Tuesday, April 26, 2016

ESTAMPAS Y EVOCACIONES

Juega la luz con las aguas del Báltico. Un sonido rasga el velo de la noche. Es la sirena, aquella doble y tenebrosa que alza su lamento al cantar. Nace el sol para que la gaviota despierte y tira su anzuelo el pescador. Sus párpados están cosidos con hilos de plata, su pecho extiende la ilusión. Amanece en Estocolmo. *** El canciller Solana entra a la Sala de Prensa en Amsterdam y ofrece al grupo de reporteros hacer comentarios sobre Europa y Suecia, un país que la gira presidencial apenas ayer dejó atrás. Propone platicar en confianza ---“fuera de registro”, dice, en un correcto español que desecha el anglicismo---, y articula una espaciosa y pormenorizada lección sobre política económica global. Su mente es veloz y precisa, metódica y sistemática. Todo lo contesta, no escabulle nada, y nunca pierde el control. Suavemente impone los términos de lo que quiere trasmitir así como impuso, sin dejarlo ver, esa misma plática “informal”. Se muestra como un maestro de la comunicación cuyo guante de seda deja convencidos a todos: caballerosa e inteligente diplomacia superior. *** Tuvimos que esperar un rato en la antesala de la Secretaría General de la UNAM. Nuestra tía Amalia Solana se ha empeñado en llevarnos a verlo. Cuando nos recibe a mi hermano mayor y a mí, ella nos presenta: estos jóvenes son tus parientes y los traigo para que le des una beca al menor, que acaba de entrar a la preparatoria. Su aguda mirada me observa, luego sonríe y dice que ya sabe de mi ingreso: revisé los nombres, comenta, y vi el tuyo. Pero no puedo darte una beca, tocayo, justo porque nos llamamos igual. Me ofrece en cambio que vaya a su oficina durante unas horas al día para encargarme de algunas labores. Mi precipitada adolescencia desdeña la oferta y no he de volver. Lo ignoro entonces, pero en él ya está presente ese digno aliento universitario del 68 que desde una fotografía icónica al lado del rector Barros Sierra lo acompañará mientras viva. *** El guante de seda mostrará su puño de hierro cuando presencie la áspera discusión que Solana, del otro lado del teléfono, tiene con un subdirector de La Jornada acerca del destino de ciertos certificados de deuda emitidos por Banamex, institución que dirige. Refuta una tras otra las inflamadas críticas que el periodista le hace. El banquero gana la discusión sin amilanarse. La mirada de furia que me dirige el subdirector cuando cuelga el teléfono así lo confirma: un gaje biográfico más de la homonimia. *** “Diles que sí, no se los aclares”, le contesta Solana, pícaro y seductor, a mi hermosa mujer cuando ella comenta que algunos creen que es su esposa. Mi risa sólo es una declaración victoriosa esa noche durante una inauguración. Sensación que no tendré cuando me encuentre a una ex compañera suya recién separada y todavía dolida, la cual piensa quién sabe en qué fantasías despechadas que temo me involucren. Comprendo a ese sagaz prohombre tan enamorado, pues el corazón tiene razones que la sagacidad ignora. *** Si el hombre es un ser que puede comportarse consigo mismo, el político, y más aún el diplomático, lo sabe hacer con los otros sobre todo. De ahí que resulte infrecuente esta descarnada franqueza durante una comida en su casa de Río Guadalquivir. A la mesa estamos Solana, otro pariente y yo. Ha dejado la cancillería defenestrado por la súbita descomposición del régimen salinista que colocó en su sitio a un incontrolable e intrigante Manuel Camacho. Su disección política es lapidaria y su pronóstico también. “Esto queda sólo entre nosotros, ¿eh?” Una desconfianza lógica. Siempre ha sido dueño de lo que calla y ahora no quiere ser deudor de lo que dice. Los confidentes no tuvieron memoria: lo dicho nunca salió de allí. *** “¿Tú eres Solana el bueno o Solana el malo?” Contesté a ese político insuflado que yo era el malo. No sólo era una forma de valorar positivamente a Fernando Solana Morales y desairar al cretino, sino una convicción que con el tiempo crece. Proteico y múltiple, lúcido y riguroso, cumplió el complejo papel que le asignó el destino en este teatro de la existencia. Por su vida hablarán sus actos: serán suficientes para afirmar que fue plena. Vivió con los ojos abiertos, entró a la muerte así. Fernando Solana Olivares

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