OTOÑO ENTRE LAS HOJAS
Había oscurecido ya en Los Pinos y Salinas de Gortari se divertía:
---¿Por qué no has publicado nuestro libro, presidente?
La pregunta sonó inesperada, descolocante. Era una fina señora, doctora en arte y prestigiada crítica plástica, directora del importante museo de arte moderno y solvente escritora quien la hacía.
---Pregúntele a Rafael, Teresa, que nos diga por qué. La picardía innata de Salinas, su astucia burlona, aceptaba el derecho republicano que atrevida y elegantemente ella ejercía, mientras el cortejo que lo acompañaba, con Córdoba, el torvo visir a la cabeza, celebraba vicariamente la diversión de su jefe.
El aludido, Rafael Tovar, no estuvo a la velocidad de Salinas y más o menos no supo qué decir. Teresa del Conde preguntaba por su epistolario con Jorge Alberto Manrique, el cual debiera haber editado el CNCA para ese momento, cuando se hacía un recorrido por algunos salones de Los Pinos donde colgaban obras de pintores mexicanos seleccionados por este grupo de críticos en el cual se encontraba ella, para ser adquiridos por Presidencia.
La refinada demanda obedecía también a otro nivel de significado: en su carácter de autoridad estética y custodia de bienes artísticos museográficos, Teresa se había opuesto a la práctica patrimonialista de disponer del acervo museográfico según ocurrencias decorativas sexenales y confiscar cuadros grandiosos propiedad de la nación para oficinas burocráticas. Siempre hacía y decía lo que quería y esa noche no fue la excepción.
El tuteo de Teresa a Salinas sería la nota de color de la crónica del día siguiente, pero la sustancia del momento descolocante radicaba en ella misma, mucho más verdadera que cualquier político encumbrado. Hablamos de Buffon tiempo después, a quien conocía. Le encantó, hasta llegar a anotarlo, el apunte de Montherlant: la gente no sabe hasta dónde puede osar sin peligro, si lo supiera se volvería loca de pesar por no haber osado más.
Me invitó a trabajar al Museo de Arte Moderno. Una noche en Jalapa, yo, siendo tan verbal, mantuve silencio escuchando admirado un diálogo de sabios ligero y profundo sobre la Viena de fin de siglo y Padre Freud, como la zumbona lengua de Teresa proclamaba, entre ella y José María Pérez Gay.
Todo fue intenso y hasta tórrido. Uno aprende de lo vivido y un gran aprendizaje de arte, inteligencia y gestión museográfica ocurrió. El museo era un templo, y todas las mañanas visitaba la sala de la escuela mexicana para admirar sus tesoros, comprobar su estado y recogerme en silencio unos instantes ante la figura principal, tan profética y femeninamente reiterada, “Las dos Fridas”, esa virgen doble por venir.
En una atropellada presentación de un libro mío, Teresa afirmó, con desatino controlado, que en mi papel de subdirector debí informarle a ella, la directora, lo que ocurría ante aquel cuadro devocional, es decir, de la aparición de anónimas veladoras colocadas a sus pies. Eso se contaba en un cuento escrito por mí con mínimos detalles reales. Pareció decirlo en serio, pero era una broma superior.
Teresa jugaba con la ficción y con la realidad que en parte es real y en parte imaginaria. Amaba la perspectiva psicoanalítica, tan difícil de ser amada, pues era su aparato de interpretación estética. En ella encontró sus ideas fuerza, como lo conversamos algunas veces, pero también límites que escondían una mitografía arbitraria y un juego de poder con pretextos curativos. Provocando su soberbia inteligencia irónica, iconoclasta, capaz de decirlo y escucharlo todo, alguna vez solté el legendario rechazo a la doctrina freudiana: manifestación de la misma enfermedad que se pretende curar.
Lo discutía con autoridad apasionada, con juegos lúcidos del lenguaje, para ella un instrumento de relación: todo con todo, curiosa y atenta, indagante, observando al otro, así fuera para conocerse a sí misma también. Con sombras y oscuridades, como debe ser una conciencia compleja, querida doctora del Conde, has muerto y ya no estás aquí.
Te escribiré una carta para contarte todo lo que faltó decirte. Siempre quedan pendientes, por eso regresamos al samsara una y otra vez. Dilátate en volver a este escenario lo más que puedas, viaja por el cosmos y asómbrate, disuélvete en luz. El tiempo es elástico y su recipiente un misterio. La muerte también, esta oscura desbandada de ausencias y necrologías.
Fue un privilegio conocerte, querida Teresa, descansa en paz.
Fernando Solana Olivares
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