MI OPINIÓN.
De manera prematura para algún lector, indebida para otro, equivocada para varios, en este espacio se escribió hace semanas la decisión de votar por López Obrador. Ha pasado casi la campaña, pronto llegará a sus finales, después será la votación y al final vendrá el resultado. Mi opinión es que están en juego, condensada y sintéticamente, dos proyectos de país. Si se le escucha, ésta es la tesis básica que argumenta López Obrador, ese fenómeno político sucedido desde hace una década, carismático para muchos y bestia negra para otros tantos, peligro para México, un “López-Chávez”, como lo llama el mercadológico, impúdico Fox, histérico como chachalaca.
El hombre está cansado, desde luego, aflojado por los caminos terraceros de la geografía nacional que ha recorrido sin cesar, y advierte que si no es él, el único que podría ser líder e intentar un verdadero pacto nacional, entonces que los mexicanos se hagan cargo de sí mismos, porque él, seguramente, se irá vivir con su familia a La Chingada. Se le moteja de loco, de mesiánico, de simplificador y populista. Ha dado muestras de que puede pactar prácticamente con todos, pero sigue fabricándose la constante desacreditación mediática de que afectará al país, que lo llevará a la quiebra. No hay prueba empírica para sostener tales afirmaciones, y desde hace una década se repiten sin cesar.
Esta perspectiva producto de la guerra sucia la comparten muchas gentes. Algunos lo creen, otros creen que lo creen. Una incógnita es cuántos lopezobradoristas existen de verdad, cuántos van a votar por el Movimiento Ciudadano y su candidato presidencial pero se encuentran en ese manipulado porcentaje estadístico de 21 % de indecisos, aquellos que las encuestas “reparten” entre los candidatos, quienes no quieren decirle al encuestador cuál será su decisión. Parecen ser muchos. ¿Tantos para ganar? Dios quiera, pues con toda franqueza ni Peña Nieto ni Vázquez Mota están a la altura —y hay prueba empírica para acreditarlo— de la situación nacional tan mayoritariamente empobrecida, aunque los indicadores económicos macro sean positivos (no los micro, donde el salario mínimo diario ronda los sesenta pesos y el kilo de frijol cuesta treinta y cinco pesos), a la altura de tan violenta, desigual, tan resentida e insurrecta, tan corrompida e impune realidad social.
La cauda de imperfecciones y defectos lopezobradoristas es muy grande —los Bejaranopadierna, los Barttlet, los Juanito, los Camacho, los oportunistas políticos de toda laya aceptados pues de eso se trata: de un amplio y no selectivo pacto nacional, el plantón, la presidencia legítima, la soberbia anterior, etcétera—, pero ninguno de esos fallos ha sido determinante para sacarlo de una batalla política que libra con una dignidad mucho mayor a la de sus rivales. Se le tilda de terco, de obcecado, y en una desafortunada y personalmente injusta imagen de Javier Sicilia, de fascista, o cerquita de ellos. Sin embargo, propone la revocación del mandato, la consulta y el plebiscito, formas políticas que rápidamente llevarían de una democracia representativa (a la mexicana) a una participativa, más horizontal y moderna, la cual urge a las grandes mayorías del país, los votantes que así podrían volverse más ciudadanos.
Escénicamente, el montaje electoral es una representación de promesas y mentiras. Es cierto que López Obrador también incurre en ofertas varias de campaña, utilizando cifras que el presidente refuta en tiempo real y ordena a su ministro hacerlo al día siguiente, pero proponiendo acciones incuestionables, esenciales: combate a la corrupción gubernamental de arriba abajo, austeridad republicana, cobro progresivo de impuestos, temple y serenidad, más un gabinete presentado desde hace meses ante la opinión pública. La cólera colectiva contra el saqueo impune, los delitos impunes, los derroches impunes que este país ha padecido por siglos, el hartazgo común ante las mentiras y el doble mensaje mediático son más graves de lo que el pensamiento hegemónico y el interés de sus oligarquías consiguen ver.
A pesar de lo que ocurra el 1 de julio, muchas cosas comenzaron a cambiar, organizaciones masivas han surgido sorpresivamente para quedarse y hacer política. Como dijo un amigo: algo está pasando en este país. Los jóvenes irrumpen en la discusión de la cosa pública y exigen la democratización mediática, el fin de los monopolios. Un cierto renacimiento moralmente posible puede ir surgiendo aquí y allá.
Lo diré absolutamente en serio, hasta dramático: es un honor votar por Obrador.
Fernando Solana Olivares.
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