Friday, March 02, 2018

PARANOICRÓNICOS

O paranoicos crónicos. La paranoia, ese conocimiento lateral de las cosas, está desacreditada por el discurso establecido y es mal vista por la doxa común. Autores como León Poliakov la han reducido a una visión policiaca de la historia porque generalmente se le califica como una monomanía o desviación. Freud asegura que el paranoico anda por la vida preguntándose si está vivo o muerto, y aconseja graduar ---nuestras madres dirían: irle a la mano--- las tendencias delirantes. No es correcto, por ejemplo, pensar que hacia nosotros vienen unicornios y no caballos cuando se escucha un galope, o que nuestros males, al modo de la creencia de los aldeanos africanos, fueron provocados por la brujería de la aldea vecina. Pero si hace un tiempo se hubiera afirmado que el muralismo de Rivera, Orozco y Siqueiros sufrió un proceso de demeritación sistemático con el fin de volverlo un “no-lugar”, todo esto conceptualizado e instruido desde el Museo de Arte Moderno de Nueva York al iniciar la Guerra Fría en 1945, la incredulidad habría sido fulminante y el escandalizado dictum: paranoia, no se habría hecho esperar. Lo mismo hubiera generado el afirmar entonces que había razones personales en los conspicuos personajes que abanderaron esa operación aquí: Octavio Paz y Rufino Tamayo, y entre otros José Luis Cuevas y Fernando Gamboa. Que en el primero privaron las razones de su sagaz bien-estar con las corrientes culturales dominantes, un liberalismo convenenciero y su entrega intelectual al mainstream contemporáneo. En los demás actuaron la ignorancia, la dependencia al mercado estético de los centros de poder, los gestos de rebeldía publicitariamente vacuos o los acomodos culturales al discurso hegemónico. No así exactamente, pero de algo parecido aunque un poco más abstracto estamos platicando Eduardo Subirats y yo desde la mañana en el venerable Palacio de los Azulejos. Hacía más de quince años que no nos veíamos y debemos marcharnos a la presentación de su libro Muralismo mexicano: mito y esclarecimiento, en la Feria del Libro de Minería. Caminamos entre multitudes por Tacuba, admiramos el Caballito de Tolsá y Eduardo dice una vez más que adora este país tan vital, tan inabarcable, tan vivificado, a pesar de su constante crucifixión. Continuamos la charla del Sanborn’s ahora sentados al presídium de un pequeño y cálido auditorio que está a rebosar. Él bromea sobre un término que yo explico un poco vagamente: apocatástasis, lo cual significa restablecimiento de la salud o retorno de una cosa a su punto de partida. Surgen juegos de palabras sobre el sonido del término que parece no gustarle auditivamente a Subirats. Con cierto entusiasmo, que acaso encuentra muy latino, habla de mi entusiasmo al referirme a la importancia de su obra. Me parece propia de un príncipe del pensamiento, y así lo digo. Ya en la comida ironizará para congelar aquel epíteto. Pero antes, en el desayuno, hemos hablado del monjecopismo que en estas épocas representa la acción de leer y pensar y tratar de vivir con creatividad. Tenemos poco tiempo para hablar de lo deseable y lo debido. Entonces me entrega su más reciente libro, Una edad de destrucción, donde explica que ante los signos apocalípticos de nuestro tiempo sólo podemos erigir el postulado universal del esclarecimiento, ese “arrojo del conocer” que describe como una soberanía del espíritu ante lo material y una autonomía individual de la reflexión, también como la formación de una sociedad libre y responsable, de una voluntad histórica que confronte y atraviese los conflictos de “nuestra edad de destrucción”. La conciencia esclarecida es la salida ante el desastre, dice Subirats. El concepto fundamental de ello en la filosofía de Kant es una palabra corrientemente traducida como “madurez”, lo que da el esclarecimiento. Durante la comida celebramos su cumpleaños a invitación de un amigo generoso. Nosotros los de entonces ya no somos los mismos. Las cosas tampoco y menos la época histórica. Pero si Dios nos presta vida, como dicen los sabios estoicos de estas tierras duras, nos volveremos a ver con la luna nueva del 16 de mayo. Tendrá que hablar de esta civilización dominada por una violenta voluntad de poder y un imparable instinto de destrucción. Ya se sabe: enunciarlo es comenzar a encontrar las soluciones o aceptar la ausencia de éstas. La amargura lúcida del reconocimiento significará algunas veces la confirmación del pensamiento paranoico. Otras no. Fernando Solana Olivares

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