LA PUERTA ABIERTA / I.
Una cavilación similar está en Peter Sloterdijk y su Crítica de la razón cínica: “Si fuera verdad que es el malestar en la cultura lo que provoca la crítica, no habría ninguna época tan dispuesta a la crítica como la nuestra. Sin embargo, nunca fue tan fuerte la inclinación del impulso crítico a dejarse dominar por sordos estados de desaliento”. Tal decepción analítica, una parálisis de las opciones posibles e incluso imaginadas para transformar el tiempo histórico predominante, es el resultado de una razón indolente fomentada por el mismo modelo del capitalismo ultraliberal, cuyo éxito planetario ha consistido sobre todo en “destruir la posibilidad de pensar la alternativa” ante él, según ha denunciado Joseph Stiglitz, fomentando mediáticamente un estado de desaliento social, de inmovilidad crítica y reflexiva, de resignación existencial.
Sin embargo, no es que el pensamiento alternativo no exista actualmente, y aun desde el comienzo de la sociedad industrial o antes, sino que ha sido vuelto invisible por la ideología hegemónica global y sus mandarinatos políticos, informativos, académicos e intelectuales. Ese golpe de estado mental es lo que Viviane Forrester llama la “extraña dictadura” que ha logrado hacer de un sistema ideológico y de sus prácticas inducidas fenómenos naturales, “tan irreversibles e inflexibles como el Big Bang, tan imposibles de contrarrestar como las mareas, la alternancia del día y la noche o el hecho de que somos mortales”.
Juan Carlos Monedero, científico social que presenta una de las obras esenciales para comprender que sí existen alternativas al destructivo modelo ultraliberal establecido: El milenio huérfano. Ensayos para una nueva cultura política de Boaventura de Sousa Santos (Trotta, Madrid, 2011), observa que “una abstracta y orwelliana política del pensamiento ha hecho grandes esfuerzos por ocultar parcelas de realidad de manera premeditada”. Dicho empeño de ocultamiento, hasta hoy tan eficaz, borra la acción social colectiva del ayer junto con sus lecciones y experiencias y así impide la posibilidad crítica para entender la miseria del presente, para “la construcción del espanto que produciría, con otra mirada, su horror”. Esa experiencia desperdiciada es calificada por Santos como recortes de realidad que también son recortes del pensamiento, indispensables en la aceptación acrítica del cortoplacismo económico, político, ecológico y social característicos de la lógica capitalista y su patología de la rentabilidad.
Cierta perplejidad persigue desde hace años a Santos: la incapacidad de las ciencias sociales heredadas para dar cuenta adecuadamente de nuestro tiempo y orientarnos en los procesos sociales de transformación en curso. Una realidad social sobreteorizada se mezcla con otra realidad considerada irrelevante o ni siquiera percibida por el monólogo colonialista de la modernidad occidental, el cual está irremediablemente determinado por relaciones ideológicas de superioridad/inferioridad y por criterios monoculturales. Santos denuncia esa “racionalidad indolente, cuya indolencia se traduce en la ocultación o marginación de muchas de las experiencias y creatividades que se dan en nuestro mundo, y, por tanto, en su desperdicio”.
En esta tarea de abrir puertas y mirar donde no se suele dirigir la mirada, Santos reconoce tres líneas maestras que guían su pensamiento crítico, una brillante manera de despensar, como diría Wallerstein, todo aquello que el pensamiento hegemónico da por incuestionable y establecido: 1) una nueva teoría de la historia que ensanche el presente para dar cabida a todas aquellas experiencias sociales silenciadas por no corresponder a las monoculturas del saber y de la práctica dominante, y que a la vez encoja el futuro y su falaz exaltación del progreso para sustituirlo con la búsqueda de alternativas tanto utópicas como realistas; 2) la superación de los preconceptos eurocéntricos y occidentalizados de las ciencias sociales, parte de la colonización de un seudosaber impuesto por intereses geopolíticos; 3) la reconstrucción teórica y práctica del Estado y de la democracia en el contexto de lo que hasta ahora se describe como globalización.
Buenas noticias, en suma, para “pensar lo impensado, o sea, asumir la sorpresa como un acto constitutivo” de otra reflexión teórica que construya “una utopía intelectual que hará posible una utopía política”. Puede llamarse mera justicia cognitiva: pensar para transformar.
Fernando Solana Olivares