CUANTO DURE EL TIEMPO / y III.
El discurso público predominante ---una operación ideológica de alcances planetarios que ni siquiera se reconoce como tal--- ha consistido, afirma Morris Berman, en un insistente ensalzamiento de las bondades del capitalismo depredador antikeynesiano, cuya técnica de implantación hegemónica en las mentes y en los corazones de la gente consiste en la invariable repetición de dichas bondades supuestas a través de los medios masivos de comunicación e entretenimiento al servicio del pensamiento corporativo internacional, de los gobiernos subordinados a una política económica y social impuesta por los centros foráneos del poder, de los intelectuales serviles ante el statu quo y del sistema escolar global. Una saturación orwelliana que hace recordar aquella perspicaz observación del historiador Arnold Toynbee: “es precisamente en la fase de declive de una civilización cuando suena con mayor estruendo el tambor de la autocomplacencia”.
Sin embargo, y a pesar de su victoria posmoderna (la historia va y viene como las olas de la marea, advertía Vico), el capitalismo depredador neoliberal no resiste la razón moral y humana del proyecto keynesiano, adverso al crecimiento económico como un fin en sí mismo porque lo concibe solamente como un medio para crear una forma de vida civilizada, en la cual el dinero deba servir a la humanidad y no al contrario, donde el capital financiero deba servir a las metas económicas y no regirlas, como ahora lo hace. Berman anota la irrefutable declaración de Keynes acerca de que el amor al dinero es una forma de enfermedad mental. Para nuestra desgracia, esa oscura y criminal patología hoy se ha vuelto una ética idiosincrática.
En este sistema del horror económico especulativo, una “extraña dictadura” que se impuso silenciosa e inadvertidamente, como lo ha señalado Viviane Forrester, cuyas características son el megaenriquecimiento de los ricos y el empobrecimiento sistemático de las mayorías planetarias, cuyas constantes intencionales “son la inestabilidad y la volatilidad”, no solamente de los mercados y las economías sino de las sociedades y las personas, experimentos como el de Bárbara Ehrenreich en 1998 confirman la total inhumanidad del tiempo histórico. Según consigna Berman, esta economista trabajó durante tres meses ganando el salario mínimo estadounidense para saber si con tal ingreso era posible equiparar los gastos con los ingresos. Su conclusión resultó devastadora: “Se requeriría de una palabra mucho más fuerte que disfuncional para describir una sociedad donde unos cuantos comen en la mesa mientras que el resto lame lo que cae al suelo: psicótica, sería mucho más acertada”.
La publicidad, esa “retórica de la democracia”, se llena la boca con frases como “el efecto civilizador del mercado”, apunta Berman: “Sí, todo esto es muy cívico. Me recuerda una famosa frase pronunciada por Louis Brandeis hace más de cien años: ‘Podemos tener una sociedad democrática o podemos tener la concentración de una gran riqueza en manos de unos pocos. No podemos tener ambas’.” Con el abrogamiento imperial de Bretton Woods y el Consenso de Washington a que dio lugar, la globalización impuesta ya tomó la decisión: “no elegimos la democracia”.
Voces tan ortodoxas como la del Nobel en economía Joseph Stiglitz (“La globalización parece reemplazar a las viejas dictaduras de élites nacionales por nuevas dictaduras de las finanzas internacionales”), o la del analista Robert Blecker (los volátiles flujos de capital especulativo han alimentado crisis, colapsos y pánicos financieros, mientras la respuesta neoliberal consiste en culpar a las víctimas “al tiempo que insiste en que acepten más políticas similares a las que las han conducido a su situación actual”), dibujan un síndrome de Estocolmo planetario, un mundo al revés donde los oprimidos admiran a los opresores pues creen que alguna vez llegarán al mismo bienestar dónde ahora están ellos.
Muchos elementos quedan fuera de tan rápida glosa del imprescindible análisis hecho por Berman sobre la ley de la selva de esta atroz y espectacular “modernidad líquida”: el papel de la tecnología del microchip, el paradigma de la mercancía, del aparato y la globalización, el dilema entre la libertad negativa y la libertad positiva, las prácticas centrales propias de las escasas personas “de excelencia”, etcétera. Pero encontramos lo que buscamos: el texto sobre la Edad Oscura está a la mano. Su método es: “Sólo relaciona”.
Fernando Solana Olivares.
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