Friday, May 23, 2008

LA MUERTE DEL ASTRÓLOGO

Aquellos días londinenses del mes de enero fueron particularmente brumosos y fríos. Pero el clima no impidió que las gentes asiduas a los merenderos de moda y los teatros de variedades, lo mismo que muchos de los abrigados transeúntes por las calles concurridas arrebataran a quienes lo ofrecían un cuadernillo de veinte peniques cuyo título era Predicciones para el año de 1708 e iba firmado por un tal Issac Bickerstaff, vaticinador hasta entonces desconocido por el público inglés.
Entre sus anticipaciones, fundadas todas sólidamente en la ciencia del porvenir que deparan los astros, se anunciaba la muerte del astrólogo John Partridge, éste sí ampliamente conocido y hasta célebre, para el 29 de marzo de ese año. La noticia causó conmoción entre los fieles de Partridge, que sumaban bastantes, y también entre sus malquerientes, tan considerables como los primeros. La astrología era un empeño bien acreditado entonces e influía entre príncipes, hombres de poder y gente de alcurnia, los cuales solían consultar a los augures tanto para lo público como para lo privado.
Puede suponerse que el mismo astrólogo aludido se burló de la predicción sobre su próxima muerte, no solamente porque sus propios cálculos astrales desmentían la atrevida conjetura, sino porque Issac Bickerstaff no era nadie, y siendo nadie no existía. Pero alguna duda debió quedarle porque se sabe que discretamente pidió a un tercer astrólogo comprobar si los idus de marzo le serían fatales. Los signos del firmamento reiteraron que seguiría vivo, aunque el horóscopo obtenido contenía una revelación plutónica, ambigua e inquietante: ¿muerto en vida? Así, con signos interrogantes, lo escribió el pronosticador solicitado por Partridge al calce de la hoja que envió con el resultado de la consulta.
El 30 de marzo los vendedores vocearon por las calles de Londres una Elegía escrita por Jonathan Swift, deán de San Patricio en Dublín y autor, entre otras obras legendarias de Los viajes de Gulliver, a la muerte de John Partridge. Días después apareció un panfleto del mismo escritor irlandés que, como el anterior, no tardó en agotarse: El cumplimiento de la primera de las predicciones del Sr. Bickerstaff y un informe completo de la muerte del Sr. Partridge.
El astrólogo, según cuentan las crónicas, cometió la torpeza de afirmar que aún vivía, a lo que Swift respondió con una Vindicación del caballero Issac Bickerstaff: “Existe una objeción contra la muerte del señor Partridge: que aún continúa escribiendo almanaques. Pero esto no es más que lo que es común a todos los de su profesión: Badbury, el pobre Robin, Dove, Wing, y varios otros, publican anualmente sus almanaques aunque están muertos desde antes de la Revolución... La razón de esto es que, siendo el privilegio de otros autores vivir después de su muerte, los fabricantes de horóscopos están excluidos porque sus disertaciones sólo tratan de los minutos que pasan, y se vuelven inútiles cuando éstos se han ido; en consecuencia, el Tiempo ---cuyos registradores ellos son--- les da la oportunidad de continuar sus trabajos después de la muerte. O, quizá, un nombre puede hacer un almanaque tan bien como puede venderlo... Por consiguiente, si un cadáver mal informado anda todavía dando vueltas y se da el gusto de llamarse John Partridge, el caballero Issac Bickerstaff no se siente de ningún modo responsable”.
El feroz asalto contra el célebre astrólogo continuó sin mostrar ninguna clemencia. Otros autores amigos de Swift tan importantes y respetados como Congreve, Pope o Steele se sumaron al ataque publicando panfletos, anuncios y disquisiciones que certificaban la inexistencia de Partridge y su muerte acaecida efectivamente un 29 de marzo conforme a la predicción del desconocido Bickerstaff. El público se regocijó ante el espectáculo de un chivo expiatorio que todos los días fracasaba en demostrar lo que de tan obvio se volvía indemostrable: el simple hecho de seguir existiendo cuando su muerte con fecha anticipada se iba convirtiendo en un decreto compartido por todos, incluso por aquellos que poco antes estaban de su lado.
“La sátira ---escribiría Swift un par de años antes--- es una especie de espejo, cuyos contempladores descubren en él los rostros de todo el mundo, excepto el propio. Esta es la principal razón de la amable recepción que encuentra en el mundo, y de que tan pocos se sientan afectados por ella”. Tampoco Partridge quiso verse en tal espejo, pero le resultó imposible convencer a sus congéneres de que aquel no era su reflejo, y hasta a las mismas autoridades, las cuales acabaron retirándole el permiso para imprimir y vender sus predicciones: sin morir, el astrólogo había muerto.
Durante algún tiempo todavía se discutió el asunto con hilaridad y vehemencia. El astrólogo desconocido no volvió a publicar ningún otro oráculo y se evaporó del horizonte de los almanaques tan inesperadamente como había llegado. Quizá hubo quienes creyeron que el montaje había sido un invento malévolo y menor entre las muchas maestrías del deán de San Patricio, renovador del idioma, gran escritor, periodista extraordinario, y además poseedor de la Gaya ciencia, de la Lengua de los dioses o de los pájaros, según le atribuyeron con justicia sus contemporáneos más ilustrados, pero nadie puso en duda sus rotundos alcances, pues por las buenas o por las malas, siendo real o ficticia, la predicción astrológica de Issac Bickerstaff había acertado: John Partridge murió un viernes 29 de marzo.

Fernando Solana Olivares

Friday, May 16, 2008

UNA RUPIA EN GALES

A. Daisaku Ikeda, historiador del budismo temprano, expone la situación del profesor Kenshi Hori, quien una vez leyó ciertas palabras de Schopenhauer que determinarían los siguientes treinta años de su vida: “Algún día, un estudioso de la Biblia que esté también versado en las religiones de la India logrará, fundándose en pruebas ciertas y detalladas, mostrar las conexiones que hay entre el cristianismo y esas religiones”. Hori trabajó en ello y concluyó que la hipótesis de la existencia de una región central vinculada por intercambios e influencias mutuas, que iba del Mediterráneo hasta la India y en la cual habían surgido el budismo y el cristianismo ---“productos del mismo mundo”, escribe Ikeda---, quedaba confirmada entre otras pruebas por la obtenida en una expedición francesa a Afganistán en 1958 que descubrió la inscripción de un edicto del rey budista Asoka en griego y arameo, la lengua corriente en Palestina cuando Jesús, quien así pudo haber conocido el budismo y verse influido por algunas de sus enseñanzas.
B. El concepto del bodhisatva budista, que posterga su iluminación hasta salvar al último de los seres sintientes, y la práctica monacal de los esenios, una secta de la que Jesús quizá formó parte, se han visto como influencias provenientes de la doctrina budista en el cristianismo. Autores citados por Ikeda afirman que un buen número de fábulas, leyendas y cuentos de hadas occidentales habrían tenido su origen en el budismo de fuentes hindúes. “Además ---escribe---, la famosa parábola del hijo pródigo, como se ha hecho notar con frecuencia, guarda un paralelo casi exacto con el Sutra del Loto”. Las conexiones entrañan además constancias físicas: según otro estudioso de esta historia de intercambios culturales y sagrados, en Europa septentrional fueron excavados restos de monasterios budistas y una pequeña estatua devocional se descubrió en Suecia a mediados del siglo diecinueve. La sugerencia de que el budismo pudo haber llegado a Inglaterra antes que el cristianismo proviene de la legendaria mención hecha por Orígenes en el siglo segundo de la era cristiana: “En la isla, sacerdotes druidas y budistas habían propagado enseñanzas relativas a la unicidad de Dios, y por esa razón los habitantes ya estaban inclinados a él”.
C. En el emplazamiento de una antigua ciudad romana en el sur de Gales, Ikeda informa que fueron encontradas muchas monedas de la época, entre las que estaba una rupia proveniente del reino de Milinda o Menandro, quien dominó sobre parte de Afganistán y hasta la India Central, también en el siglo segundo. Milinda, después de conquistar militarmente su nación, dedicó su interés al pensamiento hindú y a los debates filosóficos. No hubo quien pudiera igualarlo en tales menesteres, hasta que llegó a Shakala, capital del reino, el monje budista Nagasena, cuyo nombre significa “elefante”, un preciado animal de alto valor simbólico y práctico para Oriente. El monje era un adversario retórico temible según el texto pali que consigna el histórico encuentro ---elogiado con el profuso estilo de la época: “Imperturbable como las profundidades del mar, inconmovible como el rey de las montañas; vencedor en la lucha, disipador de tinieblas y difusor de luz; vigoroso en elocuencia, confundía a los discípulos de otros maestros y aplastaba a los adeptos de doctrinas rivales”---, y su destreza era reconocida a pesar de su juventud. Nagasena y el rey son dos filósofos que discuten, representando al budismo uno y a la razón occidental el otro. A petición del renunciante, Milinda acepta debatir con él como sabio, mediante argumentos, y no como rey, imponiéndose por la fuerza. El monje al fin convence al soberano de que el budismo representa un sistema de vida superior, y lo convierte a él.
D. “El tacto tiene memoria”, escribió Baudelaire. Si la moneda del reino de Milinda en Gales pudiera contar la historia de todas las manos por las que habría pasado ---apenas esbozadas por Ikeda: su presencia en el surgimiento de la transformación doctrinal budista mahayánica, como limosna de un mercader piadoso y acaudalado a un monje que la llevó consigo en ruta misionera hacia el oeste, como testigo silencioso de la muerte de un mesías en Palestina, como ganancia de un mercader y luego adquisición de un coleccionista romano, quien la atesoró donde fue hallada---, tal relación de intercambios permitiría seguir el destino trashumante del budismo, propagado según el imperativo que desde la oscuridad del tiempo ha empujado a los hombres al viaje y al movimiento, a transmitir a los otros la revelación de la verdad. El círculo de metal ágil entre dedos ávidos, indiferentes, furtivos, piadosos, apresurados, que poco a poco gastaron sus bordes, romaron sus inscripciones y abrillantaron sus grabados, contiene la memoria de sus tactos, el sudor o la resequedad de las manos que la poseyeron, las superficies donde rodó y fue permutada, los servicios y objetos que significó. ¿Quién hará su literatura, quién la usará como el denario del sueño de Yourcenar, señora de las letras, y cantará su extravagancia?
E. Una moneda confirma la tesis de Schopenhauer, que sugiere ser de doble vía: India fue a Inglaterra e Inglaterra regresó a ella. Parece una hipótesis más solvente que el autismo cultural, pues Shiva siempre ha hecho el mundo danzando, desde una moneda hasta un cometa. Todos los viáticos quedan entonces condensados en unas cuantas cosas y una rupia desenterrada en Gales reitera tal afirmación.

Fernando Solana Olivares

Friday, May 09, 2008

LOS AZOROS

A lo que hoy designamos como “depresión” ---una voz poliabarcante y múltiple, ahora cuando el lenguaje, que antes fue la casa del ser, está reducido a sus expresiones mínimas---, los antiguos le llamaron “noche oscura del alma”. Se referían a aquellos momentos donde la conciencia desfallece porque se interna en un desierto emocional y la vida de todos los días luce como una empresa infranqueable. También hubo una palabra, actualmente en desuso, que se llamó melancolía. Santa Teresa la nombraba como un requisito para su Camino de perfección, y los viejos diccionarios la definían como aquella tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que provocaba en quien la padecía no encontrar gusto ni diversión en cosa alguna.
Acaso la diferencia entre dichos términos consista en el movimiento potencial que uno contiene y la inmovilidad drástica que el otro significa: una noche es siempre el preludio de un día y en su oscuridad germina la semilla de una nueva circunstancia existencial; la depresión, en cambio, supone una condición estática cuyos efectos quizá serán tratados con barbitúricos pero sus causas seguramente jamás. Debe elegirse, entonces, la naturaleza de nuestra melancolía: o es un difícil tránsito hacia otro estado de la conciencia o es un naufragio personal en esta época insoportable. O guiñolesca. O esperpéntica. O sin síntesis, como decía un gran escritor.
Por aquí, en esta región alteña donde los viejos y estoicos rancheros se van acabando y son reemplazados por sus hijos que odian el campo, jóvenes cholos tatuados y gandallescos, narcomenudistas unos y resentidos todos, aún se habla de “los azoros”, el surgimiento de lo inesperado que sorprende, asusta, desconcierta o irrita, pues está producido por un duende o un fantasma, por una realidad alterada que súbitamente hace su aparición. “¿Usted ve azoros, don?”, me preguntaron hace días. “Antes los oigo, o luego los leo”, dije yo, hablando en alteño, como debe hacerse si uno quiere lograr su acostumbramiento en el lugar. El calor era inclemente y me hacía acordarme de Meursault, ese indiferente protagonista de El extranjero de Camus que en una playa argelina mata a un árabe de cinco disparos, cuatro de los cuales no tienen otro móvil que precisamente el calor.
Mi ánimo no era el mismo, desde luego. No quería matar a nadie, ni siquiera a quien había causado aquel azoro auditivo al que me refería con mi interlocutor, pues minutos antes había escuchado por radio el escandaloso discurso de un verdadero imbécil, que sólo sería una anécdota más del machismo autoritario y del cretinismo fanatizado si no se hubiera tratado del gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, quien borracho y envalentonado, mesiánico y narcisista, despótico y pueril, ordinario y sentimental ---el sentimentalismo etílico es la superestructura de la brutalidad---, había mandado a chingar a su madre a todos quienes habían criticado, yo entre ellos, su ilegal e indebido “donativo” de 90 millones de pesos tomados del erario para el templo cristero a erigirse en Guadalajara.
Será el tiempo histórico como tal y la bizarra acumulación de sus barbaridades, será el estupor ahíto ante tanta y tan escalofriante impunidad de nuestros políticos, ante su enorme estupidez irremediable y su rotunda inmoralidad evidente, será el ominoso calor de estos días previos a catástrofes ambientales mayores, será el espíritu de la época bastarda donde, parafraseando al poeta, ya pasaron en silencio nuestros dioses y todos callamos sin verlos, será todo eso y bastante más, pero entonces era la mera voz del gobernador intoxicado lo que me había causado un mayor azoro, una mayor perturbación.
La voz es el espejo del alma, y ésta, tipluda e histérica, engolada y a la vez ebriamente balbuceante, emitía en su mismo sonido cacofónico ciertos agravios más ominosos que los insultos y las balandronadas, que su soberana vulgaridad. Como si el enunciado de toda cláusula (“yo digo”) fuera esta vez mucho más grave que su enunciación (“yo digo que yo digo”).
---¿Sabe por qué me azoro? Porque acabo de oír el futuro.
---¿Cómo cree, don? Eso no puede oírse. Si acaso pensarse.
Después platiqué con mi interlocutor si esa voz de machito caudillesco, de creyente persignado, de protector de funcionarios acusados de actos de pederastia, de defensor de ríos contaminados y regalos millonarios a Televisa, si esa voz de un gobernador cuyo estado ha caído aceleradamente en los indicadores sociales y económicos, y cuya región de origen, los Altos Norte, presenta el primer lugar nacional de reprobación, me había llevado a escuchar no sólo lo que estaba pasando sino, antes que nada, lo que habría de pasar. El presente del futuro, pues, como se nombra por acá.
---No se ponga triste, don. Ya verá cómo, después de que se desmadre, todo va a mejorar.
He tratado de seguir el consejo de este viejo sabio y no azorarme más. Si vivimos una noche oscura de la patria, alguna germinación vendrá con el nuevo amanecer. Si es una depresión profunda lo que padecemos, una inmovilidad en el cuerpo del tiempo, entonces nos volveremos estatuas de sal. Pero de que siguen brotando azoros impensables, no cabe duda alguna. ¿Qué tal Salinas, el neocrítico radical del liberalismo en su nuevo libro, qué tal?
---Usted cavila mucho sobre las cosas, don. Los azoros más simples son los meros importantes: puros duendes y fantasmas, como este calor bien encimoso. Pero luego romperá la lluvia recia y harto la sentiremos, ¿qué no?

Fernando Solana Olivares

Friday, May 02, 2008

EL MAL ABSOLUTO

Hace unas cuantas semanas, luego de publicar en esta columna un artículo sobre el despiadado genocidio cultural y humano que el gobierno chino ha venido perpetrando en el Tíbet a lo largo de seis décadas, uno de sus lectores, el investigador universitario y escritor Gerardo de la Concha, me envió un texto de su autoría, “Un juicio internacional para Jiang Zemin”, aún más perturbador, si cabe, acerca de otras atrocidades cometidas por el gobierno de la República Popular China contra los adherentes a un práctica espiritual llamada Falun Gong, mismo texto que a continuación gloso, horrorizado y estupefacto, con el permiso de su autor.
La práctica conocida como Falun Gong o Falun Dafa fue creada en 1992 por el chino Li Hongzhi. No se trata de un culto religioso sino de una enseñanza compuesta por ejercicios psicofisiológicos basados en la meditación, el equilibrio energético y la salud. Sus principios espirituales ---verdad, benevolencia, tolerancia--- provienen del budismo clásico y se dice que también presentan conexiones con el antiguo pensamiento de los esenios y de los pitagóricos. Dicha práctica, que es apolítica, gratuita y ecuménica, se ha extendido a más de 70 países, en ninguno de los cuales se persigue a sus miembros. Excepto en China, el imperio capitalista emergente cuya dirigencia perpetra contra ellos en estos atroces y posmodernos días lo que se define como el mal absoluto. O el mal radical, conforme al término de Immanuel Kant: ese profundo quebrantamiento de todos los valores humanos.
En junio de 1999, por instrucciones directas de la Presidencia china, se fundó la Oficina 610, una Gestapo moderna, para perseguir a los practicantes de Falun Gong, cuya cifra entonces se calculaba en más de 70 millones. “Esta decisión ---escribe de la Concha---, según se ha comprobado por testimonios y fuentes directas, investigaciones independientes y trabajos de organismos civiles y oficiales como Amnistía Internacional y la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, produjo una catástrofe de grandes dimensiones: miles de asesinados, torturados y exiliados; cientos de miles de deportados a campos de concentración; la comercialización de órganos para transplantes arrancados a prisioneros de conciencia de Falun Gong; el uso de trabajo esclavo en los campos de concentración”.
Las causas, si las hubiera, que explican la feroz represión a los miembros de Falun Gong, condensadas en la órdenes al respecto dadas a la Oficina 610 por el entonces presidente Jiang Zemin: “difámenlos, arruínenlos, extermínenlos”, obedecieron al rápido y exponencial crecimiento del número de sus practicantes, un ascenso que agudizó la habitual paranoia de la tiranía china ante cualquier movimiento social que escape de su control, lo mismo que al pavor ideológico de los opresores en el poder acerca de los principios de verdad, benevolencia y tolerancia enarbolados por el grupo, una actitud moral que eventualmente podría desembocar en una disidencia colectiva ante el control despótico predominante. También dichas causas se fundan en lo que de la Concha describe como una pedagogía del terror: “la manera como un grupo gobernante totalitario le ‘enseña’ al resto de la sociedad a disciplinarse a través del trato ejemplar a un sector de la misma que se ha decidido proscribir”. Los chivos expiatorios habituales.
De acuerdo a reportes conocidos la cifra de víctimas de la persecución a Falun Gong es un hoyo negro. Algunas estadísticas establecen “un número aproximado de 50 mil asesinados, a partir de un cálculo de 10 mil muertos por torturas y ejecuciones, y otros 40 mil asesinados en el proceso de tráfico de órganos según el informe Cosecha sangrienta de David Kilgoure (ex subsecretario de Relaciones Exteriores canadiense) y David Matas (abogado canadiense especialista en derechos humanos). El número de 40 mil asesinados corresponde al dato oficial de trasplantes llevados a cabo en China durante ese periodo sin que se conozca el origen de los donantes”. Tales cálculos provienen tanto de Amnistía Internacional como de médicos locales, por ello la Asociación Internacional de Médicos Especialistas ha prohibido todo intercambio al respecto con China. Y los horrores siguen: casos “típicos” como el de 18 mujeres que, después de presentarse voluntariamente a un tribunal de apelaciones en Beijing para defender el derecho a sus prácticas, fueron arrojadas desnudas en celdas de criminales convictos y ahí murieron a causa de violaciones masivas. La propaganda gubernamental calificó su muerte como un “suicidio ritual”, igual que la de otros 1,800 detenidos de Falun Gong que fallecieron en prisión. Amnistía Internacional lo negó tajantemente argumentando que las creencias del grupo prohíben el suicidio. O el trabajo esclavo de sus miembros recluidos en campos de concentración para trasnacionales como Nestlé, según el Mornig Herald de Australia y el Geneve le Temps de Suiza.
Detrás de la celebrada expansión materialista china está el horror del mal absoluto, que no sólo es contra el Tíbet sino también, entre otros, contra Falun Gong. En 1936 Hitler celebró su olimpiada en Berlín. Ahora el despiadado régimen chino hará la suya, aunque el espanto que la sostiene es mucho mayor que aquél. Entonces una parte del mundo conocía a la bestia nazi. Hoy parece ignorarse planetariamente la monstruosidad china, pues un mero “milagro económico” oculta cualquier depravación. El fin justifica los medios, por eso el infierno moral, mediante sus mercancías baratas y contaminantes, a todos los lugares de la época ya llegó.

Fernando Solana Olivares