quizá por ello Rimbaud dijo: yo es otro. ¿Quieres enterarte de qué va la cosa? Habla con quienes observan el mundo sin opinión comprada, anteojeras coyunturales o miedo a la voz de los amos. Debes encontrarlos dónde están.
Los comunes. Las casualidades superiores se llaman sincronicidades. Silvia Federici, escritora feminista, charlando con estudiantes universitarios hace unos días, reintrodujo una causa inaplazable: “pensar en común”. Habló de un estado de emergencia donde las relaciones comunitarias se desintegran, cuando continúa la destrucción de la naturaleza y el individualismo terminal chapotea en los paquetes semánticos de uniformización compulsiva: egoísmo, competitividad, innovación, emprendedurismo, rentabilidad. Federici entiende la desintegración social como un ataque del capitalismo a la sociedad contemporánea; y al modo de una doctrina de la aparición simultánea (la enfermedad y la cura), ante esta sociedad capitalista patológica propone una política de los comunes: “una forma de pensar solidaria entre personas contrarias al pensamiento individualista predominante”. Los nuevos órdenes han reaparecido. La incognita desconcertante es si tendrán tiempo histórico para hacerse hiperpolítica, la política de los últimos hombres, según dice una doctrina circular.
Fernando Solana Olivares
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