LA LIGA DE LOS NECIOS
O de los idiotas, pues están encerrados en lo particular. O de los corruptos, dado que sólo les interesa su beneficio personal. O de los suicidas, ya que es evidente su pulsión necrófila. O de los nihilistas, empeñados en llevar las cosas hasta la disolución. O simple y llanamente, la liga de los políticos mexicanos, esos sujetos que siendo tan incapaces se conciben tan astutos, que siendo tan ignorantes se imaginan tan informados, que siendo tan débiles se creen tan fuertes, que siendo tan desgobernados privadamente se otorgan el derecho de reglamentar la vida pública de los demás, que siendo tan pobres en su interior se hacen tan inmoralmente ricos a costa del dinero de la nación.
Y tanto: hace varios años, viajando en avión desde Monterrey a Oaxaca después de una exposición colectiva de pintores oaxaqueños, platiqué con un empresario local que me invitó a sentarme junto a él en primera clase. Eran los primeros meses del régimen de José Murat, quien fue tema de conversación. “¿Sasqué? Pepe no estará tranquilo hasta que junte unos cincuenta millones”, dijo mi interlocutor, con la suficiencia típica de esas gentes poderosas cercanas al círculo de las decisiones, harto pagadas de sí y cuyo autoconcepto siempre es desmesurado. “¿Cincuenta millones de pesos?”, pregunté yo, escandalizado por una cantidad así en un estado tan sistemáticamente pobre como Oaxaca. Me miró con cierto menosprecio, el que se destina a aquellos que no saben, tronó los dedos a la azafata para que le sirviera otro trago y lo bebió con lentitud mientras parecía gozar la pausa dramática. “¿De pesos? No, amigo, no seas pendejo. ¿Sasqué? De dólares”, me contestó.
No supe, ni me importó, si lo dicho era cierto pues en substancia lo sabía verdadero. Y ahora, cuando busco las razones para explicarme la dolorosa tragedia civil que sufre Oaxaca, ese retroceso de una sociedad integrada a medias para volverse una estirpe neurótica y barbarizada, la corrupción y el malgobierno de sus políticos de todo signo, la venalidad de sus élites de toda condición y el resentimiento caracterológico de sus habitantes resaltan como factores decisivos para explicar la catástrofe social en curso. Ayer apenas, un modesto índigena oaxaqueño que por azares del destino también vive aquí en la tierra alteña de Rulfiana, me lo confirmó. “No extraña su tierra, ¿verdad? Ya vio el desastre que está ocurriendo”, le dije, felicitándolo tácitamente por su distancia del turbulento terruño. “Pues viera que sí, porque ahora es cuando uno puede salir a la calle a partirle su madre a todos los que se la deben”, me respondió, con los ojos abrillantados tanto por las venganzas deseadas como por su imposibilidad personal de realizarlas.
Y en medio, los fenómenos morbosos, aquellos que explican por qué el país está, un día sí y otro también, estallando: un Senado de la república incapaz de cumplir su responsabilidad y hacerse cargo de la evidente ingobernabilidad en el estado para remover al ineptísimo gobernador Ulises Ruiz, arguyendo formalismos legales dudosos e increíbles ante la dimensión del conflicto; una mafia política priísta gangsteril y decidida a todo que amaga a sus pares panistas con tal de seguir usufructuando ese poder político ejercido en una nación que más parece aldea africana; un panismo timorato y poco sagaz, tan corrupto como aquellos que desplazó del poder pero sin la capacidad de reflejos gubernamentales que empíricamente los otros sí aprendieron; un presidente mentiroso o tonto o frívolo o desinformado que cree apagar incendios mayúsculos mientras tañe la lira de sus declaraciones voluntaristas delante de las cámaras de televisión; una serie de “analistas” que invariablemente justifican el estado de cosas amparándose en la letra de la ley aunque la realidad, tan terca ella, desmienta sus ameritadas y doctorales opiniones; un presidente electo cuyo gesto de preocupación crece como si hubiera envejecido de golpe unos días antes de acceder al cargo, y que incapaz de hablar del día de ayer, determinante del de hoy y del de mañana mismo, se enreda en proyectos de varias décadas anticipadas como si lo peor de este presente no fuera el mismo futuro que ya contiene; un microfascismo de las vanguardias populares appistas y magisteriales, defensoras del autoritarismo fuenteovejúnico y de la intolerancia ante quienes no piensan igual a ellas, confiscadoras del derecho de terceros invisibles e inexistentes así sean muchos miles de ciudadanos, númericamente más que ellas; unos maestros que llevan veintiséis años de corromper mediante el mal ejemplo, esa orden silenciosa, y el ausentismo y el mal desempeño a generación tras generación de niños y jóvenes oaxaqueños; un “gobernador” de opereta, Ulises Ruiz, a quien sólo le quedaría una única acción decente y legitimadora: renunciar, gesto que nunca será capaz de comprender y menos de llevar a cabo así se derrumbe su estado, lo último que le importa en su siniestra escala de intereses, pues este país nuestro, tan 20-30 y tan modernamente democrático, no consigna aún entre sus leyes la revocación del mandato, así sea Rasputín mismo quien despache.
“Las cosas se desmoronan, el centro no puede resistir. La anarquía está suelta por el mundo, la marea se enturbia por la sangre y en todas partes es ahogado el ritual de la inocencia. Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están henchidos de intensidad apasionada.” (W.B. Yeats.) Todo final es un comienzo. Que la Virgen de la Soledad vele en estas horas críticas por la pobre Oaxaca.
Fernando Solana Olivares
Y tanto: hace varios años, viajando en avión desde Monterrey a Oaxaca después de una exposición colectiva de pintores oaxaqueños, platiqué con un empresario local que me invitó a sentarme junto a él en primera clase. Eran los primeros meses del régimen de José Murat, quien fue tema de conversación. “¿Sasqué? Pepe no estará tranquilo hasta que junte unos cincuenta millones”, dijo mi interlocutor, con la suficiencia típica de esas gentes poderosas cercanas al círculo de las decisiones, harto pagadas de sí y cuyo autoconcepto siempre es desmesurado. “¿Cincuenta millones de pesos?”, pregunté yo, escandalizado por una cantidad así en un estado tan sistemáticamente pobre como Oaxaca. Me miró con cierto menosprecio, el que se destina a aquellos que no saben, tronó los dedos a la azafata para que le sirviera otro trago y lo bebió con lentitud mientras parecía gozar la pausa dramática. “¿De pesos? No, amigo, no seas pendejo. ¿Sasqué? De dólares”, me contestó.
No supe, ni me importó, si lo dicho era cierto pues en substancia lo sabía verdadero. Y ahora, cuando busco las razones para explicarme la dolorosa tragedia civil que sufre Oaxaca, ese retroceso de una sociedad integrada a medias para volverse una estirpe neurótica y barbarizada, la corrupción y el malgobierno de sus políticos de todo signo, la venalidad de sus élites de toda condición y el resentimiento caracterológico de sus habitantes resaltan como factores decisivos para explicar la catástrofe social en curso. Ayer apenas, un modesto índigena oaxaqueño que por azares del destino también vive aquí en la tierra alteña de Rulfiana, me lo confirmó. “No extraña su tierra, ¿verdad? Ya vio el desastre que está ocurriendo”, le dije, felicitándolo tácitamente por su distancia del turbulento terruño. “Pues viera que sí, porque ahora es cuando uno puede salir a la calle a partirle su madre a todos los que se la deben”, me respondió, con los ojos abrillantados tanto por las venganzas deseadas como por su imposibilidad personal de realizarlas.
Y en medio, los fenómenos morbosos, aquellos que explican por qué el país está, un día sí y otro también, estallando: un Senado de la república incapaz de cumplir su responsabilidad y hacerse cargo de la evidente ingobernabilidad en el estado para remover al ineptísimo gobernador Ulises Ruiz, arguyendo formalismos legales dudosos e increíbles ante la dimensión del conflicto; una mafia política priísta gangsteril y decidida a todo que amaga a sus pares panistas con tal de seguir usufructuando ese poder político ejercido en una nación que más parece aldea africana; un panismo timorato y poco sagaz, tan corrupto como aquellos que desplazó del poder pero sin la capacidad de reflejos gubernamentales que empíricamente los otros sí aprendieron; un presidente mentiroso o tonto o frívolo o desinformado que cree apagar incendios mayúsculos mientras tañe la lira de sus declaraciones voluntaristas delante de las cámaras de televisión; una serie de “analistas” que invariablemente justifican el estado de cosas amparándose en la letra de la ley aunque la realidad, tan terca ella, desmienta sus ameritadas y doctorales opiniones; un presidente electo cuyo gesto de preocupación crece como si hubiera envejecido de golpe unos días antes de acceder al cargo, y que incapaz de hablar del día de ayer, determinante del de hoy y del de mañana mismo, se enreda en proyectos de varias décadas anticipadas como si lo peor de este presente no fuera el mismo futuro que ya contiene; un microfascismo de las vanguardias populares appistas y magisteriales, defensoras del autoritarismo fuenteovejúnico y de la intolerancia ante quienes no piensan igual a ellas, confiscadoras del derecho de terceros invisibles e inexistentes así sean muchos miles de ciudadanos, númericamente más que ellas; unos maestros que llevan veintiséis años de corromper mediante el mal ejemplo, esa orden silenciosa, y el ausentismo y el mal desempeño a generación tras generación de niños y jóvenes oaxaqueños; un “gobernador” de opereta, Ulises Ruiz, a quien sólo le quedaría una única acción decente y legitimadora: renunciar, gesto que nunca será capaz de comprender y menos de llevar a cabo así se derrumbe su estado, lo último que le importa en su siniestra escala de intereses, pues este país nuestro, tan 20-30 y tan modernamente democrático, no consigna aún entre sus leyes la revocación del mandato, así sea Rasputín mismo quien despache.
“Las cosas se desmoronan, el centro no puede resistir. La anarquía está suelta por el mundo, la marea se enturbia por la sangre y en todas partes es ahogado el ritual de la inocencia. Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están henchidos de intensidad apasionada.” (W.B. Yeats.) Todo final es un comienzo. Que la Virgen de la Soledad vele en estas horas críticas por la pobre Oaxaca.
Fernando Solana Olivares
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