MIRANDO A JÜNGER
Hace días, en alguno de sus suplementos, El País publicó uno más de tantos artículos desinformados, entre irónicos y condescendientes, sobre la extendida moda del mindfulness o atención plena, una técnica de silencio interior e inmovilidad física tomada (y también descontextualizada, como los budistas ortodoxos señalan) de aquella psicofisiología de la atención que contienen todas las prácticas meditativas.
El articulista de marras cree que el espíritu sólo se cultiva al leer libros, de otro modo es un producto new age, esotérico y comercial, que como gancho mercadotécnico promete la obtención de la felicidad. A saber qué sitios hípsters visitó el escritor para escribir sus medias verdades y mentiras, las habituales incomprensiones de un racionalismo ignorante que sin rubor histórico o cultural todavía considera que las personas son una mente alojada en un cuerpo. Ya Flaubert hace ciento cincuenta años ridiculizó a estos filisteos.
La descendencia literal de Descartes, quienes creen que piensan y luego existen, supone que la búsqueda de la serenidad mental es una fuga hacia reinos imaginarios. No es así. Cultivarla lleva a un estado donde todo: el ego, el dolor, la felicidad, la lucidez, los dramas personales, el sueño, la salud, la enfermedad, las compulsiones, las distorsiones cognitivas, la historia de estos tiempos, el cuerpo y sus circunstancias, se va impregnando de aquel aplomo existencial que no es ni una huida metafísica ni un distanciamiento enajenado sino una profundización en la realidad concreta, en las cosas como son y no como se quisiera que fueran. Cuando la mente está en calma, concentrada y atenta, todas las cosas son en calma, afirma un dicho zen. Y la práctica constante de mindfulness puede conducir a lograrlo.
Ernst Jünger escribe en Heliópolis, su gran novela, que el universo representa un libro que se ofrece a nuestros ojos abierto solamente por una de sus páginas. El olvido de este conocimiento es la causa del profundo tedio en que se halla la época, a pesar de las derivas tecnológicas en la sociedad del espectáculo. El arte de vivir es el arte de no aburrirse nunca. Para lograrlo, debe aprenderse a dar vuelta a las páginas del libro.
Tal es el objeto de lo que Jünger llama metafísica experimental: concebir un universo de secciones múltiples y aprender a pasar de una sección a otra. Jünger asume que cualquier cosa: flores, insectos, acontecimientos históricos, libros o ideas, son signos de la multiplicidad en la que los seres humanos viven. Su método es la razón panorámica, que se distingue de la lógica común porque preserva siempre el contacto con el todo y jamás se pierde en el detalle.
Cómo lograr esa razón quedó descrito por el poeta Novalis de un modo que hoy los teóricos llamarían deconstrucción: dar a las cosas comunes un sentido excepcional, a las realidades habituales un aspecto misterioso, a lo conocido la dignidad de lo desconocido, a lo finito un aire de infinito. Esta operación compleja se basa en la atención. Simone Weil afirma que el ensueño es la raíz del mal. Y el ensueño siempre se apodera de la mente en la desatención. Entonces el mal es la desatención.
Para Jünger, practicante del arte del discernimiento, de la ciencia de la balanza de los místicos persas o de la filosofía de las correspondencias de los románticos europeos, el sentido de la existencia está en nosotros y fuera de nosotros, “según la misteriosa dialéctica del cristal y de la luz”. Alejándose así de la psicología y la sociología deterministas que pretenden reducir al individuo a su engranaje social, la obra de Jünger, compuesta de diarios y reflexiones, de narraciones y ensayos, es un poderoso registro espiritual sobre una realidad que a través de la razón panorámica no es mecánica ni absurda sino maravillante en su dramática y conmovedora intensidad.
Dicen los críticos que la obra de Jünger es un arte de vivir cuya virtud fundamental radica en el reencuentro de la persona y su destino, refutando las tantas teorías de la modernidad que hacen creer a la gente que su vida personal está desprovista de sentido, que sólo puede existir en la historia y no en la naturaleza o en los dioses.
Para Jünger fue un desatino y una desviación de la modernidad separar la subjetividad de la objetividad. Juntarlas, escribió este autor de pensamiento atípico que nada debe a las categorías cartesianas ni al racionalismo circular, es un acto de democracia cognitiva, de atención esencial.
Fernando Solana Olivares
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