EL ÁCIDO DE HUGHES.
Hace unos días murió el escritor y crítico de arte australiano Robert Hughes. Vitriólico y mordaz, despiadado y agudo, a veces injusto pero casi siempre exacto, adjetivalmente autoritario y reflexivamente democrático, intransigente en sus celebratorias filias y satírico en sus rotundas fobias, ningún otro crítico como él evidenció para el gran público en nuestros tiempos, lo mismo desde su muy leída columna publicada en la revista Time durante décadas que en sus libros, ensayos o documentales televisivos de la BBC, la corrupción terminal del arte posmoderno y su usurpación por artistas menores e intermediarios como galeristas, curadores y brokers, su envilecimiento por mercados financieros y publicitarios.
Las opiniones de Hughes fueron polémicamente legendarias: Pollock, Hopper, Morley o Bacon representan, aun con matices respecto al último, el verdadero y auténtico arte contemporáneo; Warhol y Lichtenstein son artistas decadentes e industriales que se autopromueven elaborando en serie hallazgos fortuitos y aislados; Newman y Rothko resultan dudosos al depositar su valor estético en vaguedades metafísicas; De Chirico y Magritte aciertan en su obra temprana y después se condenan a la autoparodia; Schnabel y Koons no son artistas sino una estafa producto de corredores de bolsa para hacer negocio; Basquiat sólo alcanza dos méritos: ser negro y morir joven de una sobredosis.
En cuanto a éste y su temprana consagración, Hughes desarrolló una serie de objeciones que suman todos los registros de aquello que percibía en el arte muerto de la época: la idea racista de la negritud como una instintividad naif al modo del buen salvaje, y por ende una condescendiente suspensión de los juicios culturales predominantes; el fetiche mercadológico de la juventud como un valor en sí mismo; la novedad considerada como virtud en lugar de entenderse como la compulsión consumista del mercado; la operación tan usual que confunde la crítica del arte con la promoción destinada a convertirse en una moda; la obra artística entendida como inversión financiera y con ello la abolición del tiempo reflexivo, único factor histórico que sitúa el valor cultural de un objeto estético; la fascinación pública por el talento autodestructivo.
En alguno de sus ácidos textos contra el neo-expresionista Schnabel, Hughes señaló que la pérdida del arte contemporáneo había consistido en el abandono del rigor formativo del dibujo, el menosprecio de ese “largo forcejeo con el inflexible tema real”, la ruptura cultural con la monótona dedicación del aprendiz que una y otra y otra y otra vez practica los rudimentos de su arte. Para Hughes, como para tantos más conocedores de cualquier disciplina artística, solamente ese dominio, producto de la renuncia y aun del sacrificio, otorgaba el talento y hasta “el derecho a la radical distorsión en el marco de una tradición continuada”. Ahora, en cambio, bastaba el vitalismo propio, la arbitraria voluntad de “ser artista” para obtener tal condición, que quedaba acreditada no por el arte mismo sino por la insaciable ignorancia del mercado, por el ego del artista, por el sentimiento dominante en la cultura contemporánea: nuestro insano y decadente placer de la ausencia de significado.
Diría Elémire Zolla que entre los anales clínicos y la historia del arte moderno la distinción sólo la determina el marchante. Y también los críticos e historiadores del arte ---no Hughes, desde luego, el inflexible y riguroso---, quienes al intentar encontrar significado en la falta de significado “pueden asemejarse a la rama de la sofística dedicada al elogio de las moscas”. En la era moderna es el marchante, el galerista, quien impone qué se pinta y cómo. El comprador le cede su parte en el juego gracias a la estupidez inducida mercadológicamente y el pintor a causa de la necesidad. Hoy el arte ha dejado de ser un talismán definido mediante su naturaleza singular e incomparable, es decir, incomprable, para subordinarse al paradigma de la mercancía. En dicha cosificación, cuyas consecuencias civilizacionales son graves y reveladoras, el marchante y el mercado “han ganado la partida”.
Robert Hughes luchó contra el vaciamiento de sentido característico de la modernidad. No se lamentó ante ello (entre su crítica fundamental se encuentra un ensayo clave: La cultura de la queja) sino que crudamente lo mostró. Elaboró una forma superior de la resistencia pensante: el rey va desnudo o la economía de la verdad.
Fernando Solana Olivares.
3 Comments:
Que tal Fer, y continuo sin saber como poner acento atravez de este aparato. Quien define cuando algo es arte? Todo arte es cultura pero no toda cultura es arte...Sera? Sin embargo todos tenemos muestran muy personal cultura de ver y entender las cosas pero lo que para ti puede ser arte...quiza para mi no lo sea...que quiere decir eso? Que soy un IGNORANTE o que tengo diferente gusto? Es muy probable que sea ambos en mi caso. Pero fijate en lo pellorativo de la palabra ignorancia que acabo de mencionar. A nadie nos gusta ser llamados de esa forma o dar esa imagen, asi que Lo mejor que muchas veces nos queda es...aceptar el punto de vista de otra persona y no defender el propio. De hecho las grandes cantidades economicas...que muestran? Un altisimo arte, un enorme trabajo de mercadeo, una excusa de evasion fiscal o el costo de la ignorancia? Saludos.
Que tal Fer, y continuo sin saber como poner acento atravez de este aparato. Quien define cuando algo es arte? Todo arte es cultura pero no toda cultura es arte...Sera? Sin embargo todos tenemos muestran muy personal cultura de ver y entender las cosas pero lo que para ti puede ser arte...quiza para mi no lo sea...que quiere decir eso? Que soy un IGNORANTE o que tengo diferente gusto? Es muy probable que sea ambos en mi caso. Pero fijate en lo pellorativo de la palabra ignorancia que acabo de mencionar. A nadie nos gusta ser llamados de esa forma o dar esa imagen, asi que Lo mejor que muchas veces nos queda es...aceptar el punto de vista de otra persona y no defender el propio. De hecho las grandes cantidades economicas...que muestran? Un altisimo arte, un enorme trabajo de mercadeo, una excusa de evasion fiscal o el costo de la ignorancia? Saludos.
De la Peña Ez: ¿podría dejarme su correo electrónico para ponernos en contacto por esa via? Saludos.
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