LAS EXIGENCIAS DEL DÍA.
De nuevo, karma y destino, me veo en medio de una reunión para conmemorar la efeméride centenaria de la ciudad. Siempre fuera de lugar, pero estando aquí ¿no será éste mi lugar y entonces el asunto siempre ha consistido en no aceptar como perteneciente a mí el lugar donde estoy? Tal vez sí.
Debo alcanzar una “santa indiferencia” hacia el éxito o el fracaso. Las causas siempre son temporales, relativas, episódicas. Si mi tiempo vital va desapareciendo, debo ya de saldar cuentas, cerrar heridas, modificar conductas y prepararme para terminar.
Las líneas anteriores las escribí hace días en la libretita Moleskine a rayas que cargo conmigo cuando salgo de casa.
Mi mujer me contó después algo, la historia de una señora que vende muebles antiguos a plazos, lo que el comprador le pueda ir dando. Su sistema de crédito es intuitivo: viendo a la gente, ella sabe quién sí le va a pagar. Un acto desde lo femenino.
El horror de la violencia crece: la semiótica de la carnicería mexicana. ¿Por qué? ¿Por ella misma, que es inercial? ¿O porque sus ejecutantes la escalan escenográficamente? La semiótica del miedo ¿es espontánea o está diseñada o y/o?
Por cierto, no comparto la opinión de quienes se escandalizaron de la conferencia dictada por el Dalai Lama en los recintos de la ---dicho antibudista pero precisamente--- cacica Gordillo, bruja nacional. Fue un descuido lamentable de los organizadores locales de Casa Tíbet, hasta ahí: el budismo es compasivo, y acaso con los demonios más. El Dalai no juzga, sólo dice su mensaje: la violencia no podrá durar indefinidamente, pero debe construirse una mente respetuosa mayoritaria, una ética común.
Ante la advertencia se agolparon las preguntas: ¿quién, cómo, cuándo, dónde? Las morales públicas no se construyen mediante convocatoria. Dos factores, por ejemplo, determinan la moral budista: la creencia en el karma ---acción anterior que deriva en el presente actual y se extiende al futuro personal--- y la vergüenza íntima y externa como determinante para el autodominio de la conducta. Se derivan de la doctrina, del dharma. La moral es una consecuencia, un efecto.
El viejo principio que establece primero en tiempo, primero en derecho, sería suficiente para fundar el acceso universal al aborto dentro de las doce semanas iniciales del embarazo para aquellas mujeres primeras en tiempo y en derecho en cuanto al embrión que llevan en su seno. Predicar un supuesto amor biologizado a la vida humana desde la concepción y por ello abrogar el derecho primario del sujeto para poseer y disponer de su propio cuerpo resulta un autoritarismo que confisca, esclaviza y violenta la última frontera personal. El biopoder fascista.
También la moral se vuelve abstracta como en este caso, se vuelve un decir indemostrable. La vida es una generalización; las vidas de las mujeres embarazadas no. Tampoco su secuela, la descendencia infeliz. En cuanto a las biografías concretas de la gente, resulta inmoral no evitar un sufrimiento evitable. La apelación moral se convierte en inmoralidad práctica.
Aunque es cierto que nos estamos haciendo en el dolor. O deshaciendo, según se vea. Recuerdo la dedicatoria de Alfonso Reyes a su esposa en El Deslinde: “…su candela no se apagó de noche, puso sus manos en la tortera y sus dedos tomaron el huso”. Son las mujeres ---madres, esposas, hijas, hermanas--- quienes han tomado el huso y recorren el país buscando a sus familiares desaparecidos. Los hombres de esas familias mayoritariamente se van quedando al margen, umbríos por la pena, inmovilizados.
Quizá lo que esta vanguardia femenina despliega es una economía que con el tiempo se convertirá en un arte adyacente de la ecología. Habrá surgido entonces otra moral y otro paradigma, una mezcla, dicen los utopistas probables, de socialismo, capitalismo y trueque directo a pequeña escala. Una sociedad conservadora que no desperdiciará nada, dedicada a la autosuficiencia, a una ética de la armonía solidaria en lugar de la explotación o adquisición egoísta y maniacamente individual. Una sociedad cuya mentalidad común sea la conciencia de participación con uno mismo, con los otros y con lo otro.
Acaso tal futuro se haya puesto en marcha apenas desde el epicentro del dolor nacional, cuyas muertes, horrores y carnicerías representan los atroces efectos de causas estructurales en la cultura materialista predominante, efectos de la confusión aberrante entre el hecho y el valor, que si no cambian o se colapsan desembocarán en el espanto generalizado.
Entonces, como querría el filósofo de Sils-Maria que nunca pudo llegar a Oaxaca, no debemos buscar el sentido en las cosas, sino introducírselo. Aceptemos pues que este es un túnel oscuro, una despiadada criba, una violenta transformación. Que la enfermedad nacional-planetaria es producto de un fatalismo masculino decadente que ha durado cuatro siglos, una conciencia cartesiana discriminatoria y mecánica, la cual erróneamente cree que si Dios no existe todo está permitido, que todo vale porque ya nada vale: posmoderno nihilismo terminal.
Antes que moral hay interpretación moral de los fenómenos. ¿Quién interpreta? Nuestras afecciones, dice el filósofo. Con ellas la interpretación se contamina. En cambio lo femenino, que es orgánico, interpreta desde la intuición. De ahí que la modesta mujer que vende muebles sepa de antemano quienes le van a pagar. De ahí que sean mujeres las dolorosas valientes que salen a denunciar, a resistir, a rechazar el mal.
Fernando Solana Olivares.
Debo alcanzar una “santa indiferencia” hacia el éxito o el fracaso. Las causas siempre son temporales, relativas, episódicas. Si mi tiempo vital va desapareciendo, debo ya de saldar cuentas, cerrar heridas, modificar conductas y prepararme para terminar.
Las líneas anteriores las escribí hace días en la libretita Moleskine a rayas que cargo conmigo cuando salgo de casa.
Mi mujer me contó después algo, la historia de una señora que vende muebles antiguos a plazos, lo que el comprador le pueda ir dando. Su sistema de crédito es intuitivo: viendo a la gente, ella sabe quién sí le va a pagar. Un acto desde lo femenino.
El horror de la violencia crece: la semiótica de la carnicería mexicana. ¿Por qué? ¿Por ella misma, que es inercial? ¿O porque sus ejecutantes la escalan escenográficamente? La semiótica del miedo ¿es espontánea o está diseñada o y/o?
Por cierto, no comparto la opinión de quienes se escandalizaron de la conferencia dictada por el Dalai Lama en los recintos de la ---dicho antibudista pero precisamente--- cacica Gordillo, bruja nacional. Fue un descuido lamentable de los organizadores locales de Casa Tíbet, hasta ahí: el budismo es compasivo, y acaso con los demonios más. El Dalai no juzga, sólo dice su mensaje: la violencia no podrá durar indefinidamente, pero debe construirse una mente respetuosa mayoritaria, una ética común.
Ante la advertencia se agolparon las preguntas: ¿quién, cómo, cuándo, dónde? Las morales públicas no se construyen mediante convocatoria. Dos factores, por ejemplo, determinan la moral budista: la creencia en el karma ---acción anterior que deriva en el presente actual y se extiende al futuro personal--- y la vergüenza íntima y externa como determinante para el autodominio de la conducta. Se derivan de la doctrina, del dharma. La moral es una consecuencia, un efecto.
El viejo principio que establece primero en tiempo, primero en derecho, sería suficiente para fundar el acceso universal al aborto dentro de las doce semanas iniciales del embarazo para aquellas mujeres primeras en tiempo y en derecho en cuanto al embrión que llevan en su seno. Predicar un supuesto amor biologizado a la vida humana desde la concepción y por ello abrogar el derecho primario del sujeto para poseer y disponer de su propio cuerpo resulta un autoritarismo que confisca, esclaviza y violenta la última frontera personal. El biopoder fascista.
También la moral se vuelve abstracta como en este caso, se vuelve un decir indemostrable. La vida es una generalización; las vidas de las mujeres embarazadas no. Tampoco su secuela, la descendencia infeliz. En cuanto a las biografías concretas de la gente, resulta inmoral no evitar un sufrimiento evitable. La apelación moral se convierte en inmoralidad práctica.
Aunque es cierto que nos estamos haciendo en el dolor. O deshaciendo, según se vea. Recuerdo la dedicatoria de Alfonso Reyes a su esposa en El Deslinde: “…su candela no se apagó de noche, puso sus manos en la tortera y sus dedos tomaron el huso”. Son las mujeres ---madres, esposas, hijas, hermanas--- quienes han tomado el huso y recorren el país buscando a sus familiares desaparecidos. Los hombres de esas familias mayoritariamente se van quedando al margen, umbríos por la pena, inmovilizados.
Quizá lo que esta vanguardia femenina despliega es una economía que con el tiempo se convertirá en un arte adyacente de la ecología. Habrá surgido entonces otra moral y otro paradigma, una mezcla, dicen los utopistas probables, de socialismo, capitalismo y trueque directo a pequeña escala. Una sociedad conservadora que no desperdiciará nada, dedicada a la autosuficiencia, a una ética de la armonía solidaria en lugar de la explotación o adquisición egoísta y maniacamente individual. Una sociedad cuya mentalidad común sea la conciencia de participación con uno mismo, con los otros y con lo otro.
Acaso tal futuro se haya puesto en marcha apenas desde el epicentro del dolor nacional, cuyas muertes, horrores y carnicerías representan los atroces efectos de causas estructurales en la cultura materialista predominante, efectos de la confusión aberrante entre el hecho y el valor, que si no cambian o se colapsan desembocarán en el espanto generalizado.
Entonces, como querría el filósofo de Sils-Maria que nunca pudo llegar a Oaxaca, no debemos buscar el sentido en las cosas, sino introducírselo. Aceptemos pues que este es un túnel oscuro, una despiadada criba, una violenta transformación. Que la enfermedad nacional-planetaria es producto de un fatalismo masculino decadente que ha durado cuatro siglos, una conciencia cartesiana discriminatoria y mecánica, la cual erróneamente cree que si Dios no existe todo está permitido, que todo vale porque ya nada vale: posmoderno nihilismo terminal.
Antes que moral hay interpretación moral de los fenómenos. ¿Quién interpreta? Nuestras afecciones, dice el filósofo. Con ellas la interpretación se contamina. En cambio lo femenino, que es orgánico, interpreta desde la intuición. De ahí que la modesta mujer que vende muebles sepa de antemano quienes le van a pagar. De ahí que sean mujeres las dolorosas valientes que salen a denunciar, a resistir, a rechazar el mal.
Fernando Solana Olivares.
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