CUANTO DURE EL TIEMPO / I.
“Lo que necesitan los radicales en este momento ---escribió Thomas de Zengotita en 2003--- no es acción sino teoría”. Con dicha cita prácticamente finaliza un libro lúcidamente perturbador y existencialmente necesario de Morris Berman, Edad oscura americana. La fase final del imperio (Sexto Piso, México, 2007), el cual completa la profunda y documentada indagación ensayística hecha por este autor sobre las causas y los efectos de la crisis terminal del imperio global estadounidense y de su hegemonía política, económica y mental planetarias, iniciada en un volumen anterior tan indispensable como éste para comprender el “colapso extrañamente energético”, la sombría condición de la tardomodernidad: El crepúsculo de la cultura americana (Sexto Piso, México, 2002).
Ser radical, afirma Berman, es buscar otra cosa, otra perspectiva diferente al mundo actual, una vida auténtica, aun cuando no se sepa bien a bien todavía de qué estará compuesta. “Mi creencia personal es que no hay forma de mantener la edad oscura a raya; todas las pruebas apuntan a esa dirección”, reconoce. Confía sin embargo en el esfuerzo personal, así sea minoritario, como único recurso para librarse interiormente de la enajenación de la Mente Colectiva patrocinada por la cultura de las corporaciones transnacionales y las nuevas tecnologías, del McWorld impuesto a escala global como un “totalitarismo por default”, para renunciar a la religión mundial del consumo y la adoración del dinero, su única deidad. “Entonces lo que se necesita es estudio y pensamiento a largo plazo, en un esfuerzo por concebir alguna alternativa seria […], proyectos para una época mejor, quizá, y en algún otro sitio.”
La circunstancia que define ese esfuerzo personal posmoderno sugerido por Berman, tan modesto como abarcante, tan individual como propio de la memoria común, puede encontrarse en un fragmento del erudito judío Gershom Scholem (empleado como epígrafe del entrañable y cuasi canónico libro de José María Pérez Gay, El imperio perdido): “Cuando Baalschem tenía que enfrentar una tarea difícil, una obra secreta en beneficio de los hombres, se daba cita en un rincón del bosque, encendía el fuego, se concentraba en la meditación, decía las oraciones y todo se cumplía. Una generación después el Magidd de Meseritz quiso hacer lo mismo y fue al rincón del bosque. ‘No podemos encender el fuego ---dijo--- pero diremos las oraciones’, y su voluntad se cumplió sin contratiempos. A la siguiente generación, el rabino Moshé Leib de Sassov llegó al rincón del bosque y anunció: ‘No podemos encender el fuego y hemos olvidado las oraciones, pero conocemos este rincón y será suficiente’. Y en efecto fue más que suficiente. Ya en la última generación, Israel de Rischin se sentó una tarde en la silla dorada de su castillo y reconoció: ‘No podemos encender el fuego, ni decir las oraciones, ni llegar al rincón del bosque; pero podemos contar la historia’. Y su historia tuvo el mismo efecto milagroso que los tres rituales anteriores.”
Contar la historia, elaborar una narrativa propia que explique al individuo en un contexto común, mismo que no ocurre como fatalidad natural del proceso social sino como imposición de un pensamiento diseñado por el poder económico y sus subordinaciones políticas, significa en términos de Berman acudir a las verdaderas fuentes de aquella vitalidad humana provenientes de la tradición ilustrada: sano escepticismo, creatividad individual y elección libre. Entre las múltiples referencias que este pensador, matemático de origen y luego doctor en filosofía, utiliza para demostrar cómo “la cultura corporativa consumista es el equivalente a una especie de ataque nuclear sobre la mente”, sobresale una novela de anticipación escrita por Ira Levin en 1970, This Perfect Day.
Retrato de una sociedad futurista dominada por la ingeniería social de una pequeña élite tecnológica que mediante drogas de reprogramación psiquiátrica ha convertido a la mayoría de la población en satisfechos robots descerebrados, el protagonista de la novela logra despertar del control impuesto, enfrentar a sus detentadores y obtener una felicidad satisfactoria y verdadera, incluso si ella resulta triste: “Conocer la verdad”.
La dinámica de colapso es una realidad civilizacional. Queda entonces por revisarse la reestructuración posible de esta “atmósfera de Coliseo” contemporánea donde el entretenimiento y la indiferencia han reemplazado a los valores humanos. Queda conocer la verdad.
Fernando Solana Olivares.
1 Comments:
Como nunca ahora se antoja leer a Huxley
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